COMUNICADO DE UNA VOCE INTERNACIONAL ANTE EL RESCRIPTO SOBRE LA MISA TRADICIONAL

Fuente: Una Voce Argentina

El martes 21 de febrero, la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó un rescripto confirmando, para el Dicasterio para el Culto Divino, ciertos puntos legales en relación a la interpretación de la carta apostólica del papa Francisco Traditionis Custodes.

El punto clave es que, a partir de ahora, el permiso para el uso de una iglesia parroquial para celebraciones del Misal de 1962 sólo podrá ser concedido por el Dicasterio. El rescripto hace referencia al canon 87.1 que establece que los obispos pueden levantar las obligaciones de derecho universal por el bien de las almas en su diócesis: esto ya no se aplica, ya que el asunto está “reservado a la Santa Sede”.

El efecto de esta decisión dependerá del grado en que las disposiciones actuales para la celebración del Misal de 1962 dependan del uso de las iglesias parroquiales en una localidad concreta; de la voluntad de los obispos de pedir permiso al Dicasterio para que continúen las celebraciones en dichas iglesias; y de la respuesta del Dicasterio a estas peticiones.

Si los obispos de todo el mundo solicitan permiso para todas las celebraciones de la Misa de 1962 que tienen lugar en las iglesias parroquiales de sus diócesis, el Dicasterio tendrá que examinar cientos de casos, lo que planteará la cuestión de la viabilidad del desempeño de su función.

La Latin Mass Society y la Federación Internacional Una Voce desean expresar su consternación por el hecho de que se haya centralizado de este modo la autoridad sobre un asunto de tanta sensibilidad pastoral.

Se producirán graves daños pastorales si no se concede el permiso cuando no se disponga de lugares de culto alternativos para el uso de las comunidades vinculadas a la forma mas antigua de la Misa.

En lugar de integrarlas en la vida parroquial, la restricción del uso de las iglesias parroquiales marginará y empujará a la periferia a los fieles católicos que sólo desean dar culto, en comunión con sus obispos, con una forma de Liturgia permitida por la Iglesia. Este deseo fue descrito como una “aspiración legítima” por el papa Juan Pablo II, y esta Liturgia fue descrita como una “riqueza” por el papa Benedicto XVI.

Hacemos un llamamiento a todos los católicos de buena voluntad para que ofrezcan oraciones y penitencias esta Cuaresma por la resolución de esta cuestión y la libertad de la Misa Tradicional.

Aspectos prácticos

El rescripto no tiene efecto automático: las celebraciones previamente organizadas tendrán lugar a menos que los sacerdotes y fieles sean notificados de lo contrario por el obispo de la diócesis. El rescripto aclara o modifica el sentido de Traditionis Custodes, que está dirigido a los obispos, y son éstos quienes tienen la tarea de implementarlo.

Será lícito que las celebraciones continúen mientras se preparan y tramitan las solicitudes.

El rescripto no afectará a las celebraciones en templos no categorizados formalmente como “iglesias parroquiales”. Véase más abajo una explicación completa.

Más explicaciones

El rescripto contiene otros dos puntos: la reserva de la Santa Sede del permiso para la erección de nuevas parroquias personales, y el permiso para que los sacerdotes ordenados después de la publicación de Traditionis Custodes (17 de julio de 2021) celebren con el Misal de 1962. Todo ello no hace sino confirmar el sentido conocido de la legislación original.

Por el contrario, se ha señalado ampliamente que los obispos tienen derecho, en virtud del canon 87.1, a levantar las obligaciones de derecho universal, incluso sobre la celebración de la Misa Tradicional en las iglesias parroquiales, a menos que el asunto esté explícitamente reservado a la Santa Sede, y esto ha causado claramente cierto descontento en el Dicasterio.

Las iglesias parroquiales son los templos principales de una jurisdicción parroquial: muchos de estas jurisdicciones están compuestas por más de un templo, y muchos otros no. Otra clasificación de templo son las “capillas” (conocidas con diversos nombres en distintos países), que son iglesias secundarias de una parroquia atendidas por el clero de la misma. También se incluyen a iglesias anexas a casas religiosas y a casas particulares, iglesias designadas como santuarios, e iglesias dedicadas a servir a un grupo particular no identificado en referencia a los límites geográficos de una jurisdicción parroquial, es decir, parroquias personales y capellanías (incluidas las capellanías étnicas).

El estatus de una iglesia como parroquia es una cuestión que debe determinar el obispo (de acuerdo con los procedimientos establecidos) al erigir, abolir o fusionar parroquias.

Algunas diócesis tienen muchas iglesias no parroquiales; otras, muy pocas. En algunos países no hay iglesias parroquiales, porque no se ha establecido una estructura parroquial. En algunos casos, las catedrales son iglesias parroquiales, y en otros no.

El hecho de que la existencia de iglesias no parroquiales sea tan variada por razones de historia y circunstancias locales hace que la atención a la celebración según el Misal de 1962 en iglesias parroquiales sea desconcertante, y las restricciones a estas celebraciones potencialmente muy arbitrarias e injustas. Las restricciones al uso de las iglesias parroquiales se sentirán mucho más en los Estados Unidos de América, por ejemplo, que en Italia.

Las parroquias personales son una posible estructura legal a través de la cual se puede hacer una provisión formal para el Misal de 1962. En algunos países en los que la Misa Tradicional está muy extendida, como Inglaterra y Gales, esta estructura se ha utilizado muy poco. Las alternativas incluyen el establecimiento de un santuario para la celebración según este Misal, o su celebración junto con la Misa reformada en una iglesia parroquial o no parroquial. La estructura legal de una parroquia personal otorga al sacerdote a cargo muchos de los deberes y privilegios de un párroco, pero no convierte a la iglesia donde tiene su sede en una “iglesia parroquial”. Una parroquia personal puede tener su sede en una iglesia santuario, una iglesia compartida con una parroquia geográfica o cualquier otro lugar de culto.

22 de febrero de 2023, Miércoles de Cenizas.

Original en ingles http://www.fiuv.org/2023/02/the-rescript-press-release.html…


Mas comentarios del Dr. Joseph Shaw, presidente de la FIUV y de la Latin Mass Society:

La Latin Mass Society y otros grupos de Una Voce fueron fundados y continúan existiendo para hacer posible la celebración pública de la Misa Tradicional en total conformidad con la ley de la Iglesia y bajo la autoridad del obispo local. En la medida en que esto se vuelve imposible, entonces la moralidad de las celebraciones ilícitas se vuelve más fuerte. Las personas que abogan por la ‘desobediencia’ deberían estar agradecidas con el movimiento Una Voce por defender estas ideas.

No vamos a dejar de buscar permisos, donde se necesiten, para celebraciones públicas, en iglesias propias y con reconocimiento del obispo. Las Misas en cuchitriles pueden resolver un problema local, pero no son la salida de la crisis litúrgica actual. Lo que la Iglesia necesita es que la Misa Tradicional tenga un lugar de honor en ella: sin excluir nada, sin imponerla a nadie, pero disponible como un enriquecimiento de la vida litúrgica de los católicos de a pie y una expresión pública de la continuidad de la Iglesia con los siglos anteriores.

Ese es nuestro objetivo, y espero que sea compartido por muchos católicos de buena voluntad con todo tipo de preferencias litúrgicas. Esto no tiene por qué ser una batalla o una guerra. Debería tratarse simplemente de satisfacer las necesidades espirituales de las personas de la mejor manera posible.

