IMPORTANTÍSIMA HOMILÍA DEL CARDENAL SARAH ANTE 15.000 JÓVENES EN LA CATEDRAL DE CHARTRES (FRANCIA)
Como culmen a la 36ª Peregrinación Internacional Paris-Chartres, en la que han participado miles de jóvenes tradicionales venidos de todas las partes del mundo, entre ellos, el Grupo Joven Sursum Corda de la Asociación Una Voce Sevilla, el pasado lunes de Pentecostés se celebró una Misa Pontifical solemne a la que asistieron cerca de 15.000 jóvenes, en la que su oficiante, Su Eminencia el Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación vaticana para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, pronunció una importante homilía por los temas eclesiales de actualidad que abordó en ella e ir dirigida especialmente a los jóvenes católicos de hoy.
A continuación, y gracias a la traducción en español publicada por la web Infovaticana, transcribimos el texto completo de la homilía.
Queridos peregrinos de Chartres,
“La luz ha venido al mundo”, nos dice Jesús hoy en el Evangelio ( Juan 3, 16-21 ), “y los hombres han preferido la oscuridad”.
Y ustedes, queridos peregrinos, ¿han acogido la única luz que no engaña: la de Dios? Han caminado por tres días, orado, cantado, sufrido bajo el sol y bajo la lluvia: ¿Recibieron la luz en sus corazones? ¿Realmente han abandonado la oscuridad? ¿Han elegido seguir el Camino siguiendo a Jesús, que es la Luz del mundo? Queridos amigos, permítanme formularles esta pregunta radical, porque si Dios no es nuestra luz, todo lo demás se vuelve inútil. Sin Dios, ¡todo es oscuridad!
Dios vino a nosotros, se hizo hombre. Nos ha revelado la única verdad que salva, murió para redimirnos del pecado, y en Pentecostés nos dio el Espíritu Santo, nos dio la luz de la fe … ¡pero preferimos la oscuridad!
¡Miremos a nuestro alrededor! La sociedad occidental ha elegido establecerse sin Dios. Somos testigo de cómo ahora se entrega a las llamadas y engañosas luces de la sociedad de consumo, para obtener ganancias a toda costa, desde un individualismo frenético.
¡Un mundo sin Dios es un mundo de oscuridad, de mentiras y de egoísmo!
Sin la luz de Dios, ¡la sociedad occidental anda como un ebrio en la noche! No tiene suficiente amor para acoger a los niños, protegerlos desde el útero de su madre, ni protegerlos de la agresión de la pornografía.
Privada de la luz de Dios, la sociedad occidental ya no sabe cómo respetar a sus ancianos, acompañar hasta la muerte a sus enfermos, hacer lugar para los más pobres y los más débiles.
La sociedad está abandonada a la oscuridad del miedo, la tristeza y el aislamiento. No tiene nada que ofrecer excepto el vacío y la nada. Y permite la proliferación de las ideologías más locas.
Una sociedad occidental sin Dios puede convertirse en la cuna de un terrorismo ético y moral más virulento y más destructivo que el terrorismo islamista. Recuerden que Jesús nos dijo: “Y no temas a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno “(Mateo 10, 28).
Queridos amigos, perdónenme estas afirmaciones. Pero uno debe ser claro y realista.
Si les hablo de esta manera, es porque, en mi corazón sacerdotal y pastoral, siento compasión por tantas almas caprichosas, perdidas, tristes, preocupadas y solas. ¿Quién los llevará a la luz? ¿Quién les mostrará el camino a la verdad, el único camino verdadero de libertad que es el de la Cruz? ¿Vamos a dejar que las almas sean entregadas al error, al nihilismo sin esperanza, o al islamismo agresivo?
Debemos proclamar al mundo que nuestra esperanza tiene un nombre: ¡Jesucristo, el único Salvador del mundo y de la humanidad! ¡Ya no podemos estar en silencio!
Queridos peregrinos de Francia, ¡miren esta catedral! ¡Sus antepasados la construyeron para proclamar su fe! Todo, en su arquitectura, su escultura, sus ventanas, proclama la alegría de ser salvo y amado por Dios. Sus antepasados no fueron perfectos, no carecieron de pecados. ¡Pero querían dejar que la luz de la fe iluminara su oscuridad!
Hoy, tú también, Pueblo de Francia, ¡despierta! ¡Elige la luz! ¡Renuncia a la oscuridad!
¿Cómo puede hacerse esto? El Evangelio nos dice: “El que obra según la verdad sale a la luz”. Dejemos que la luz del Espíritu Santo ilumine nuestra vida de manera concreta, incluso en las partes más íntimas de nuestro ser más profundo. Actuar de acuerdo con la verdad es primero poner a Dios en el centro de nuestras vidas, ya que la Cruz es el centro de esta catedral.
¡Mis hermanos, elijan acudir a Él todos los días! En este momento, comprométanse a guardar unos minutos de silencio todos los días para dirigirse a Dios y decirle: “¡Señor, reina en mí! ¡Te regalo toda mi vida! ”
Queridos peregrinos, sin silencio, no hay luz. La oscuridad se alimenta del ruido incesante de este mundo, lo que nos impide volvernos a Dios.
Tomen el ejemplo de la liturgia de la misa hoy. Nos lleva a la adoración, al temor filial y al amor en presencia de la grandeza de Dios. Culmina en la Consagración donde juntos, de cara al altar, nuestra mirada dirigida al anfitrión, a la cruz, nos comunicamos en silencio en recogimiento y en adoración.
Queridos amigos, amemos estas liturgias que nos permiten saborear la presencia silenciosa y trascendente de Dios y volvernos hacia el Señor.
Queridos hermanos sacerdotes, quiero dirigirme a ustedes específicamente. El Santo Sacrificio de la Misa es el lugar donde encontrarán la luz para su ministerio. El mundo en el que vivimos nos exige constantemente. Estamos constantemente en movimiento, sin tener cuidado de detenernos y tomarnos el tiempo para ir a un lugar desierto a descansar un poco, en soledad y silencio, en compañía del Señor. Existe el peligro de que nos consideremos como “trabajadores sociales“. Entonces, no traemos la Luz de Dios al mundo, sino nuestra propia luz, que no es lo que los hombres esperan de nosotros. Lo que el mundo espera del sacerdote es Dios y la luz de su Palabra proclamada sin ambigüedad ni falsificación.
