«POR LA VERDAD, LA JUSTICIA Y LA PAZ»: REFLEXIONES SOBRE EL FUTURO DE LA LITURGIA TRADICIONAL
Publicamos esta importante declaración de los organizadores de la peregrinación tradicional de Chartres (publicada en español por Infovaticana), que han estado bajo una fuerte presión de la jerarquía francesa para abandonar la orientación católica tradicional de la peregrinación, que acaba de completar su 43º edición. Esta declaración nos aportan unas importantes reflexiones sobre cual debe ser el futuro del rito Romano tradicional en la Iglesia católica.

Declaración de la Asociación Notre‑Dame de Chrétienté
Las cuestiones planteadas recientemente sobre el uso litúrgico del Vetus Ordo (o liturgia tradicional) durante la peregrinación de la cristiandad son una oportunidad para arrojar luz sobre la historia y el espíritu de nuestra peregrinación, y, más ampliamente, de nuestra familia espiritual vinculada a las «anteriores normas litúrgicas y disciplinarias de la tradición latina»¹.
Lamentamos que esta controversia se haya planteado pocos días antes de la peregrinación, con exigencias inéditas en un momento en que todos nuestros equipos se encuentran claramente en un periodo de intensa actividad con los preparativos finales de este gran evento espiritual. Pero, sobre todo, lamentamos que esto pueda oscurecer el mensaje esencial que busca transmitir la peregrinación a nuestros contemporáneos: este magnífico testimonio público de fe, gozoso y penitente, de una cristiandad sostenida por la esperanza del Reino de Cristo y deseosa de proclamar a Cristo en un mundo que se ha alejado de Él.
Lamentamos que no hayan prosperado propuestas de reunión planteadas hace meses. Esta falta de diálogo abierto y directo es preocupante. Nuevas restricciones —nunca antes impuestas desde el Motu Proprio Traditionis Custodes— se nos presentan ahora, sin esperar las directrices del nuevo pontificado sobre la delicada cuestión del lugar de la liturgia tridentina en la Iglesia, pues de eso se trata en realidad.
Quizás estemos, en efecto, ante un kairos, un momento especial que debemos aprovechar para superar disputas vanas y buscar juntos la paz que el Papa León XIV invocó el día de su elección, fruto del Espíritu Santo, que sabe superar los aparentes bloqueos:
«Sana nuestras heridas; renueva nuestra fuerza… Doblega el corazón y la voluntad obstinados… Guía los pasos extraviados» (Secuencia de Pentecostés).
Este es el sincero deseo expresado por la Asociación Notre-Dame de Chrétienté al desarrollar las siguientes reflexiones.
Un malentendido mediático
Una cierta simplificación mediática sugiere que todo se reduce a permitir o no que ciertos sacerdotes celebren el Novus Ordo para sus misas privadas durante la peregrinación. Pero ese no es el verdadero problema. Las cartas recibidas por la asociación son claras: se nos pide transformar a fondo el espíritu de nuestra peregrinación tradicional, haciendo del Novus Ordo la norma y del Vetus Ordo la excepción tolerada, sujeta a la autorización del obispo local o del Dicasterio para el Culto Divino.
Desde hace cuatro años, se exige este mismo cambio a toda nuestra familia espiritual, mal llamada «tradicionalista». Esta controversia, que podría parecer menor, debe comprenderse en el contexto de otros hechos que no hemos hecho públicos para no dificultar el diálogo con las autoridades jerárquicas.
Este año, para la peregrinación de Chartres, y para muchos peregrinos de diferentes regiones de Francia, se han multiplicado las restricciones al uso de la liturgia tridentina, con el fin de frenar el notable dinamismo de los apostolados que desean servir a la evangelización misionera de estas regiones. En algunas diócesis, el acceso a ciertos sacramentos según el rito antiguo está limitado o incluso prohibido.
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La amplitud de estas restricciones varía según la buena voluntad del obispo local, lo cual demuestra que es posible una interpretación tolerante del Traditionis Custodes. En otras diócesis, sin embargo, llueven decretos y prohibiciones, con una frialdad jurídico-canónica alejada del «cuidado pastoral y espiritual de los fieles» que evoca el mismo texto (art. 3 § 4).
Lo que se nos dice ahora, en efecto, es que la liturgia tridentina, en su unidad ritual, sacramental y espiritual, es un mal, una anomalía, de la que la Iglesia debe sanar y purificarse.¹
La fidelidad probada
«No se puede estar en comunión con la Iglesia si no se adopta el Novus Ordo, sea parcial o totalmente. Dura lex, sed lex. Obedezcan: la Iglesia ha hablado». Pero nosotros recordamos otra afirmación confiable de la Iglesia, que es además una promesa, en la cual nuestra familia espiritual ha depositado toda su confianza.