FIUV: LLAMAMIENTO MUNDIAL A LA ORACIÓN Y PENITENCIA POR LA LIBERTAD DE LA MISA TRADICIONAL

En el día de la Festividad de Nuestra Señora de Lourdes, la Federación Internacional Una Voce hace un llamamiento a nivel mundial para suplicar oraciones y penitencias en la próxima Cuaresma por la libertad de la Misa según el rito Romano tradicional. Llamamiento al que se une, como no podía ser de otra manera, la asociación y comunidad de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda. A continuación, el texto oficial:

Petición de oraciones y penitencias en Cuaresma por la libertad de la Misa Tradicional

La Federación Internacional Una Voce, junto a otras organizaciones, grupos e individuos fieles de la Misa tradicional hacen una llamada a todos los católicos de buena voluntad para que ofrezcan oraciones y penitencias durante el tiempo de Cuaresma, en particular por una intención: la libertad de la Misa tradicional.

No sabemos cómo de creíbles puedan ser los rumores acerca de nuevas disposiciones o documentos de la Santa Sede sobre este particular, pero dichos rumores apuntan a una situación de duda, conflicto y aprensión que es gravemente perjudicial para la misión de la Iglesia. Apelamos a nuestro Señor, a través de Su Santísima Madre, para que restaure para todos y cada uno de los católicos el derecho y la oportunidad de adorar a Dios de acuerdo con las venerables tradiciones litúrgicas de la Iglesia, en perfecta unidad con el Santo Padre y los obispos de toda la Iglesia.

FEDERACIÓN INTERNACIONAL UNA VOCE (Foederatio Internationalis Una Voce, FIUV) www.fiuv.org

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (IV)

Esta semana reproducimos el texto en español, publicado por la web Caminante Wanderer, de la conferencia impartida por Monseñor Nicola Bux durante el Encuentro Paix Liturgique que se celebró en Roma el pasado 28 de octubre de 2022, donde se aborda el importante papel que juega hoy la Liturgia en la Iglesia, enlazando la Encíclica Mediator Dei de Pío XII con el legado litúrgico del Papa Benedicto XVI, y, en concreto, con el Motu Proprio Summorum Pontificum sobre la Misa Tradicional, y la llamada «hermenéutica de la continuidad».

Cabe destacar que don Nicola Bux fue nombrado por Benedicto XVI consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y siempre estuvo muy cercano a él.

DE LA MEDIATOR DEI AL SUMMORUM PONTIFICUM: REMEDIOS PARA EL COLAPSO DE LA LITURGIA, CONCEBIDA COMO SI DIOS NO ESTUVIERA EN ELLA

Introducción

¿Qué hay detrás de la cuestión litúrgica de hoy? Existe una falta de voluntad para reconocer el hecho de que el Verbo divino se encarnó y, tras su ascensión al Cielo, continúa su presencia en el mundo a través de la liturgia, que no sería sagrada si no existiera la Presencia divina; en continuidad con la shekhinàh del Antiguo Testamento, donde «la revelación se convierte en liturgia». Los Salmos repiten: «Iré a la presencia del Señor», porque los ritos se celebraban ante él. La liturgia utiliza el término Misterio en singular y en plural, para indicar la aparición de la Presencia en la liturgia. El hombre creyente está llamado a entrar en relación con él; el término adorar, de colere,
significa cultivar una relación con Dios. Esto sucede con los ritos litúrgicos, que son ordenados (ordo), disciplinados por la Iglesia según las disposiciones, las reglas que Dios mismo ha dado en la revelación bíblica, para preservarlos de la idolatría. La indisciplina del culto es la reducción a la medida humana, es decir, hacer una imagen deformada de Dios. El culto es divino si garantiza los derechos de Dios y los de los fieles que tienen derecho a recibir el verdadero culto.
La Iglesia sabe que es semper reformanda en sus aspectos humanos, sujeta a deformaciones; del mismo modo, la liturgia en sus aspectos rituales crece y progresa, pero sin ruptura alguna: lo que era sagrado, sigue siendo sagrado y grande. Por desgracia, la ignorancia de la historia lleva a algunos eclesiásticos a prohibir o juzgar perjudicial lo que la tradición entrega a las nuevas generaciones. La tradición es necesaria y la innovación ineludible, y ambas están en la naturaleza del cuerpo eclesial como del cuerpo humano. No son opuestos entre sí, sino complementarios e interdependientes. Pablo VI, durante la reunión del Concilio, reiteró: «nada cambia realmente de la doctrina tradicional. Lo que Cristo quiso, nosotros también lo queremos. Lo que quedaba. Lo que la Iglesia enseñó durante siglos, nosotros también lo enseñamos». ¿Qué diría hoy? Puesto que en la sagrada liturgia se manifiesta la Iglesia una y católica, santa y apostólica, que es la misma en todas las épocas, ¿puede existir una idea de Iglesia diferente de la que el concilio definió en la constitución dogmática Lumen gentium y que está sujeta a la Sacrosanctum Concilium? ¿Qué ha ocurrido?

2. Mediator Dei: la persona de Cristo en el centro de la liturgia
Han pasado setenta y cinco años desde Mediator Dei, publicado el 20 de noviembre de 1947 por el Venerable Pío XII: el documento doctrinal más importante sobre la liturgia antes del Concilio Vaticano II, sin el cual no puede entenderse plenamente la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, publicada sólo dieciséis años después, el 4 de diciembre de 1963. Es su fuente principal, en términos de enfoque clásico y contenido doctrinal, y un término de comparación con las instancias antiguas y nuevas de la liturgia. «Pío XII había creado una comisión para la reforma general de la liturgia, que iniciaría sus trabajos en 1948 y que, en 1959, se fundiría en la comisión preparatoria del Concilio para la liturgia. Por tanto, no está fuera de lugar afirmar que la constitución sobre la liturgia del Vaticano II había empezado a prepararse ya en 1948, inspirándose en la encíclica». El minucioso trabajo preparatorio evitó que el proyecto de constitución fuera rechazado, a diferencia de todos los demás.
La encíclica Mediator Dei, en relación con el tema que nos ocupa, afirma que el culto o liturgia sólo tiene lugar por, con y en Jesucristo: de lo contrario, no llega a Dios Padre para adorarle, ni a nosotros para santificarnos. Por lo tanto, no lo hacemos y esto explica el comienzo de la encíclica: «El Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5), el gran pontífice que penetró en los cielos, Jesús el Hijo de Dios (cf. Hb 4,14 ) tomó sobre sí la obra de misericordia con la que enriqueció a la humanidad con dones sobrenaturales[…] Trató de procurar la salud de las almas mediante el ejercicio continuo de la oración y el sacrificio, hasta que, en la Cruz, se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada a Dios para limpiar nuestra conciencia de obras muertas a fin de servir al Dios vivo (cf. ibíd. 9:14)[…]. El Divino Redentor quiso, pues, que la vida sacerdotal que había iniciado en su Cuerpo mortal… no cesara en el transcurso de los siglos en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia; y por eso ofreció un sacerdocio visible para ofrecer en todas partes la oblación limpia (cf. Mal 1,11), a fin de que todos los hombres, de Oriente y Occidente, liberados del pecado, por deber de conciencia pudieran servir a Dios espontánea y voluntariamente. La Iglesia, por tanto, fiel al mandato recibido de su Fundador, continúa el oficio sacerdotal de Jesucristo sobre todo mediante la Sagrada Liturgia» (I,1). Tal introducción deja claro que no se puede hablar de liturgia sin partir de Cristo como Mediator Dei, a menos que se la entienda como la manifestación suprema y continua de esa mediación. Es el «lugar» del encuentro entre Dios y el hombre y hace de la liturgia la cumbre de la vida de la Iglesia y la fuente de toda gracia. La liturgia «culmen et fons», la ya famosa endiada de Sacrosanctum Concilium que resume el concepto, se encuentra ya en la Introducción de Mediator Dei.
Hay un elemento esencial de la liturgia católica: «En cada acción litúrgica, por tanto, junto a la Iglesia, está presente su Divino Fundador: Cristo está presente en el augusto Sacrificio del altar tanto en la persona de su ministro como especialmente bajo las especies eucarísticas; está presente en los sacramentos con la virtud que transfunde en ellos para que sean instrumentos eficaces desantidad; está presente finalmente en las alabanzas y súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: ‘Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos'(Mt 18,20)»(I,1). El versículo se retoma en el conocido párrafo de la constitución litúrgica sobre la presencia de Cristo
(n. 7) con el único añadido «Él está presente en su palabra, pues es Él quien habla cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia»; anteriormente se indica a Cristo como «Mediador entre Dios y los hombres» y «plenitud del culto divino» (n. 5).
La encíclica pudo así definir la liturgia como «el culto integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros». La liturgia sirve para elevar el alma cada vez más hacia Dios, para con-sacrificarla: «así, el sacerdocio de Jesucristo actúa siempre en la sucesión de los tiempos, y la liturgia no es otra cosa que el ejercicio de este sacerdocio» (I, 1). Pío XII, remitiéndose a la constitución Divini cultus de su predecesor Pío XI, observa que la jerarquía eclesiástica «no dudaba, sin perjuicio de la sustancia del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, en cambiar lo que no consideraba conveniente, en añadir lo que parecía contribuir mejor al honor de Jesucristo y de la augusta Trinidad, a la instrucción y al estímulo saludable del pueblo cristiano» (I,4). En efecto, la liturgia se compone de elementos divinos y humanos: «de ahí que instituciones piadosas olvidadas en el tiempo sean a veces recuperadas en el uso y renovadas» (I,4). Este es el criterio que guiará al papa en la restauración del Ordo de Semana Santa -sobre el que no nos detendremos- poniendo en uso las antiguas tradiciones y que se incorporará a la constitución conciliar (cf. Sacrosanctum Concilium, nº 50). Ese criterio, según Mediator Dei, preside la evolución de los ritos, pero sin caer en el arqueologismo: «La liturgia de los tiempos antiguos es sin duda digna de veneración, pero un uso antiguo no es, por su sola antigüedad, el mejor… Incluso los ritos litúrgicos más recientes son respetables, ya que han surgido por influencia del Espíritu Santo» (I,5).