Déjennos saber cómo acudir a Dios en una celebración litúrgica, llena de respeto, silencio y santidad. No inventen nada en la liturgia. Recibamos todo de Dios y de la Iglesia. No busquemos espectáculo o éxito. La liturgia nos enseña: Ser sacerdote no es sobre todo hacer muchas cosas. ¡Es estar con el Señor, en la Cruz! La liturgia es el lugar donde el hombre se encuentra con Dios cara a cara. La liturgia es el momento más sublime cuando Dios nos enseña a “conformarnos a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8, 29). La liturgia no es y no debe ser motivo de dolor, lucha o conflicto. En la forma ordinaria, al igual que en la forma extraordinaria del rito romano, lo esencial es volverse a la Cruz, a Cristo, nuestro Oriente, nuestro Todo y nuestro único Horizonte.
Queridos compañeros sacerdotes, mantengan siempre esta certeza: ¡estar con Cristo en la Cruz es lo que el celibato sacerdotal proclama al mundo! El plan, nuevamente propuesto por algunos, de separar el celibato del sacerdocio al conferir el sacramento de la Orden a los hombres casados (“viri probati”) por, dicen, “razones o necesidades pastorales”, tendría serias consecuencias, de hecho, para romper definitivamente con la Tradición Apostólica. Nos gustaría fabricar un sacerdocio de acuerdo a nuestra dimensión humana, pero sin perpetuar, sin extender el sacerdocio de Cristo, obediente, pobre y casto. De hecho, el sacerdote no es solo un “alter Christus”, sino que es verdaderamente “ipse Christus”, ¡él es Cristo mismo! Y es por eso que, siguiendo a Cristo y la Iglesia, ¡el sacerdote siempre será un signo de contradicción! A ustedes, queridos cristianos, Laicos comprometidos con la vida de la ciudad, quiero decir con fuerza: “¡No tengan miedo! ¡No tengas miedo de traer la luz de Cristo a este mundo!
Tu primer testigo debe ser tu propio ejemplo: ¡actúa de acuerdo con la Verdad! En su familia, en su profesión, en sus relaciones sociales, económicas, políticas, ¡que Cristo sea su Luz! ¡No tengas miedo de testificar que tu alegría proviene de Cristo!
¡Por favor, no escondan la fuente de su esperanza! ¡Por el contrario, proclámelo! ¡Testifíquelo! ¡Evangelice! ¡La Iglesia le necesita! Recuerde que solo “¡el Cristo crucificado revela el verdadero significado de la libertad”(Veritatis Splendor 85) y libera la libertad que está hoy encadenada por falsos derechos humanos, todo orientado hacia la autodestrucción del hombre!
Para ustedes, queridos padres, quiero enviar un mensaje especial. Ser padre y madre en el mundo de hoy es una aventura llena de sufrimiento, obstáculos y preocupaciones. La Iglesia les dice: “¡Gracias!” Sí, ¡gracias por el generoso regalo de ustedes mismos! Tengan el coraje de criar a sus hijos a la luz de Cristo. A veces tendrán que luchar contra el viento dominante y soportar la burla y el desprecio del mundo. ¡Pero no estamos aquí para complacer al mundo! “Proclamamos un Cristo crucificado, un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles” (1 Corintios 1, 23-24) ¡No teman! ¡No se rindan! La Iglesia, a través de la voz de los Papas, especialmente desde la encíclica Humanae Vitae, les confía una misión profética: testificar ante todos sobre nuestra confianza gozosa en Dios, quien nos ha hecho guardianes inteligentes del orden natural.
Queridos padres y madres, ¡la Iglesia los ama! ¡Amen a la Iglesia! Ella es su madre. No se unan a los que se ríen de ella, porque solo ven las arrugas de su cara envejecidas por siglos de sufrimiento y dificultades. Incluso hoy, ella es hermosa e irradia santidad.
¡Finalmente, quiero dirigirme a ustedes, los jóvenes que son numerosos aquí!
Sin embargo, les ruego primero que escuchen a un “anciano” que tiene más autoridad que yo. Este es el evangelista San Juan. Más allá del ejemplo de su vida, San Juan también dejó un mensaje escrito a los jóvenes. En su Primera Carta, leemos estas conmovedoras palabras de un anciano a los jóvenes de las iglesias que él había fundado. Escuchen su voz llena de vigor, sabiduría y calidez: “Les escribo, jovencitos, porque ustedes son fuertes, y la palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al maligno. No amen al mundo ni a las cosas del mundo ” (1 Juan 2, 14-15).
El mundo que no debemos amar, como el Padre Raniero Cantalamessa comentó en su homilía del Viernes Santo de 2018, no es, como todos sabemos, el mundo creado y amado por Dios, no son las personas del mundo a quienes, por el contrario, debemos acudir siempre, especialmente los pobres y los pobres de los pobres, para amarlos y servirles humildemente … ¡No! El mundo que no debemos amar es otro mundo; es el mundo tal como se convirtió bajo el gobierno de Satanás y el pecado. El mundo de las ideologías que niegan la naturaleza humana y destruyen la familia … las estructuras de la ONU, que imponen una nueva ética global, juegan un papel decisivo y se han convertido hoy en un poder abrumador, difundiéndose a través de las posibilidades ilimitadas de la tecnología. En muchos países occidentales, hoy en día es un crimen negarse a someterse a estas horribles ideologías. Esto es lo que llamamos adaptación al espíritu de los tiempos, conformismo. Un gran creyente británico y poeta del siglo pasado, Thomas Stearns Eliot escribió algunos versos que dicen más que libros enteros: “En un mundo de fugitivos, la persona que tome la dirección opuesta parecerá huir”.