En 1988, cuando Mons. Lefebvre consagró cuatro obispos contra la voluntad de Roma, los organizadores laicos de la peregrinación de la cristiandad tomaron la dolorosa decisión de separarse de ese camino para permanecer en unidad visible con la Santa Sede. Fue en nombre de la unidad de la Iglesia —de la que hoy se nos acusa de atentar— que estos laicos y sacerdotes, profundamente apegados a la enseñanza tradicional de la fe, se dirigieron a San Juan Pablo II. Aquel día, el Santo Padre les dijo que su apego era “legítimo”; habló de la belleza y riqueza de ese tesoro de la Iglesia; y para honrar ese gesto filial, prometió garantizar y proteger, de forma amplia y generosa, las aspiraciones de los fieles apegados a las formas litúrgicas y disciplinares anteriores de la tradición latina, sin otra condición que el reconocimiento del Concilio Vaticano II y la validez del Novus Ordo.²
La Iglesia católica, teniendo en cuenta a las personas y su historia, nos dijo que al elegir la liturgia tridentina como camino auténtico de santificación, estábamos en comunión con la Iglesia. No podemos dudar de esta afirmación, cuyo valor permanece porque trasciende las circunstancias históricas dolorosas de 1988.
Incluso hoy, pese a numerosas injusticias, nuestra familia espiritual conserva una esperanza serena en las palabras de la Iglesia, de la que ha aprendido que, como cuestión de justicia natural, pacta sunt servanda (los pactos deben cumplirse). Se nos dice que hemos roto ese pacto endureciendo nuestras posiciones y rechazando manos tendidas. Pero desde 1988 no hemos cambiado nada en ese delicado equilibrio entre fidelidad a la Sede de Pedro y apego a la enseñanza tradicional de la Fe.
¿Qué es ese “apego”?
Poco se ha prestado atención a en qué consiste exactamente ese “apego” a la enseñanza tradicional de la Fe. Algunos lo minimizan, reduciéndolo a una sensibilidad, una categoría política, una nostalgia temerosa o un miedo a la modernidad. Otros lo exageran, acusándonos de hacer de la liturgia un fin en sí mismo.
Sin embargo, los peregrinos sabemos que el fin es el Cielo, que no debe confundirse con el camino que conduce a él, y que existen muchos caminos al santuario de la paz eterna. Creemos en la importancia y el valor intrínseco de las mediaciones en el orden de la salvación. Creemos en la libertad de los hijos de Dios para usar las riquezas que la Iglesia ha ofrecido durante 2000 años según sus necesidades y prudencia.
Para nuestra familia espiritual, la liturgia tradicional es el entorno sobrenatural para nuestro encuentro con Cristo. Sus palabras, sacramentos, Misa, oficios y catequesis han sido para muchos de nosotros la materia prima de nuestra fe, vehículo de la gracia, lengua materna para hablar con Dios y escucharlo.
Para otros, ha sido una causa providencial de conversión o renovación radical de la fe. Para muchos sacerdotes, esta liturgia se ha vuelto “visceral” en sentido bíblico, penetrando cada fibra de su ser sacerdotal. No es sentimentalismo estético, sino vida, aliento, expresión encarnada de la fe. Quienes creen que el cristianismo es religión de la Encarnación entienden que estas mediaciones no son accidentales ni intercambiables por decreto.
El peregrinaje, testimonio público
La peregrinación es un lugar dentro de la Iglesia donde laicos y sacerdotes experimentan esta atmósfera y lenguaje particular. Pero también es una magnífica oportunidad para que unos 19.000 peregrinos ofrezcan un testimonio radiante de la fe católica² y de su fervor espiritual, mediante procesiones, adoración, confesiones y Misas.
Es un espacio de fraternidad cristiana internacional, de vida en capítulos, encuentros, desapego, penitencia gozosa. Es donde se vive la cristiandad, convencidos de que es urgente promover la realeza social de Cristo sobre las sociedades temporales. Esta armonía no es un fin en sí misma, pero sus frutos espirituales lo demuestran.
Se nos recuerda que los laicos no tienen autoridad litúrgica, pero tienen derecho a fundar asociaciones, invitar y elegir temas para su apostolado: la renovación cristiana del orden temporal (*Apostolicam actuositatem*, 7). Citamos este texto del Vaticano II, que reconoce la autonomía del apostolado laico y sus opciones, protegiéndolo del clericalismo. No engañamos a nadie; sabemos que estas cuestiones no son universales. Pero la peregrinación de Chartres no es para todos los cristianos.
Nunca aspiramos a ser una respuesta universal. Estamos sorprendidos por su acogida. Afortunadamente, coexisten otras iniciativas eclesiales que complementan nuestra espiritualidad, con dinamismo misionero o caritativo.