La reforma litúrgica, según Pío XII, resulta así de la necesidad de las cosas, porque la liturgia misma es una forma que tiende continuamente a reformarse en el sentido de un desarrollo orgánico. Los abusos no pueden ponerlo en duda; de ahí que recuerde que «para proteger la santidad del culto contra los abusos» existe la Congregación de Ritos. La liturgia es una manifestación del cuerpo y la Cabeza de la Iglesia, un organismo que produce energías siempre nuevas al tiempo que conserva su forma fundamental. Todo esto se reafirmará en la constitución litúrgica (cf. nº 21). La encíclica trata en la Parte III, del oficio divino y del año litúrgico, partiendo del principio de que el ideal de la vida cristiana está en la unión íntima con Dios, que sólo puede realizarse: «‘por medio de nuestro Señor Jesucristo’, quien, como mediador entre nosotros y Dios, muestra sus gloriosos estigmas al Padre celestial, ‘siempre vivo para interceder por nosotros’ (Hb 7,25)» (III,1). Se recomienda a los fieles la recitación de los salmos y la participación activa en el rezo de las vísperas dominicales y festivas.
En cuanto al año litúrgico, se recuerda que tiene como centro la «persona de Jesucristo… nuestro Salvador en los misterios de la humillación, la redención y el triunfo». Al recordar estos misterios de Jesucristo, la sagrada liturgia pretende hacer partícipes de ellos a todos los creyentes para que la Cabeza Divina del Cuerpo Místico viva en la plenitud de su santidad en cada uno de sus miembros» (III, 2).

3.Summorum Pontificum: la primacía de Dios en la liturgia
El 7 de julio de 2007, el Sumo Pontífice Benedicto XVI promulgó la Carta Apostólica Motu proprio «Summorum Pontificum», con la que pretendía dotar de una disciplina renovada al uso del Misal Romano anterior a la reforma deseada por Pablo VI y el Concilio Ecuménico Vaticano II. También hay que señalar que, para una exposición exhaustiva, el documento debe leerse y analizarse en correlación con la Carta a los obispos, que acompañaba al mismo Motu proprio, y con la Instrucción aplicativa «Universae Ecclesiae» del 30 de abril de 2011, que aclaraba y completaba toda la disciplina. Hay que tener en cuenta lo que dijo a este respecto el cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: «Lejos de ocuparse únicamente de la cuestión jurídica del estatus del antiguo Misal Romano, el Motu proprio plantea la cuestión de la esencia misma de la liturgia y de su lugar en la Iglesia. Lo que está en juego es el lugar de Dios, la primacía de Dios. Como subraya el «papa de la liturgia» (ed. Benedicto XVI): «La verdadera renovación de la liturgia es la condición fundamental para la renovación de la Iglesia»: el
Motu proprio es un documento magisterial capital sobre el sentido profundo de la liturgia y, en consecuencia, de toda la vida de la Iglesia».
La cuestión de la Sociedad de San Pío X influyó sin duda en la decisión de promulgar Summorum Pontificum, pero creemos que no fue la única motivación decisiva, como se desprende de la continuación de la citada Carta: «Todos sabemos que, en el movimiento dirigido por el arzobispo Lefebvre, la fidelidad al misal antiguo se convirtió en un marcador externo; las razones de esta escisión, que surgió aquí, se encuentran, sin embargo, más profundamente. Muchas personas, que aceptaban claramente el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y que eran fieles al Papa y a los obispos, deseaban sin embargo redescubrir la forma, para ellos muy querida, de la sagrada liturgia.
Esto sucedió ante todo porque en muchos lugares no se celebraba de forma fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que se entendía incluso como una autorización o incluso una obligación a la creatividad, lo que a menudo conducía a deformaciones de la liturgia que estaban en el límite de lo soportable. Hablo por experiencia, porque yo también viví ese periodo con todas sus expectativas y confusiones. Y vi lo profundamente heridas que estaban personas totalmente arraigadas en la fe de la Iglesia por las deformaciones arbitrarias de la Liturgia.
He aquí la verdadera y profunda razón de Summorum Pontificum: Responder de manera más adecuada y eficaz a la necesidad espiritual y pastoral de quienes, aun prestando la debida deferencia y obediencia a lo establecido por el Concilio Ecuménico Vaticano II, sacudidos y perplejos por las «deformaciones» litúrgicas que se produjeron en el período inmediatamente posterior al Concilio -y que aún hoy nos vemos obligados a presenciar en muchos casos- encontraron y encuentran en laforma litúrgica anterior la manera más adecuada y fructífera de cultivar su relación con Dios.
Tras mostrar lo infundado de los temores, la Carta aporta la razón positiva, podríamos decir el verdadero objetivo «doctrinal»: «Una reconciliación interna en el seno de la Iglesia». El Pontífice insta a «hacer todo lo posible para que todos los que desean verdaderamente la unidad puedan permanecer en ella o reencontrarla». Resuenan las palabras admonitorias de Jesús: «que sean uno para que el mundo vea y crea». ¿Quién podría oponerse a ello? Sin embargo, hay quienes no están de acuerdo con el siguiente pasaje de la carta: «No hay contradicción entre una y otra edición del Misal Romano. En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que era
sagrado para las generaciones anteriores, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede prohibirse de repente ni siquiera juzgarse perjudicial. Es bueno para todos nosotros preservar las riquezas que han crecido en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde. Es una admonición para que todas las partes encuentren el equilibrio adecuado y saludable. La insistencia de Mediator Dei (§ 60) en el uso del latín como antídoto contra la corruptibilidad de la doctrina pura, ayuda a comprender que el Vetus Ordo no sólo se busca por «indietrismo», sino también porque la lengua oficial de la Iglesia lo impide mejor que cualquier otra cosa.