Queridos jóvenes cristianos, si es permisible que un “anciano”, como San Juan, les hable directamente, también yo les exhorto, y les digo, ¡han vencido al Maligno! Luche contra cualquier ley contra la naturaleza que se les imponga, y que oponga cualquier norma contra la vida, contra la familia. ¡Sean de aquellos que toman la dirección opuesta! ¡Atrévanse a ir contra! Para nosotros, cristianos, la dirección opuesta no es un lugar, es una Persona, es Jesucristo, nuestro Amigo y nuestro Redentor. Una tarea les es especialmente encomendada: salvar al amor humano de la deriva trágica en la que ha caído: el amor, que ya no es el regalo de uno mismo, sino solo la posesión del otro, una posesión a menudo violentamente tiránica. En la Cruz, Dios se reveló a sí mismo como “ágape”, es decir, como un amor que se entrega a la muerte. Amar de verdad es morir por el otro.
Queridos jóvenes, a menudo, sin duda, sufren en su alma la lucha de la oscuridad y la luz. A veces se sienten seducidos por los placeres fáciles del mundo. Con todo mi corazón de sacerdote, les digo: ¡no lo duden! ¡Jesús les dará todo! Siguiéndolo para ser Santos, ¡no perderán nada! ¡Ganarán la única alegría que nunca decepciona!
Queridos jóvenes, si hoy Cristo los llama a seguirlo como sacerdotes, como religiosos, ¡no lo duden! Díganle a Él: “fiat”, ¡un sí entusiasta e incondicional!
Dios quiere que lo necesiten, ¡qué gracia! ¡Que alegría! Occidente ha sido evangelizado por los Santos y los Mártires. ¡Ustedes, jóvenes de hoy, serán los santos y los mártires que las naciones están esperando en una Nueva Evangelización! ¡Sus patrias están sedientas de Cristo! ¡No las decepcionen! ¡La Iglesia confía en ustedes!
Oro para que muchos de ustedes respondan hoy, durante esta Misa, a la llamada de Dios para seguirlo, dejarlo todo por él, por su luz. Queridos jóvenes, no tengan miedo. ¡Dios es el único amigo que nunca les decepcionará! Cuando Dios llama, es radical. Significa que va todo el camino hasta la raíz. Queridos amigos, ¡no estamos llamados a ser cristianos mediocres! ¡No, Dios nos llama a todos al regalo total, al martirio del cuerpo o del corazón!
Queridos habitantes de Francia, ¡fueron los monasterios los que hicieron la civilización de su país! Fueron hombres y mujeres los que aceptaron seguir a Jesús hasta el final, radicalmente, los que han construido la Europa cristiana. Debido a que han buscado solo a Dios, han construido una civilización hermosa y pacífica, como esta catedral.
Gente de Francia, pueblos de Occidente, ¡encontrarán la paz y la alegría solo buscando a Dios! ¡Regresen a la Fuente! ¡Regresen a los monasterios! Sí, ¡todos ustedes, atrévanse a pasar unos días en un monasterio! En este mundo de tumulto, fealdad y tristeza, los monasterios son oasis de belleza y alegría. Experimentarán que es posible poner concretamente a Dios en el centro de todas sus vidas. Experimentarán la única alegría que no pasa.
Queridos peregrinos, abandonemos la oscuridad. ¡Elijamos la luz! Pidamos a la Santísima Virgen María saber decir “fiat”, es decir, sí, plenamente, como ella, para recibir la luz del Espíritu Santo como lo hizo ella…
… pidamos a Nuestra Santísima Madre tener un corazón como el suyo, un corazón que no le niega nada a Dios, un corazón ardiente con amor por la gloria de Dios, un corazón ardiente para anunciar a los hombres las Buenas Nuevas, un corazón generoso, un corazón tan abundante como el corazón de María, tan abundante como el de la Iglesia, y tan rico como el del Corazón de Jesús ! ¡Que así sea!
IN MEMORIAM: CARDENAL CASTRILLÓN HOYOS (1929-2018). UN GRAN DEFENSOR DE LOS DERECHOS DE LA MISA TRADICIONAL
En la madrugada del pasado 18 de mayo, ha fallecido en Roma el Cardenal Darío Castrillón Hoyos (1929-2018), quien asumiera, entre otras importantes responsabilidades pastorales y de la curia romana, la presidencia de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei entre los años 2000 y 2009.
Cardenal Darío Castrillón Hoyos
El Cardenal Castrillón Hoyos nació el 4 de julio de 1929 en Medellín, Colombia, hijo de don Manuel Castrillón Castrillón y doña María Hoyos Salas. Estudió en los seminarios de Antioquía y de Santa Rosa de Osos, para luego continuar sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde obtuvo su doctorado en Derecho Canónico, y cursó estudios de sociología en la Universidad de Lovaina, Bélgica. Fue ordenado sacerdote por Monseñor Alfonso Carinci el día 26 de octubre de 1952 en la Basílica de los Santos Apóstoles de Roma, incardinándose para la diócesis de Santa Rosa de Osos. Se desempeñó inicialmente en diversas labores como vicario parroquial y colaboró con diversas iniciativas diocesanas, como director de los Cursillos de Cristiandad, la juventud obrera católica y la Legión de María.
En 1966, fue nombrado secretario general de la Conferencia Episcopal colombiana, asumiendo además el cargo de catedrático de Derecho Canónico en la Universidad Libre con sede en Bogotá. Asimismo, participó como delegado en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Medellín, el año 1968.
Su Eminencia celebrando Misa Pontifical
(Misa Tradicional en La Plata)
El 2 de junio de 1971 el papa Pablo VI lo nombra obispo titular de Villa del Re y obispo coadjutor, con derecho a sucesión, de la Diócesis de Pereira. Fue consagrado obispo el 18 de julio de ese mismo año por Angelo Palmas, entonces nuncio de Su Santidad en Colombia. Asumió como obispo de Pereira el 1 de julio de 1976. En 1979 participó en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla. Fue secretario general del CELAM desde 1983 hasta 1987 y presidente del mismo organismo desde ese año hasta 1991 y colaborando en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Santo Domingo (1992). Destacó en todos sus encargos un estricto apego a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia, aún en medio de los aires de cambio y progresismo dominantes en la época.