Criando con otras expresiones de fe, pero sin diluir nuestras particularidades, porque la unidad del Verbo encarnado es demasiado rica para un solo lenguaje. Como dijo un teólogo ajeno a nuestra escuela: “Nada es más contrario a la verdadera unidad cristiana que la búsqueda de la unificación…”³
La libertad de una lengua espiritual
Esta expresión particular de la fe en Chartres está siendo asfixiada hoy por una violación de la conciencia. Sabemos el daño cuando se priva por la fuerza de la mediación connatural y sensorial. Eso ocurrió en 1969. Nada es más violento espiritualmente que decirnos que nuestro “lenguaje” solo puede hablarse en circunstancias excepcionales en el corazón de Chartres. O escucharlo sospechado de herejía, inválido, prohibido. Todo eso se nos ha dicho.
Pocos valoran el valor intrínseco de la liturgia tradicional y sus beneficios durante tres días. Nuestra especificidad es minimizada, incluso negada, considerada trivial o incidental, se nos presenta como una fijación generacional: “Los jóvenes no vienen por esto”.
Sin embargo, esto es lo que ofrecemos durante tres días desde hace 43 años, y no obligamos a nadie. Escuchar que una Misa según el Vetus Ordo puede ser sustituida por una Misa en latín ad orientem con incienso y canto gregoriano revela el desprecio hacia nuestra riqueza espiritual.
Se nos dice que la peregrinación será plenamente «de la Iglesia» cuando se abra al Novus Ordo. Lo recibimos con la misma violencia que una minoría a la que se le dice que solo será aceptada si renuncia a su cultura. Estamos convencidos de que la Iglesia puede proteger identidades minoritarias en nombre de la justicia natural y el respeto a las personas y culturas³.
No queremos cambiar la peregrinación, sino conservar su alma
Contrariamente a lo escrito, no imponemos restricciones litúrgicas en la peregrinación: ya hemos sufrido bastante. Pero queremos que siga siendo un lugar donde se ame y promueva la liturgia tradicional, especialmente por los organizadores y sacerdotes.
Este año, varios sacerdotes han manifestado su alegría por aprender esta liturgia para venir. Les pedimos:
- Servir a todos los peregrinos, no solo a sus fieles.
- Respetar el espíritu de estos tres días centrados en la Cristiandad y la liturgia tridentina.
Les solicitamos que se unan al espíritu de amor y celebración de estos tesoros espirituales, y no que intenten cambiar la peregrinación. Distinguiendo entre quienes rechazan estos principios —y no vienen por propia iniciativa— y aquellos que los aprecian pero aún no pueden celebrar el rito tridentino, por falta de tiempo o prohibición. Para estos últimos hemos ofrecido soluciones de hospitalidad litúrgica.
Tradición, Cristiandad, Misión
Si estamos apegados a los métodos tradicionales no es solo por apego emocional, sino porque reconocemos que la Iglesia atraviesa una grave crisis doctrinal y litúrgica. Esto plantea una dificultad: la existencia de comunidades tradicionales puede parecer un “reproche viviente” a otros métodos a los cuales se nos quiere asimilar.
Aclaramos: aceptamos plenamente el Concilio Vaticano II y el magisterio reciente. Lo estudiamos e interpretamos, según Benedicto XVI, a la luz de la Tradición, rechazando interpretaciones erróneas de pasajes conciliares ambiguos.⁴ No queremos ruptura entre Iglesia “pre” y “post” conciliar. Creemos en una Tradición viva y en el desarrollo orgánico del dogma, pero la Iglesia no puede alterar doctrina esencial en nombre del progreso.
Muchos peregrinos, incluso jóvenes, reconocen no haber recibido formación doctrinal, se sienten una generación sacrificada, con la fe oculta, y vienen en busca de respuestas claras. Este kairos requiere valorar y superar esta crisis de transmisión de la fe, porque la unidad de la Iglesia es primero unidad en la fe.⁴
Un rito no puede ser barrido por decreto
Litúrgicamente, reconocemos que la Misa de Pablo VI es plenamente válida y santificadora —como Carlo Acutis—. Sin embargo, siempre hemos expresado nuestras preocupaciones sobre el empobrecimiento expresivo de ciertas verdades en el Novus Ordo y sobre la reforma concebida más como construcción que desarrollo orgánico, según el cardenal Ratzinger.⁵
Desgraciadamente, en muchas celebraciones faltan los requisitos de la constitución Sacrosanctum Concilium, que sí se conservan en el rito antiguo. Como dijo Benedicto XVI, “la crisis actual de la Iglesia se debe en gran parte a la desintegración de la liturgia”. Esta es una razón principal para elegir y promover la liturgia tridentina en la peregrinación.