Progreso y Desarrollo de la Liturgia (Mediator Dei, §§ 49-56), enunciado por Pío XII, ha sido puesto en práctica por Benedicto XVI. La Iglesia y la Liturgia están sujetas a deformaciones de las formas, por lo que son semper reformandae, según el principio de desarrollo orgánico, de continuidad y no de ruptura, o de restauración para devolverlas al origen: éste es el sentido de la expresión «reforma de la reforma». Una reforma que, por su propia naturaleza, no puede ser irreversible, como pretende el Papa Francisco. Por ello, la cuestión de fondo fue recordada de corazón por Benedicto XVI: «En nuestro tiempo, cuando en vastas zonas de la tierra la fe corre el peligro de extinguirse como una llama que ya no encuentra alimento, la prioridad ante todo es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a cualquier dios, sino a ese Dios que habló en el Sinaí; a ese Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1) en Jesucristo crucificado y resucitado».

4 – El Codex Iuris Liturgici: un remedio fallido
Mediator Dei y Summorum Pontificum constituyen el remedio a una concepción de la liturgia privada de la Presencia Divina, porque frente al arqueologismo, las deformaciones y los abusos, reafirman el derecho litúrgico como protección de los derechos de Dios en el culto.
Es cierto que, antes del Concilio Vaticano II, las normas que regulaban los ritos y su ejecución estaban expuestas a una escrupulosidad excesiva o a la aproximación; el papa Pío XII quiso la reforma sobre todo para aliviar a los sacerdotes en la cura de almas sobrecargados por los compromisos del apostolado. Esto condujo a la simplificación de las rúbricas del Misal y del Breviario, que se llevó a cabo mediante el decreto de la Congregación de Ritos del 23 de marzo de 1955. Pero esta revisión de los libros litúrgicos estuvo precedida por un acto que iba a influir en la reforma litúrgica conciliar: la publicación en 1948 por la Sección Histórica de la Sagrada Congregación de Ritos de la «Memoria sobre la reforma litúrgica», que «constituye… la guía general de todo el proyecto de reforma». La lectura de este documento, que sigue poco después a Mediator
Dei, ayuda a comprender los principios fundamentales de la reforma, incluido el de equilibrar las pretensiones opuestas de la tendencia conservadora y la tendencia innovadora: una cuestión que sigue siendo relevante hoy en día. Pero aún más interesante es, en el tercer capítulo, la mención de un «Codex Iuris Liturgici»: el documento afirma: «Una vez realizada definitivamente la reforma propiamente dicha, será necesario un último elemento que garantice la estabilidad de la reforma y la organicidad de los futuros desarrollos de la vida litúrgica; todo ello se conseguirá con el tan ansiado Codex liturgicus, que debe representar la coronación de la Reforma y asegurar su aplicación y estabilidad». Es significativa en la «Memoria» la anotación de que las diversas unidades rituales nunca habían sido ordenadas, salvo los textos añadidos, tras las reformas de Pío X, en las ediciones del Breviario y del Misal. Así pues, había surgido mucha confusión y no pocas contradicciones entre diferentes fuentes y disposiciones, en una época en la que los estudios litúrgicos, el arte y la música sacra habían ido avanzando, gracias también al movimiento litúrgico. La «Memoria» no oculta las causas, en particular el aumento en los sacerdotes de la desafección a las rúbricas y las prescripciones rituales. Así tomó forma la idea de una codificación general de la liturgia, aunque los expertos no ocultaron que, para reformar la liturgia de forma seria y duradera, era necesario preparar una plataforma jurídica, a saber, un Codex Iuris Liturgici. Así debía proceder la reforma, junto con la redacción de los cánones apropiados del Códice Litúrgico, sin excluir los relativos al arte sacro y la música. Por otra parte, las rúbricas del Breviario y del Misal debían redactarse por sí mismas e introducirse en el Códice en el momento de su redacción; la idea era disponer de rúbricas sencillas y claras, similares a artículos concisos como los cánones del Código de Derecho Canónico.
El Codex Iuris liturgici nunca volvió a realizarse. Pero se mantuvo la idea de una plataforma estable sobre la que asentar la reforma de la liturgia. De hecho, casi puede verse esbozado en principio, a pesar de algunas contradicciones, con la Constitución Litúrgica Sacrosanctum Concilium del Vaticano II; pero la anomia y la anarquía, con el pretexto de la creatividad, parecen haberlo contradicho y frustrado. Mientras reinaba Pío XII, los trabajos sobre las rúbricas siguieron adelante, con una amplia consulta a los obispos y la decisión de reformarlas todas sistemáticamente; para ello se creó una comisión de expertos.
La mencionada simplificación se llevó a cabo en 1955: fue el origen del Codex Rubricarum que sustituiría totalmente a los textos de Pío V. De hecho, con el Motu Proprio Rubricarum instructum del 25 de julio de 1960, Juan XXIII aprobó las nuevas rúbricas del Breviario y del Misal, aplicando las disposiciones de Pío XII, pero posponiendo el tratamiento de los principios de la reforma litúrgica al Concilio, que se había reunido un año antes.
Lo que se ha esbozado hasta ahora nos permite comprender cómo, bajo Pío XII, la observancia de las rúbricas de los ritos litúrgicos se consideraba como una forma de la tradición ininterrumpida de la liturgia de la Iglesia y no como algo ajeno a ella. Tal vez pueda suponerse que si Pío XII hubiera logrado promulgar el Codex Iuris Liturgici, la reforma relanzada por el Concilio Vaticano II habría estado en cierto modo al abrigo de las deformaciones y abusos que se produjeron posteriormente.
El cardenal Ferdinando Antonelli, secretario de la Sagrada Congregación de Ritos y miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, escribió sobre la evolución que estaba tomando la reforma (1968-1971): «La ley litúrgica, que hasta el concilio era algo sagrado, ya no existe para muchos. Cada uno se considera autorizado a hacer lo que quiera y muchos jóvenes lo hacen’.
Demos ahora un salto de 40 años. Juan Pablo II intentó poner freno a las deformaciones y abusos anunciando, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, un documento específico de carácter jurídico(52), elaborado por la Congregación para el Culto Divino de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe y publicado en 2004: la instrucción Redemptionis Sacramentum «sobre ciertas cosas que deben observarse y evitarse» en relación con la misa. Parece recordar el Decretum de observandis et evitandis in celebratione missae del Concilio de Trento, que constituye la columna vertebral del capítulo del misal romano tridentino De defectibus in celebratione missarum occurrentibus; si se hubiera incluido en el misal promulgado por Pablo VI, no habría dado lugar a las graves ofensas y abusos. La instrucción indica las formas correctas de celebrar para el sacerdote y de participar para los fieles, corrige las incorrectas e identifica las responsabilidades morales, y compromete las penas canónicas.
La crisis posterior al Consejo ha enquistado tanto los abusos que muchos creen que forman parte de la reforma deseada por el Consejo. Quienes actúan así socavan la unidad del rito romano, que debe salvaguardarse tenazmente (SC 4), no llevan a cabo una auténtica actividad pastoral ni una adecuada renovación litúrgica, sino que privan a los fieles del patrimonio y la herencia a los que tienen derecho. Tales arbitrariedades suscitan inseguridad doctrinal, perplejidad y escándalo y, casi inevitablemente, duras reacciones (cf. RS 11). Por lo tanto: «Todos los fieles, por otra parte, gozan del derecho a tener una verdadera liturgia y especialmente una celebración de la Santa Misa que sea como la Iglesia ha querido y establecido, según lo prescrito en los libros litúrgicos y otras leyes y normas. Asimismo, el pueblo católico tiene derecho a que el sacrificio de la Santa Misa se celebre para él de forma íntegra, en plena conformidad con la doctrina del Magisterio de la Iglesia. Es, en fin, derecho de la comunidad católica que la celebración de la santísima Eucaristía se realice para ella de tal modo que aparezca como un verdadero sacramento de unidad, excluyendo por completo todo tipo de defectos y gestos que puedan generar divisiones y facciones en la Iglesia» (RS 12).
El estudio y el debate sobre la primacía del ius divinum me parecen esenciales para impulsar la reforma de la liturgia según la Constitución conciliar entendida en el contexto de la tradición católica y acabar con el relativismo litúrgico.