El 16 de diciembre de 1992 fue promovido a la sede metropolitana de Bucaramanga como su arzobispo. En tales años, asumió una lucha frontal contra el narcotráfico y el terrorismo imperantes en dicho país, denunciando las atrocidades cometidas por todos los grupos guerrilleros de entonces. Popularmente conocida es la acción que desarrolló en la escena política colombiana, ya que emprendía largas caminatas por la montaña para visitar a líderes guerrilleros con el fin de explicarles las bondades de deponer su acción violentista. Se dice que incluso visitó disfrazado a Pablo Escobar, para convencerlo de entregarse a la justicia.
Su Eminencia recibiendo la birreta cardenalicia de manos de San Juan Pablo II
El 15 de junio de 1996, el papa San Juan Pablo II lo nombra Pro-prefecto de la Congregación para el Clero, por lo que renuncia al gobierno de su arquidiócesis el 15 de junio de 1996. Dos años más tarde, el 21 de febrero de 1998, fue creado cardenal en el séptimo Consistorio de San Juan Pablo II, recibiendo la diaconía del Santísimo Nombre de María en el Foro Trajano, y nombrado Prefecto de la Congregación para el Clero. Como prefecto impulsó la modernización tecnológica de su dicasterio, promoviendo iniciativas como la página clerus.org y “bibliaclerus”. En otras responsabilidades encomendadas por el Papa San Juan Pablo II, se le encomendó servir como enviado especial de Su Santidad para la firma del Acuerdo Definitivo entre Perú y Ecuador para resolver su disputa fronteriza en Brasilia el 26 de octubre de 1998.
El 14 de abril de 2000 fue nombrado por el papa San Juan Pablo II como presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei. Bajo su administración se promulgó el Motu Proprio Summorum Pontificum de S.S. Benedicto XVI, el cual permitió la libertad del uso del Misal y los demás libros litúrgicos editados el año 1962, reconociendo que el rito romano nunca había sido abrogado. Durante esos años, realizó una infatigable labor por lograr un acuerdo práctico para regularizar la situación canónica de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, así como servir de pastor y vínculo con la curia vaticana de numerosas agrupaciones religiosas surgidas al alero de la Pontificia Comisión que él presidía.
Su Eminencia celebrando Misa Tradicional
Su actividad no estuvo restringida solamente a la vida de la curia vaticana, sino que continuó sirviendo como representante de Su Santidad en diversos eventos de la vida de la Iglesia hispanoamericana. En nuestro medio, valga recordar su misión como enviado especial del Papa San Juan Pablo II para la clausura del Congreso Eucarístico Nacional en Chile y la dedicación de la nueva Catedral en la diócesis de San Bernardo, el mes de noviembre del año 2000.
El 8 de julio de 2009, el Santo Padre Benedicto XVI, acepta su renuncia como presidente de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei por motivos de edad, tras haber cumplido 80 años de edad el 4 de julio, sucediéndole el Cardenal William Joseph Levada. Tras su retiro de la actividad pública, permaneció residiendo en la ciudad del Vaticano, donde falleció en la madrugada del pasado 17 de mayo, a sus 88 años, producto de problemas hepáticos y dolencias propias de su avanzada edad.
Como Asociación nos sumamos a las muestras de pesar suscitadas con ocasión de su fallecimiento y nos adherimos con nuestras oraciones en sufragio del alma de un pastor que dedicó tantos esfuerzos por el reconocimiento del debido lugar de la Santa Misa tradicional en la vida de la Iglesia. Que el Señor reconforte a sus seres más queridos, y que a él lo recompense abundantemente y le conceda la Gloria de la visión beatífica. Requiescat in Pace. Amen
Fuente: Asociación litúrgica Magnificat (Una Voce Chile)
A continuación, les ofrecemos una interesante alocución del Cardenal Castrillón Hoyos a la «Latin Mass Society» de Inglaterra y Gales , a la que fue invitado en 2008 a oficiar la Santa Misa tradicional, sobre los motivos de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum por S.S. Benedicto XVI, y que publicamos en su momento en nuestra antigua web. Para acceder pinchar aquí
Acompañado del entonces presidente de la Federación Internacional Una Voce (Leo Darroch) y del presidente en funciones de Una Voce Sevilla (Juan Manuel Rodriguez), en la Basílica de San Pedro (Roma), durante la Asamblea General de la FIUV. Año 2011.
(Fotografía Una Voce Sevilla)
EL GRUPO JOVEN SURSUM CORDA REPRESENTARÁ A UNA VOCE SEVILLA EN LA PEREGRINACIÓN TRADICIONAL INTERNACIONAL PARIS-CHARTRES DE PENTECOSTÉS
Por primera vez en sus más de diez años de historia, la Asociación Una Voce Sevilla participará en la Peregrinación anual internacional Paris-Chartres, organizada por Notre-Dame de Chrétienté, que se celebrará, D.m.- el próximo fin de semana en Francia (del 19 al 21 de mayo), con ocasión de la festividad de Pentecostés, pues el Grupo Joven Sursum Corda, perteneciente a nuestra asociación, formará parte del capítulo español Nuestra Señora del Pilar, que organiza el Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote en España y que peregrinará con tal fin junto a miles de jóvenes tradicionales de todo el mundo.
Cabe destacar, que el Cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, celebrará la Santa Misa Pontifical, con la forma extraordinaria del Rito Romano, de clausura de la Peregrinación tradicional París-Chartres.
¡Pedimos al Señor y a su Santísima Madre lo mayores frutos espirituales para todos los participantes, y especialmente a los integrantes de nuestro Grupo Joven!
A continuación, les informamos con más detalles en qué consiste la referida Peregrinación, que este año cumple su 36º edición:
¿En qué consiste la Peregrinación París-Chartres?