Una comunión viva y diacrónica
Muchos peregrinos participan de ambas formas del rito romano en sus parroquias y diócesis. Al mismo tiempo, otros manifiestan su dificultad espiritual con la nueva liturgia y la indignación ante abusos litúrgicos sin condena. Para un sector de cristianos, la nueva liturgia no es su lengua para hablar con Dios ni para escucharlo. Esto no cambiará con la fuerza.
¿Es una tragedia? No. La Iglesia cuenta con más de 20 ritos litúrgicos distintos, todos válidos para el encuentro con el Dios invisible. La unidad de la Iglesia nunca ha temido la diversidad.
Confiamos en la Iglesia
Iniciamos este nuevo capítulo con confianza en la bondad de nuestra Madre Iglesia y en la solicituid del Santo Padre. Creemos en el diálogo verdadero y respetuoso, que puede dar frutos. No queremos formar una Iglesia aparte. Solo pedimos servir a la Iglesia con nuestra identidad, apego y lengua materna.
Como decía el padre Coiffet en 1988: “No somos nosotros quienes salvaremos a la Iglesia; es la Iglesia la que nos salvará”. Con este espíritu acogimos el llamado del Papa León XIV a las Iglesias Orientales: “Conservad vuestras tradiciones sin diluirlas”.⁶
Quizá sea una vía para reconocer a nuestra familia espiritual un estatuto que desbloquee esta situación.
¿Y si la tradición fuera condición de comunión?
No se trata solo de proteger minorías por caridad. Planteamos esta pregunta:
¿Y si preservar la liturgia tradicional y proteger los lugares donde se aprecia fuera esencial, incluso indispensable, para la comunión de la Iglesia consigo misma?
Esta “comunión diacrónica” con el pasado fue central en el pensamiento de Benedicto XVI y quizá la razón teológica principal del Motu Proprio Summorum Pontificum.⁶
Hasta entonces, rezamos para que Nuestra Señora de la Buena Esperanza nos libre de la amargura y dureza de corazón, y nos mantenga en la alegría de servir a Cristo y su Iglesia. Las pruebas y contradicciones acompañan al peregrino; también la tentación de abandonar. Pero no queremos abandonar la única columna: la Iglesia que marcha hacia el Santuario deseado.
Nuestra reunión es única. A veces inquieta, habla un idioma peculiar y se expresa con voz fuerte, pero tiene su lugar en la inmensa peregrinación de la cristiandad. Quiere proclamar a Cristo con sus pilares: Tradición, Cristiandad, Misión. Para algunos, estos son su vínculo vital con Jesús. Por ellos pedimos que se cumpla la promesa de Juan Pablo II a nuestra familia espiritual. Y el día que dejemos de proclamar a Cristo para hablar de nosotros, se nos prohibirá: lo habremos merecido.
“Todos en la Iglesia deben conservar la unidad en lo esencial. Pero que todos, según sus dones, disfruten debida libertad, en sus formas de vida espiritual, diferentes ritos litúrgicos o elaboraciones teológicas. En todo prevalezca la caridad…” (Vaticano II, Unitatis Redintegratio 4, §7).
Asociación Notre-Dame de Chrétienté
7 de junio de 2025
[1] Juan Pablo II, Motu proprio Ecclesia Dei, 2 de junio de 1988.
[2] Juan Pablo II, Motu proprio Ecclesia Dei, 2 de junio de 1988 y Memorándum de entendimiento del 5 de mayo de 1988.
[3] Y. de MONTCHEUIL, « La liberté et la diversité dans l’unité », dansL’Église est une, Hommage à Moehler, éd.P. Chaillet, París, Bloud et Gay, 1939, p. 252.
[4] Como el Magisterio ha repetido en múltiples ocasiones: CIC 2105 sobre la libertad religiosa; nota de la CDF del 7 de julio de 2007 sobre la «subsistit in«; la declaración «Dominus Jesus» de la CDF del 6 de agosto de 2000 sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia.
[5] J. RATZINGER, Ma vie, Souvenirs 1927-1977, París, Fayard, 1997, p.134-135.
[6] J. RATZINGER, Discurso al final de las conferencias litúrgicas de Fontgombault (22-24 de julio de 2001), publicado en Une histoire de la Messe, por un monje de Fontgombault, La Nef, 2003: «Para subrayar que no ha habido una ruptura fundamental, que la continuidad y la identidad de la Iglesia permanecen intactas, creo que es esencial mantener la posibilidad de celebrar según el antiguo Misal como signo de la identidad perdurable de la Iglesia. Esta es la razón fundamental para mí: lo que hasta 1969 era la liturgia de la Iglesia, lo más sagrado para todos nosotros, no puede convertirse después de 1969 – con un positivismo increíble – en la cosa más inaceptable […]. No cabe duda de que un rito venerable como el rito romano vigente hasta 1969 es un rito de la Iglesia, un tesoro de la Iglesia y, por tanto, debe ser conservado en la Iglesia».
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