5- El renacimiento de lo sagrado: un remedio inesperado
«Toda la multitud procuraba tocarle, porque de él salía un poder que curaba a todos» (Lc 6,19). Lo sagrado es la percepción del poder divino actuando en el mundo. Las señales llegan desde abajo: la petición de muchos fieles, de recibir la Sagrada Comunión en la lengua, en la misa en N.O., de aumentar la Adoración Eucarística, de volver a poner agua bendita en la iglesia. Especialmente, de celebrar la misa en el V.O. o en la forma extraordinaria; numerosas encuestas en Europa, América, África y Asia confirman que la misa tradicional se está extendiendo (al menos en 11 países según una encuesta de hace unos años) y que un tercio de los católicos del mundo viviría con gusto su fe católica de esta forma; esto sucede, a pesar de las dificultades que ponen los obispos y el clero a su celebración. Los católicos que resisten y tienen capacidad para continuar se ven reducidos a un «pequeño rebaño», que será el catolicismo del futuro: un fenómeno que, en las ciudades, debido a la densidad de población, es más visible que en las provincias. Todos estos signos son también remedios, son síntomas de la irreprimibilidad de los sentimientos del temor de Dios y de lo sagrado. ¿Qué hay en el fondo?
Hay que señalar que en la nueva liturgia, a veces parece como si Dios no estuviera en ella: la reverencia y lo sagrado, en una palabra la adoración, han desaparecido, porque uno ya no es consciente de estar en la presencia divina. No se glorifica principalmente a Dios, por lo que el hombre no se santifica y el mundo no se «consagra». Basilio recuerda: «Todo lo que tiene un carácter sagrado procede de aquel -el Espíritu- que lo deriva». Aquí, la reforma debe comenzar con el renacimiento de lo sagrado en los corazones y, paralelamente, el temor de Dios: ese sentido de gran respeto por su infinita majestad que impregna las Sagradas Escrituras: Desde Abraham que, consciente de su omnipotencia y omnipresencia, se postró con el rostro en tierra (Gn 17,3-17), hasta Moisés ante la zarza ardiente (Ex 3,6) y Elías (cf. 1 Re 19,13): se cubrieron el rostro al percibir la presencia del Señor, impregnados de santo temor, porque «El temor de Dios es escuela de sabiduría» (Pr 15,33). Este temor no faltó en el Nuevo Testamento: María se regocija: «de generación en generación su misericordia se extiende sobre los que le temen»(Lc 1,49), reconociendo la grandeza de Aquel que por amor se inclinó sobre la criatura; Pedro, Santiago y Juan, ante la Transfiguración «cayeron con el rostro en tierra y fueron presa de un gran temor»(Mt 17,6); Pedro cayó de rodillas a los pies de Jesús en el lago de Tiberíades, pidiéndole que se apartara de sí pecador(cf. Lc 5,8); no fue aplastado sino partícipe de la belleza y el poder divinos. Ante la inmensidad de Dios, la alegría de estar cerca de Él debe traducirse en la mayor reverencia; Él es el Hijo todopoderoso de Dios que se hizo cercano a nosotros.
Por tanto, son incomprensibles las teorías de los que dicen que ante el Cristo ya resucitado hay que estar de pie, ya no de rodillas. El Catecismo dice: «El sentido de lo sagrado forma parte de la virtud de la religión» – citando a continuación un pensamiento del beato J.H. Newman: «¿El sentimiento de temor y el sentimiento de lo sagrado son o no sentimientos cristianos?[…]Nadie puede razonablemente dudarlo. Son los sentimientos que palpitarían en nuestro interior, con una fuerte intensidad, si tuviéramos la visión de la Majestad de Dios. Son los sentimientos que experimentaríamos si fuéramos conscientes de su presencia. En la medida en que creamos que Dios
está presente, debemos sentirlos. Si no los percibimos, es porque no percibimos, no creemos que esté presente’. Tales sentimientos y actitudes consecuentes son urgentemente necesarios para que la liturgia romana hable de Dios al hombre contemporáneo.
Es necesario restablecer el principio de que la liturgia, con la música y el arte vinculados a ella, es sagrada: en primer lugar, porque en ella está presente la Majestad divina que tiene jurisdicción exclusiva sobre ella. Por lo tanto, la liturgia, en su parte inmutable, es de derecho divino, como se ha mencionado anteriormente.
Los primeros padres aprendieron en la escuela de los apóstoles las normas y cánones para adentrarse en el misterio cristiano, recogidos más tarde en enseñanzas, didácticos, constituciones; debían proclamar el misterio revelado en Jesús y contrarrestar las concepciones mistéricas, alegóricas y esotéricas de los paganos. Las normas remiten a la apostolicidad de la liturgia, pero es sobre todo su santidad la que las exige: el misterio de Dios reclama la máxima reverencia. Acérquese a Dios, Jesús, ¡que es el Dios cercano a nosotros!
En segundo lugar, la liturgia es sagrada porque tiene una conexión esencial con la vida moral, el ethos. Todos somos sensibles a la justicia hacia nuestro prójimo, pero la justicia hacia Dios tiene prioridad. En las causas de canonización de santos, la verificación del ejercicio de este aspecto es prioritaria.
En tercer lugar, es sagrada, porque quienes participan en la liturgia son el pueblo elegido de Dios, la Iglesia. Si el ius y el ethos la convierten en una obra del pueblo, como pueblo perteneciente a Dios, la convierte ante todo en una obra de Dios, opus Dei. Por tanto, la liturgia es el conjunto de actos de culto público, es decir, la misa, los sacramentos y el oficio divino, que se ejercen en la Iglesia en beneficio de los fieles, según normas establecidas y por medio de ministros legítimos.
La liturgia es sagrada porque no es un acontecimiento transitorio para entretener al pueblo -como intenta hacer creer la secularización, que ha penetrado incluso entre los eclesiásticos-, sino que es la permanencia de la Presencia divina en medio de su pueblo, como atestiguan las normas de la ley divina y del derecho litúrgico. De ahí debe partir la reforma de la reforma: «de la presencia de lo sagrado en los corazones, de la realidad de la liturgia y de su misterio. Un misterio que necesita espacio interior y exterior. Joseph Ratzinger escribió: «Creo que esto es lo primero: vencer la tentación de una forma despótica de hacer las cosas, que concibe la liturgia como un objeto propiedad del hombre, y volver a despertar el sentido interior de lo sagrado. El segundo paso consistirá en evaluar dónde se han hecho recortes demasiado drásticos, para restablecer las conexiones con la historia pasada de forma clara y orgánica. Yo mismo he hablado en este sentido de una «reforma de la reforma». Pero, en mi opinión, todo esto debe ir precedido de un proceso educativo que frene la tendencia a «mortificar la liturgia con invenciones personales».
Ideó un remedio para sustituir la orientación perdida del sacerdote y los fieles ad Deum: colocar la cruz delante del celebrante en el altar hacia el pueblo. Al principio de la Reforma no se trataba de colocar la cruz sobre el altar o en alto, para que la mirada del sacerdote, por un lado, y la de los fieles, por otro, pudieran detenerse en ella. Luego, poco a poco, se teorizó que podía desplazarse a un lado; finalmente acabó detrás del sacerdote -a menudo junto con el tabernáculo- y ya no es objeto de atención; esto sucede mientras el pro-orientalismo multiplica los iconos a los lados del altar con la esperanza de que sean más venerados. Significa que sigue siendo necesario ayudar a los
fieles a detenerse en la imagen.
La celebración actual, al situar al celebrante en el centro, se ha convertido en una liturgia versus presbyterum, ¡ya no versus Deum! El sacerdote se ha vuelto más importante que la cruz, el altar y el tabernáculo. Aprendamos de la liturgia oriental y de la misa tradicional, en la que la silla del obispo y el asiento del celebrante se sitúan a un lado del altar, de modo que no esté de espaldas y pueda mirar al mismo altar y a la misma cruz, juntos el gran signo de Cristo, y al mismo tiempo estar a la cabeza de la asamblea de los fieles. De los dos, ¿cuál es más clerical? Sin hacer grandes cambios estructurales, esto puede llevarse a cabo, en particular la cruz debe volver al centro del altar o
encima de él. Sólo Cristo puede estar en el centro de las miradas de todos (cf. Lc 4,21). ¡Si es que las señales valen algo! El renacimiento de lo sagrado está teniendo lugar, es un remedio de lo Alto, y es el principio básico para la reforma de la Iglesia y la liturgia.