Es una peregrinación que parte de Notre-Dame de París y llega a Notre-Dame de Chartres. La misma que han hecho reyes de Francia como San Luis o santos como San Bernardo, San Vicente de Paúl o San Luis María Griñón de Montfort. En la catedral de Chartres se encuentra desde finales del siglo IX el velo de la Santísima Virgen. Y allí fueron miles de peregrinos a venerar tan importante reliquia. Hasta que la revolución francesa saqueó la catedral, dañó el velo y puso fin a la peregrinaciones….. por un tiempo. Porque a finales del siglo XIX se retoman lentamente las peregrinaciones. Y a principios de los años 80 un grupo de jóvenes católicos tradicionales franceses decide hacer la peregrinación acabando con la Misa Tridentina. Al principio hubo cierta resistencia por parte de las autoridades a la Liturgia, pero en las ediciones sucesivas fueron aumentando el número de peregrinos, y finalmente se superan las resistencias y se los deja entrar en la Catedral. Y de esos humildes orígenes hasta hoy en día han pasado casi cuatro décadas. Y la peregrinación de Pentecostés se ha convertido simple y llanamente en todo un acontecimiento, de los más importantes de los fieles ligados a la Misa Tradicional.
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Velo de la Santísima Virgen en la Catedral de Chartres |
Cada año participan en la peregrinación de París a Chartres cerca de 12000 personas. En su grandísima mayoría son jóvenes. Esto muestra que existe futuro. Acompañados por cientos de sacerdotes, monjes, y religiosas. Es impresionante ver a miles y miles de peregrinos caminando por la campiña francesa, llevando estandartes con imágenes de los Santos o de advocaciones de la Virgen María, patronos de sus capítulos y llevando banderas enormes de sus países con el Sagrado Corazón en ellas.
¿Capítulos.. qué es eso?
Sí, los peregrinos nos juntamos en grupos. Y cada grupo lleva un estandarte y una bandera. ¿Y eso es todo? ¿Caminar de París a Chartres y ya? Eso se puede hacer sin tanta alharaca….
Bueno, es que mientras se marcha, hacemos meditaciones, rezamos el Rosario, tenemos charlas formativas y por su puesto tenemos la Santa Misa Tradicional todos los días. ¡Uff, qué serio todo eso, qué pereza! No tan rápido, tres días dan para mucho; además cantamos mientras caminamos, hay tiempo para charlar y para disfrutar en grupo, especialmente en la cena, después de un largo día de camino. En serio, quién no lo haya visto, ha de venir para verlo. Es sencillamente espectacular ver a miles y miles de peregrinos que rezan, que se confiesan mientras se marcha. Cientos de sacerdotes confesando sin parar…. ¡extraordinario! Y los que ya lo han vivido…. Pues no tengo mucho que decir ¿no? Supongo que ya estáis todos preparando las mochilas y contando los días que quedan para estar a las 6 de la mañana el sábado 19 de mayo a las puertas de Notre-Dame de París.
El año pasado, un grupo de españoles, el capítulo Nuestra Señora del Pilar hizo la peregrinación por primera vez. Fue muy bonito poder caminar con nuestra cruz de Santiago, nuestro estandarte de la Virgen del Pilar y nuestra bandera de España con el Sagrado Corazón. Fuimos unos veinte peregrinos que compartimos la dureza del camino, el recogimiento de las meditaciones, el fervor de las Misas, la alegría de los cantos, el alivio de las pausas, la satisfacción de la llegada, el gusto de compartir y rezar juntos y el entusiasmo de los Rosarios meditados. Y sobretodo el cambio interior que produce una peregrinación. Hay muchos frutos espirituales. Este año queremos ser más. Quisiéramos ser el capítulo de unión para todos los peregrinos de habla española, tanto de España como de Hispanoamérica.
Para consultar cualquier duda, pedir más información o inscribiros, no dudéis en poneros en contacto por email (nsdelpilar.chartres@gmail.com) o por teléfono con Daniel (609753891) o Carlos (650118172).
Fuente: ICRSS
SEVILLA: JUEVES 10 MAYO MISA TRADICIONAL-GREGORIANA FESTIVIDAD ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Les informamos que, fieles a la tradición secular de la Iglesia, el próximo JUEVES 10 DE MAYO, festividad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR, se oficiará –D.m.- Santa Misa según el Rito romano tradicional o gregoriano, a las 20:00 horas, en el Oratorio Escuela de Cristo de Sevilla, sito en el Barrio de Santa Cruz.
El uso legítimo de los libros litúrgicos vigentes en 1962 decretada por S.S. Benedicto XVI en Summorum Pontificum incluye el derecho a la utilización del calendario intrínseco a estos libros litúrgicos, y, por tanto, a los fieles que lo deseen, a celebrar la festividad de la Ascensión del Señor en Jueves asistiendo a Misa tradicional.
«Hay tres domingos en el año que relucen más que el sol«.
UNA VOCE SEVILLA
HEMEROTECA: «LA MISA TRADICIONAL». Leopoldo E. Palacios. (ABC 16/04/1976)
LA MISA TRADICIONAL
Por Leopoldo E. Palacios.
Uno de los espectáculos que ofrece el mundo religioso contemporáneo es el empeño que tienen algunos laicos en hacer entrar por las puertas de la iglesia las cosas que los clérigos han arrojado por la ventana. Ved lo que pasa con la misa tridentina latina de San Pío V, alma y centro del catolicismo, hoy tirada al desamparo para dar lugar a un nuevo rito en lenguas vernáculas.
La defenestración de la misa tradicional ha suscitado un plantel de personas fervientes, en su mayor parte laicos, que piden con vehemencia su restauración.
Quizá esto sea una compensación divina al desvío con que han tratado la misa tradicional los hombres que debían custodiarla.
¿Es así como se trata un modo de orar consagrado por una tradición de siglos? Primero han babelizado su lengua, después han deformado su rito. La caída del latín les ha dejado indiferentes. Era la pérdida de la unidad católica en beneficio de las divergencias nacionales, y además arrastraba consigo las maravillas del canto gregoriano y de la polifonía sagrada. ¡Qué importa!
Antes de que fuera asestado este golpe, preparado desde hace tiempo en la sombra, un presentimiento de infortunio cruzó la frente de la intelectualidad europea, y algunos hombres de letras y algunos artistas, no todos adictos a la Iglesia católica, unieron su voz para pedir a Roma la conservación del latín y del canto gregoriano, que encerraban inestimables valores de nuestra cultura. Ingmar Bergman, Pablo Casáls, Giorgio de Chirico, Carl Theodor Dreyer, Julien Green, Gertrud von Lefort, Salvador de Madariaga, Gabriel Marcel, Jacques Maritaín, Francois Mauriac, Luigi dalla Piccola, Salvatore Ouasimodo y otros no menos ilustres abogaban por la conservación de «uno de los mayores legados culturales de Occidente».
Desconocer lo que pedían estas voces fue un crimen de lesa cultura. Pero los reformadores de la liturgia cayeron en un error todavía más grave, perpetraron un desafuero contra la religión. Pues además de su valor cultural y humano las palabras litúrgicas tienen para el católico otra valía superior: la eficacia de impetrar el bien que pedimos de los poderes sobrenaturales del cielo. Aquí ya no se mira la lengua litúrgica a la manera de un lenguaje literario o como la letra de una música excepcional, sino como un conjunto de fórmulas públicas que tienen la virtud de hacer que los cielos nos sean propicios y nos colmen de dádivas sobrenaturales.
Por eso hay que proteger esta lengua contra toda posible variación, hay que inmunizarla contra la locura de los tiempos, hay que tenerla por vehículo fijo e inmutable, incluso sacrificando a esta seguridad la facilidad de ser entendida de las muchedumbres. Y también por eso ni para la misa ni para las fórmulas sacramentales (salvo en el matrimonio y en casos excepcionales del bautismo), sirven las lenguas vulgares, que son mudables, están en evolución y son inalcanzables por la autoridad, siquiera sea por la razón meramente cuantitativa de su número. En nuestros días, a fuerza de traducir el latín litúrgico a los idiomas de todas las gentes ya se ha empezado a perder el sentido de la lengua original, y hay sobrado peligro de que las fórmulas religiosas vayan perdiendo insensiblemente su misteriosa eficacia sobrenatural.
Este escollo era uno de los que más frenaban a la Iglesia para no dar el paso fatal que hoy han dado sus reformadores. En el Concilio de Trento (sesión 22, capítulo 8) se prohíbe que la misa sea celebrada de ordinario en lengua vulgar, es decir, se prohíbe la misma cosa que ahora se hace.
Mucho después de Trento el Magisterio condenó varías veces por boca de Clemente XI y de Pío VI, la proposición de introducir lenguas vulgares en las preces litúrgicas: proposición que «es falsa, temeraria, perturbadora del orden prescrito para la celebración de los misterios y fácilmente causante de mayores males».
Nunca como en nuestros días las circunstancias daban tanto la razón a la praxis secular de la Iglesia. Nunca como hoy ha sido tan necesaria una lengua nacionalmente neutra para el comercio espiritual de los hombres. Además, habiendo hoy muchos menos analfabetos que en la edad postridentina, un libro con el texto latino y la traducción era accesible a casi todos los fieles. Hoy se viaja también muchísimo más. Un libro con el texto latino y la traducción en una sola lengua podía servir para recorrer los templos católicos del mundo entero. Ahora nada de esto es posible, ni siquiera en España, donde las misas se dicen en cuatro idiomas: castellano, vascuence, catalán y gallego. Antes de la reforma los católicos peregrinantes se sentían extranjeros en todas partes, menos en el templo; y ahora, sin salir de su patria, se sienten extranjeros hasta en tos templos de su propia nación.
La caída del latín litúrgico, que arrastró consigo el canto gregoriano y la polifonía, sagrada, tenía un móvil clandestino: facilitar con la excusa del cambio la imposición del nuevo rito de Pablo VI. A primera vista nada puede decirse contra el nuevo rito considerado en absoluto.
Pero comparado con la misa tradicional se ve que es cosa distinta. El canon de la misa original es único; en la nueva ceremonia es cuádruple. Y aun escogiendo de los cuatro cánones el más favorable a la equiparación se notan las diferencias.
El resto es labor de tijera sobre la misa originaria, y a la poda se ha unido a veces la intromisión. Fueron cortadas a cercén las más bellas preces del ofertorio y otras que vienen detrás del «Pater noster» y de la comunión. Y ya al principio se han suprimido también las oraciones introductorias al pie del altar, «al Dios que alegra mi juventud», sin duda porque el altar ha cambiado de signo y ha sido sustituido por otra mesa, a la manera de los oficios protestantes.
Ante esta mesa nos muestra sin cesar su rostro, no siempre placentero, el «presidente de la asamblea», que ya no da la cara a Dios, sino al pueblo. John Epstein, en su bello libro titulado «¿Se ha vuelto loca la Iglesia católica?», pone de relieve la extrema vaguedad de las nuevas rúbricas comparadas con las exactísimas reglas de la misa tridentina, las cuales, de acuerdo con el sagrado carácter y función del celebrante, dirigían todos sus gestos y ademanes, adaptándolos a la expresión simbólica de la oración, la alabanza, el recogimiento o la adoración». Y recuerda la espléndida elevación de los brazos del sacerdote cuando, a la cabeza de su pueblo, entonaba el «Gloria in excelsis». Son innumerables las personas que advierten la superioridad de la misa tradicional sobre el nuevo rito, pero que no se atreven á decirlo por acatamiento al orden vigente. Luego vienen los otros y les motejan de pusilánimes. Quizá el caballo de batalla del actual catolicismo galopa por un círculo vicioso: unos dan a entender que hay que aceptar el nuevo rito porque lo ha promulgado este Papa, y otros contestan que no hay que aceptar este Papa, puesto que ha promulgado el nuevo rito. Es claro que los descontentos anteponen su propio juicio al juicio de la autoridad. Pero responden que, a pesar de la infalibilidad pontificia, los Papas sólo tienen derecho a la obediencia cuando transmiten inalterado el depósito de la fe.
Además citan la palabra de Cristo relativa a los falsos profetas. «Por su frutos los conoceréis» (Mt. 7, 16), señalando los males en que paran las reformas posconciliares: liturgia deformada, clima de confusión, catecismos ambiguos, seminarios que se cierran, congregaciones religiosas que languidecen.