6.Conclusión
El escollo a superar sigue siendo el desacuerdo sobre la naturaleza de la liturgia. «La crisis de la liturgia, y por tanto de la Iglesia, en la que seguimos encontrándonos», dice Ratzinger, «se debe sólo en parte a la diferencia entre los libros litúrgicos antiguos y los nuevos. Cada vez está más claro que en el trasfondo de todas las controversias existe un profundo desacuerdo sobre la esencia de la celebración litúrgica, su derivación, su representatividad y su forma adecuada. Esta es la cuestión sobre la estructura fundamental de la liturgia en general; más o menos conscientemente, aquí chocan dos concepciones diferentes. Los conceptos dominantes de la nueva visión de la liturgia
pueden resumirse en las palabras clave «creatividad», «libertad», «celebración», «comunidad». Desde tal punto de vista, «rito», «obligación», «interioridad», «ordenación de la Iglesia universal» aparecen como los conceptos negativos, que describen la situación a superar de la «antigua» liturgia».
Klaus Gamber, estudioso de la liturgia romana y de las liturgias orientales, «percibió que necesitamos de nuevo un comienzo desde la interioridad, tal y como la entiende el Movimiento Litúrgico en su parte más noble». Esta interioridad es «el encuentro con el Dios vivo ante el que nuestras ocupaciones se vuelven irrelevantes, y que puede revelar a todos la verdadera riqueza del ser».
La carta Desiderio desideravi del Papa Francisco, aunque con no pocos contenidos apreciables (cf. 53, la importancia de arrodillarse; 54 y 60, la crítica al protagonismo del celebrante), fue una oportunidad perdida. Sobre todo, parece una venganza contra Benedicto XVI, a quien nunca se mencionó, a pesar de su gran labor teológica y litúrgica como teólogo y papa.
En la comprensión del Concilio Vaticano II y de la reforma litúrgica, ¿ha fracasado la «hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del sujeto único Iglesia», que argumentó con espíritu crítico pero constructivo en sus discursos a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005) y a los sacerdotes romanos en febrero de 2013? No, en mi humilde opinión, si no ponemos obstáculos a los remedios mencionados hasta ahora, que surgen de abajo y de Arriba: ¡apoyémoslos con devoción y caridad! San Carlos Borromeo, el gran reformador, estaba convencido de que la Iglesia tiene en su interior las energías para regenerarse.
Si algunos de los que la critican creen que la Iglesia encontrará en esta profunda crisis de fe un acicate para renovarse y purificarse, que no apoyen la «hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura», con la deslegitimación del Concilio y del Novus Ordo, abandonar las posiciones prejuiciosas y extremistas, ese radicalismo deletéreo que acaba dando la razón a quienes se oponen a dos eclesiologías, poniendo así en dificultades a tantos obispos, sacerdotes y fieles que no han cambiado de actitud desde los últimos documentos papales. Uno de los efectos, si no el más pernicioso, de negar la hermenéutica de la continuidad es que ciertas posiciones extremas y radicales acaban entonces dándose la mano idealmente. Persistamos, en cambio, en el realismo, en el pensamiento católico. Una nueva generación está en marcha: es un río subterráneo que, con la paciencia del amor (cf. 1 Cor 13) está resurgiendo, y vencerá.

NICOLA BUX

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (III)

Siguiendo con nuestro agradecimiento y homenaje al Papa Benedicto XVI, traemos a nuestros lectores en esta ocasión, con permiso de su autor, don Luis López Valpuesta, un fragmento titulado «UNA REFLEXION DEL PAPA EMÉRITO SOBRE LA INTANGIBILIDAD DE LA LITURGIA. NI VERDAD SIN CARIDAD NI CARIDAD SIN VERDAD, del libro: «Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba» «. Libro que fue presentado por su autor en la Sede social de Una Voce Sevilla el pasado mes de enero.

Nuestro querido papa emérito, Benedicto XVI, en su libro autobiográfico «Mi vida» (1997), incluyó una frase que ha dado mucho que hablar, generalmente en sectores tradicionalistas, y que a mi juicio llega al meollo de la gran crisis de la fe católica de nuestros tiempos. 

«Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia». 

El origen de ese hundimiento, según señala en párrafos anteriores, se encuentra en la manera violenta -y no orgánica- en la que se procedió a sustituir la liturgia codificada por San Pío V en 1570.

«El hecho de que, después de un período de experimentación que a menudo había desfigurado profundamente la liturgia, se volviese a tener un texto vinculante, era algo que había que saludar como seguramente positivo. Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia. Se suscitaba por cierto la impresión de que esto era completamente normal» .

Pero no lo era, porque como bien explica Benedicto XVI, el desarrollo de la liturgia:

«Se ha tratado siempre de un proceso continuado de crecimiento y de purificación en el cual, sin embargo, nunca se destruía la continuidad».

Y al aprobar el Misal de Pablo VI, se siguió otro camino, más radical y evidentemente revolucionario: 

«se hizo aparecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica»,

Y como consecuencia de ello, 

«nos ha producido unos daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se «hace», que no es algo que existe antes que nosotros, algo «dado», sino que depende de nuestras decisiones». 