Los descontentos aguantan con tesón estos males que consideran castigo de la Providencia. Su postura no es fácil. Desamparados de la mayor parte del alto clero, pero obedientes al mandato de Dios manifiesto en la tradición sagrada, procuran estar firmes en medio del espiritual cataclismo, apoyados en las escasas columnas de la Iglesia que todavía resisten a los embates del infierno.
Es una noche horrible. La cólera del cielo se desata y el huracán arrecia, y ya se han derrumbado preciosos techos y columnas vivas. Se dice que hay fuertes muros que aún pueden resistir hasta que asome la aurora, y estos católicos esperan con paciencia el amanecer, aunque tengan que pernoctar entre ruinas.
Publicado en diario ABC (Madrid) 16/04/1976, Página 3
ARTICULO: «ACERCA DE LA VERDADERA VIDA LITÚRGICA»
Compartimos a continuación con nuestros lectores un excelente artículo del Prof. Peter Kwasniewski, del cual se han publicado en este blog diversos artículos, en la que se rescata la idea de la vita liturgica, es decir, aquel modo de vivir la vida cristiana que pone en el centro de ella la Sagrada Liturgia, que es consciente de los tiempos litúrgicos y de lo propio de cada uno de ellos y que, en definitiva, vive «desde la Misa y para la Misa».
En sus reflexiones, el Prof. Kwasniewski comparte con nosotros su experiencia como profesor universitario en un college católico norteamericano, en la que ha podido comprobar a lo largo de los años cómo esa vita liturgica se da de un modo mucho más natural y evidente en aquellos estudiantes que provienen de un entorno tradicional, cercano a la Misa de Siempre, mientras que en aquellos estudiantes que no han conocido otra cosa más que la liturgia reformada la vita liturgica está por regla general ausente. Ello no es sorpresa, pues sin grandes dificultades puede comprobarse que la falta de sacralidad y de ritualidad de la liturgia reformada y la banalidad con la que con frecuencia ésta se celebra no puede sino favorecer dicha ausencia.
Nota: El artículo fue publicado en la web New Liturgical Movement. La traducción sido ha elaborada por la redacción de la Asociación Litúrgica Magnificat de Una Voce Chile. Las imágenes son las que acompañan al artículo original.
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Vivir la Vita Liturgica: condiciones, obstáculos, perspectivas
Peter Kwasniewski
Desde hace unos 20 años soy profesor, en la universidad, de adultos jóvenes, tanto en pregrado como en postgrado. Ello ha sido para mí no sólo infinitamente beneficioso sino también infinitamente desafiante. Año tras año -y mucho más década tras década- advierto constantes novedades en lo que esos jóvenes dan por supuesto, en lo que advierten o no advierten, en lo que ponen en duda o cuestionan o asumen o esperan o pretenden. No creo ser el mejor analista de estos fenómenos, pero he tomado nota de esquemas que se repiten y que no pueden no ser significativos.
Una de las cosas que por más tiempo me ha causado perplejidad es cuán difícil resulta, en los comienzos al menos, persuadir a los adultos jóvenes católicos de que vivan una vita liturgica, es decir, una vida centrada en la sagrada liturgia [1]. Me refiero, con estos términos, a una vida que incluye seguir el calendario litúrgico, los tiempos litúrgicos, los días de ayuno y los de fiesta; prestar atención a los santos en sus celebraciones anuales; hacer de la Misa el centro del día; rezar las horas del Oficio Divino cada vez que es posible. Algunos autores del Movimiento Litúrgico resumían todo esto diciendo “vivir desde la Misa y para la Misa”.
Mi perplejidad desapareció cuando, con el correr de los años, comencé a tener entre mis alumnos un número creciente que provenía de un medio más tradicional (como, por ejemplo, las parroquias de la Fraternidad San Pedro o del Instituto de Cristo Rey). Descubrí que esos alumnos, en mayor o menor grado, ya vivían una vita liturgica. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de cuál era la esencia del problema.
Si todo lo que uno ha llegado a conocer es la liturgia reformada celebrada de un modo horizontal, el concepto mismo de vita liturgica resulta foráneo y, lo que es peor, imposible de alcanzarse. Si uno pide a quien ha crecido en ese medio que centre su vida en la Misa, probablemente reaccionará como ante alguien que viene de otro planeta: “¿Centrar en qué mi vida?” Es lo mismo que pedir a alguien que reconozca el mérito de cultivar la vida intelectual cuando jamás ha experimentado el gozo del pensamiento filosófico, o que persuadirlo del valor de dedicar cuatro años a estudiar los Grandes Libros cuando sólo ha leído con dificultad manuales de clase.
Cuando la liturgia que se celebra es muelle, rutinaria, hablada en el vernáculo de todos los días y con el tipo de música hoy al uso, ciertamente no nos parece -peor aun, no puede parecernos- ser la suprema actividad definitoria de la vida cristiana, el centro de gravedad, la acción más grave, más especial, más importante que podemos realizar mientras estamos despiertos. El mayor impedimento para vivir una vita liturgica es la propia liturgia reformada, precisamente por estar asimilada a una modernidad que es anti-sacramental, anti-ritual y anti-trascendencia. Cuando se asiste a la nueva liturgia, uno comienza a alienarse cada vez más del espíritu de la liturgia pura y simple, tal como ella está encarnada en la auténtica tradición, y la vita liturgica comienza a retroceder, a debilitarse, hasta que, al cabo, se disuelve en miasmas de sentimientos que derivan cualquier agarre que puedan tener del estímulo emocional.
No me sorprende, por tanto, que se pueda descubrir con bastante precisión cuáles estudiantes fueron criados en el Usus antiquior y cuáles en el Novus Ordo. Los jóvenes que se interesan en los tiempos litúrgicos y tratan de observarlos, que prestan atención a la fiesta del santo del día y que desean a sus amigos un feliz onomástico, que saben qué son las Témporas y qué son en realidad las vigilias, que regularmente ayunan y practican la abstinencia de carne, ésos son los que, con toda probabilidad, crecieron con la Misa tradicional o, al menos, lo hicieron en un medio influido por el Usus antiquior.