La trascendencia de esa última fase podemos calibrarla desde el axioma «lex orandi, lex credendi». Alterar algo tan íntimamente vinculado con las creencias cristianas (como es la liturgia en la que se manifiesta públicamente la fe), no puede menos que afectar directamente a los contenidos en lo que se expresa esa fe del pueblo. Dicho de manera más rotunda: si podemos modificar la liturgia con tal impunidad, poco nos costará -con el mismo descaro- ir diluyendo los contenidos de la fe católica en un mundo donde palabras como «pecado», «penitencia», «expiación», «sacrificio» o «mortificación» han dejado de tener sentido. Pero como los principios fundamentales de la fe son por definición inalterables -tienen la consideración de dogmas o doctrinas seguras-, se nos conmina  hoy a que los apartemos en anaqueles polvorientos de bibliotecas universitarias; que atendamos a una visión «más pastoral y menos doctrinal», «más ecológica y menos celestial», «más horizontal y menos vertical» -«más tiempo y menos espacio» (en expresión del papa Francisco)-, aunque asumamos el riesgo de orillar lo que creyeron y vivieron los cristianos desde hace cientos de años. De este modo se juzga siempre con desconfianza a quienes pretenden salvar la fidelidad estricta a la fe recibida  y no están dispuestos a ponerla en la almoneda del consenso,  pues -según se nos advierte una encíclica reciente, Evangelii Gaudium, (94) 2013 – esa «supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria da lugar a un elitismo narcisista y autoritario». Siendo benévolos, esa frase hubiera parecido cuanto menos incomprensible a tantos papas del pasado reciente (y no reciente) que se desvivieron para que se mantuviese la pureza de una fe, siempre atacada por los modernistas de ayer y de hoy. Ellos sabían bien lo que se jugaba.

En definitiva, no cabe duda de que se pretende abiertamente que nosotros y las futuras generaciones cristianas nos libremos de esas presuntas rémoras que se asocian a rigideces que obstaculizan una vida cristiana presuntamente sana. Pero, con todo respeto, sentimos discrepar, porque, a nuestro humilde juicio, lo que verdaderamente hace enfermar a la fe cristiana es la vacilación en principios innegociables.  Como dijo el Cardenal Pie, el cristianismo es Verdad y es Caridad (no es Verdad sin Caridad, ni es Caridad sin Verdad), y por ello, como Verdad, debemos ser necesariamente intolerantes en las doctrinas seguras; ahora bien, como Caridad, debemos amar de corazón a todos los hermanos, incluso a los más errados (Caritas in veritate, como escribió Benedicto XVI).  Me resulta por ello muy doloroso que documentos eclesiásticos actuales, con insultante franqueza, pretendan disociar a los cristianos que defienden la Verdad, de la reina de todas las virtudes de un seguidor de Cristo, cual es la Caridad.  

Luis López Valpuesta

AUDIOS DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA REZAR EL ROSARIO EN LATÍN

LAS MEJORES FRASES SOBRE EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI

Para continuar con nuestro homenaje y agradecimiento al Papa Benedicto XVI, traemos a colación el siguiente florilegio de sus citas más relevantes sobre su legado litúrgico, publicado por nuestros hermanos de Una Voce Argentina, habiendo sido recopilado en su mayoría por el admirado Prof. Peter Kwasniewski. Citas que nos hacen comprender aún más la verdadera intención –mens– que tuvo el Santo Padre al promulgar el Motu Proprio Summorum Pontificum sobre la Misa Tradicional en el año 2007.

«Con la iniciativa del Papa Benedicto XVI de liberar la Misa de siempre, el movimiento por la restauración de la misma no sería el fenómeno global que actualmente es. Si finalmente prevalece la defensa de la Tradición, como sin duda lo hará, una de las pocas grandes figuras que habrá que mencionar como elemento de su victoria ciertamente será él». (Una Voce Argentina)

Papa Benedicto XVI

Carta al Prof. Wolfgang Waldstein, 1976

«El problema del nuevo Misal radica en el abandono de un proceso histórico siempre continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada por una prohibición de todo lo que le precedió, lo que, además, es inédito en la historia tanto del Derecho como de la Liturgia. Puedo decir con certeza, basado en mi conocimiento de los debates conciliares y mi lectura repetida de los discursos pronunciados por los Padres del Concilio, que esto no corresponde a las intenciones del Concilio Vaticano II».“Zum motuproprio Summorum Pontificum”, en Una Voce Korrespondenz 38/3 [2008], 201–214.

La Fiesta de la Fe: Ensayo de Teología Litúrgica, 1986

«Como “fiesta”, la Liturgia va más allá del ámbito de lo que se puede hacer y manipular; nos introduce en el ámbito de la realidad viva dada, que se nos comunica. Por eso, en todos los tiempos y en todas las religiones, la ley fundamental de la Liturgia ha sido la ley del crecimiento orgánico dentro de la universalidad de la tradición común. Incluso en la gran transición del Antiguo al Nuevo Testamento, esta regla no se violó; la continuidad del desarrollo litúrgico no se interrumpió […] Ni los apóstoles ni sus sucesores “hicieron” una liturgia cristiana; creció orgánicamente como resultado de la lectura cristiana de la herencia judía, moldeando su propia forma mientras lo hacía […]

[…] En parte, es simplemente un hecho que el Concilio fue dejado de lado. Por ejemplo, el mismo había dicho que el idioma del Rito Latino debía seguir siendo el latín, aunque se podría dar un alcance adecuado a la lengua del pueblo. Hoy podríamos preguntarnos: ¿Existe ya un rito latino? Ciertamente no se nota […]

[…] De hecho, no existe tal cosa como una Liturgia Tridentina, y hasta 1965 la frase no habría significado nada para nadie. El Concilio de Trento no “hizo” una liturgia. Estrictamente hablando, tampoco existe tal cosa como el Misal de Pío V. El Misal que apareció en 1570 por orden de Pío V difería solo en pequeños detalles de la primera edición impresa del Misal Romano de unos cien años antes. Básicamente, la reforma de Pío V solo se preocupaba por eliminar ciertas adiciones de la Baja Edad Media y los diversos errores y erratas que se habían deslizado. Así, nuevamente, prescribió el Misal de la Ciudad de Roma, que había permanecido en gran parte libre de estos defectos, para toda la Iglesia […]

[…] [E]l nuevo Misal se publicó como si fuera un libro elaborado por académicos, no como una fase más en un proceso de crecimiento continuo. Tal cosa nunca antes había sucedido. Es absolutamente contrario a las leyes del desarrollo litúrgico, y ha resultado en la noción sin sentido de que Trento y Pío V habían “producido” un Misal hace cuatrocientos años. La Liturgia católica quedó así reducida al nivel de un mero producto de los tiempos modernos. Esta pérdida de perspectiva es realmente preocupante […]»La Fiesta de la Fe: Ensayo de Teología Litúrgica, 1986, pp. 86-87.

Mi Vida: Autobiografía, 1988

«[…] [E]l hecho de que se presentase [el misal posconciliar] como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese aparecer la Liturgia, de alguna manera, ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se “hace”, que no es algo que existe antes que nosotros, algo “dado”, sino que depende de nuestras decisiones. Como consecuencia de ello, no se reconoce esta capacidad solo a los especialistas o a una autoridad central, sino a que, en definitiva, cada “comunidad” quiera darse una liturgia propia. Pero cuando la Liturgia es algo que cada uno hace a partir de sí mismo, entonces no nos da ya la que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, que no es un producto nuestro, sino nuestro origen y la fuente de nuestra vida […] Entonces la comunidad se está celebrando a sí misma, lo cual es una actividad completamente infructuosa […] Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia […] Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende, en gran parte, de la desintegración de la Liturgia […]»Mi Vida: Autobiografía, 1988, pp. 148–49.

Alocución a los Obispos de Chile, 1988

«Muchas exposiciones dan la impresión de que, después del Vaticano II, todo haya cambiado y lo anterior ya no puede tener validez; o, en el mejor de los casos, sólo la tendrá a la luz del Vaticano II […] La verdad es que el mismo Concilio no ha definido ningún dogma y ha querido, de modo consciente, expresarse en un rango más modesto, meramente como Concilio pastoral; sin embargo, mu­chos lo interpretan como si fuera casi el superdogma que quita importancia a todo lo demás.

Esta impresión se refuerza especialmente por hechos que ocurren en la vida corriente. Lo que antes era considerado lo más santo –la forma transmitida por la Liturgia–, de repente aparece como lo más prohibido y lo único que, con seguridad, debe rechazarse. No se tolera la crítica a las medidas del tiempo posconciliar; pero donde están en juego las antiguas normas, o las grandes verdades de la fe, o bien no se reacciona en absoluto, o bien se hace sólo de forma extremadamente atenuada.

Todo esto lleva a muchas personas a preguntarse si la Iglesia de hoy es realmente todavía la misma de ayer, o si no será que se la han cambiado por otra sin avisarlesAlocución a los Obispos de Chile, 1988.

Revue Theologisches, 1990

«El resultado [de los cambios litúrgicos] no ha sido una revigorización sino una devastación […] [E]n lugar de la Liturgia que se había venido desarrollando, se colocó una liturgia que se ha inventado. Se ha abandonado el proceso vital de crecimiento y devenir para sustituirlo por una fabricación. Ya no se quería continuar el desarrollo y la maduración orgánica de lo que ha ido creciendo a lo largo de los siglos, sino que se la reemplazó, a modo de producción técnica, por una invención, el producto banal del momento.»Comentario en Simandron—Der WachklopferGedenkschrift für Klaus Gamber (1919-1989), ed. Wilhelm Nyssen [Cologne: Luthe-Verlag, 1989], 13–15, citado en Theologisches, 20.2 (Feb. 1990), 103–4.

La Sal de la Tierra, 1997

«Soy de la opinión, sin duda, de que el Rito antiguo debería concederse mucho más generosamente a todos aquellos que lo deseen. Es imposible ver qué podría ser peligroso o inaceptable en eso. Una comunidad está poniendo en entredicho su propio ser cuando de repente declara que lo que hasta ahora era su posesión más sagrada y suprema está terminantemente prohibida y cuando hace que el anhelo por la misma parezca algo fuera de lugar. ¿Se puede seguir confiando en ella en cualquier otra cosa? ¿No volverá a proscribir mañana lo que prescribe hoy?»La Sal de la Tierra, 1997, pp. 176–77

Discurso por el 10° aniversario del motu propio “Ecclesia Dei”, 1998

«Es bueno recordar […] lo que dijo el Cardenal Newman cuando observó que la Iglesia, en toda su historia, nunca abolió o prohibió las formas litúrgicas ortodoxas, algo que sería completamente ajeno al Espíritu de la Iglesia […] Las formas ortodoxas de un rito son realidades vivas, nacidas de un diálogo de amor entre la Iglesia y su Señor. Son las expresiones de la vida de la Iglesia en las que se condensan la fe, la oración y la vida misma de las generaciones, y en las que se encarnan, de forma concreta, a la vez la acción de Dios y la respuesta del hombre […]

[…] En la medida en que todos creamos, vivamos y actuemos con estas intenciones, podremos también persuadir a los obispos de que la presencia de la antigua Liturgia no perturba ni rompe la unidad de su diócesis, sino que es un don destinado a edificar el Cuerpo de Cristo, del cual todos somos servidores.»Discurso por el 10° aniversario del motu propio “Ecclesia Dei”, 1998 | http://unavoce.org/resources/card-ratzingers-1998-address-at-anniv.

Dios y el Mundo, 2000

«Para fomentar una verdadera conciencia en asuntos litúrgicos, también es importante que se levante la proscripción contra la forma de liturgia en uso válido hasta 1970 [la Misa Tradicional]. Cualquiera que hoy abogue por la existencia continua de esta liturgia o participe en ella es tratado como un leproso; toda tolerancia termina aquí. Nunca ha habido algo así en la historia; al hacer esto estamos despreciando y proscribiendo todo el pasado de la Iglesia. ¿Cómo se puede confiar en la Iglesia si las cosas son así?»Dios y el Mundo, 2000, p. 416 de la ed. inglesa (2002).

El Espíritu de la Liturgia, 2000

«Después del Concilio Vaticano II, surgió la impresión de que el Papa realmente podía hacer cualquier cosa en asuntos litúrgicos, especialmente si actuaba por mandato de un concilio ecuménico. Eventualmente, la idea de la Liturgia como algo recibido, el hecho de que uno no puede hacer con ella lo que quiera, se desvaneció de la conciencia pública de Occidente. De hecho, el Concilio Vaticano I de ninguna manera había definido al Papa como un monarca absoluto. Al contrario, lo presenta como garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la Tradición de fe, y eso también se aplica a la Liturgia. No es una “invención” de la jerarquía. Incluso el Papa solo puede ser un humilde servidor de su desarrollo legítimo y de su integridad e identidad permanentes […] La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición.»El Espíritu de la Liturgia, 2000, pp. 165–66.

Discurso dado durante el Congreso Litúrgico en Fontgombault, 2001

«Un grupo considerable de liturgistas católicos parece haber llegado prácticamente a la conclusión de que Lutero, en vez de Trento, estaba sustancialmente en lo cierto en el debate del siglo XVI […] Es sólo en este contexto de la negación efectiva de la autoridad de Trento, que la amargura de la lucha contra permitir la celebración de la Misa según el Misal de 1962, después de la reforma litúrgica, puede ser entendida. La posibilidad de celebrar así constituye la contradicción más fuerte, y por tanto [para ellos] más intolerable, de la opinión de quienes creen que la fe en la Eucaristía formulada por Trento ha perdido su valor […]

[…] Personalmente, desde un principio, fui partidario de la libertad de seguir usando el antiguo Misal, por una razón muy sencilla: ya se empezaba a hablar de romper con la Iglesia preconciliar, y de desarrollar varios modelos de Iglesia –una Iglesia de tipo preconciliar y obsoleta, y una Iglesia de tipo nuevo y conciliar […]

[…] Para subrayar que no hay ruptura esencial, que hay continuidad en la Iglesia, que conserva su identidad, me parece indispensable seguir ofreciendo la oportunidad de celebrar según el antiguo Misal, como signo de la identidad perdurable de la Iglesia. Ésta es para mí la razón más fundamental: lo que hasta 1969 fue la Liturgia de la Iglesia, para todos nosotros lo más santo que había, no puede convertirse después de 1969 –con una decisión increíblemente positivista– en lo más inaceptable.»Discurso dado durante el Congreso Litúrgico en Fontgombault, 2001, pp. 20, 148-49.

Carta a los obispos que acompañaba el motu proprio Summorum Pontificum, 2007

«[Q]uisiera llamar la atención sobre el hecho de que este Misal [de san Pío V] no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido. […]

[…] De este modo, he llegado a la razón positiva que me ha motivado a poner al día mediante este Motu Proprio el de 1988. Se trata de llegar a una reconciliación interna en el seno de la Iglesia. Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones hayan podido consolidarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o reencontrarla de nuevo. […]

[…] En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande, y no puede ser  improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el lugar que les corresponde.»Carta a los obispos que acompañaba el motu proprio Summorum Pontificum, 2007.