Por el contrario, los que consideran la Misa como “algo a lo que hay que ir los domingos” y tienen poca noción de las cosas que hemos mencionado recién, muy probablemente son huérfanos eclesiásticos separados, al nacer, de su propia tradición y, habiendo crecido en algún país lejano con una liturgia madrastra, son incapaces de hablar la lengua de sus antepasados. Excepto el caso de súbitas conversiones (las he visto, Deo gratias), la curva de aprendizaje para ellos es empinada: los progresos pueden ser lentos, con saltos y conatos, con regresiones, y raramente se logrará fluidez. A veces quienes están en esta situación parecen no interesarse en absoluto: consideran que lo que tienen “es suficientemente bueno”, y no sienten ninguna necesidad de retomar contacto con su familia, su patrimonio hereditario, su lengua nativa. Tal es el trágico resultado del laboratorio del Consilium: un hombre sin raíces, e ignorante de que carece de ellas.
“No se anteponga nada a la obra de Dios” (Regla, cap. 43). Este principio soberano del monasticismo cenobítico se transformó en el principio fundamental de la Cristiandad y de Europa. En cambio, ¿qué hemos hecho nosotros? Pues, hemos puesto docenas de cosas antes que el opus Dei: ecumenismo, diálogo interreligioso, servicio a la juventud, trabajo social, evangelización, en fin. No deja de ser irónico que la Prelatura del Opus Dei parece poner la vocación, la actividad y el espíritu de cuerpo antes que lo que se llama, con propiedad, “opus Dei” [2]. La causa de la gradual desaparición de la Cristiandad en Occidente no es otra que este eclipse de nuestra primera obligación, de nuestro primer amor.
Si un cónyuge traiciona al otro, no tiene importancia el número de hijos que tienen, o cuán grande es su casa, o cuánto éxito mundano han conseguido: el matrimonio está viciado en la raíz, y todo el resto se vuelve cenizas. La Esposa de Cristo tiene, como su deber principal y permanente, honrar y obedecer a su Esposo, y esto lo hace, del modo más puro, profundo y poderoso, en la liturgia. Todo lo demás fluye desde aquí y regresa aquí para incrementarlo, como la propia Sacrosanctum Concilium lo ha dicho (núm. 10), y se puede creer que muchos tuvieron de hecho esta convicción, antes de ser ella abandonada en calidad de estorbo medieval, aventada durante el Gran Despertar. Pero el Reich de Mil Años de piedad purificada y de exultante participación no se concretó jamás. Procurar el nirvana de la participación no sólo careció de todo contenido inteligible, sino que operó activamente para impedirla. Los fieles que no abandonaron la Iglesia fueron recompensados con décadas de banalidad, de mediocridad, de engaños mundanos, cosas todas que quedaron epitomizadas en las iglesias a medio llenar por católicos a medias comprometidos que cantaban a medias las tonaditas lideradas por el geriátrico Grupo Juvenil. Si éste era el “misterio escondido por siglos”, mejor hubiera sido que siguiera escondido. No es para sorprenderse que el agudo grito de los muecines y el disciplinado silencio de los budistas siga infiltrando a Occidente: ninguno de ellos encuentra resistencia espiritual, y reclaman como suelo propio el territorio abandonado por quienes alguna vez fueron católicos litúrgicos [3].
En su encíclica Au Milieu des Sollicitudes, de 1891, León XIII abogó por la política del ralliement, y urgió a los católicos franceses a abandonar sus aspiraciones monárquicas y lanzarse a la política secular por el bien de la nación. Décadas más tarde, Pablo VI decretó un ralliement a los católicos para abandonar el misticismo medieval y lanzarse a la liturgia moderna por el bien de la Iglesia. Pero esta liturgia moderna, al menos en las manos de sus más ardientes promotores, demostró ser tan secular en sus supuestos y metas como el republicanismo sin Dios de Francia. Pío X se vio finalmente compelido a condenar, de una vez por todas, el principio de la separación de Iglesia y Estado en Vehementer Nos (1906). Estamos todavía a la espera de nuestro “Pío X” en lo que se refiere al republicanismo litúrgico y al “principio de separación” que se ha encarnado en la lex orandi de los nuevos libros litúrgicos.
Es posible que, para que ello ocurra, tengamos que esperar mucho tiempo. Pero la vida interior de cada individuo ha quedado entregada a sus propias manos. Se espera que cada uno de ellos viva una vida litúrgica, y necesitamos encontrar las condiciones adecuadas -o crearlas- para que ello sea posible, ayudando en ello a los demás. Un primer e insustituible paso en despertar las almas de los huérfanos litúrgicos a las grandezas del culto divino es, simplemente, invitarlos a que asistan a la Misa tradicional de vez en cuando y animarlos a que lo hagan. Tendrán en ella la experiencia de algo que es extraño e incómodo, algo que se dirige a Dios trascendente, y que no se inclina hacia ellos para incluirlos e instruirlos; algo que es curiosamente no moderno e incluso indiferente a su entorno, pero que es absolutamente en serio; y puede que logren gustar algo de lo que se siente en la adoración, en la súplica, en el arrepentimiento: verán, en efecto, que se ofrece un sacrificio.
La liturgia católica tradicional beneficia al hombre moderno precisamente porque acentúa lo que es profundamente no moderno: verdades y símbolos que nos vienen desde el Antiguo Testamento, de la época apostólica, de la Iglesia de los Padres, de la Edad Media, del Renacimiento y del Barroco, de todos los siglos que ha atravesado la Esposa de Cristo creyendo y adorando, ofreciendo al Señor -ofreciéndose ella misma- un sacrificio de alabanza. Como ha dicho el obispo Mons. Athanasius Schneider, la reforma litúrgica, con su implacable alejamiento de este vasto y viviente repositorio (a pesar de algunos guiños retóricos a ciertas fuentes antiguas, redactados en pesados términos), ha herido el Cuerpo Místico de Cristo en la tierra y le ha infligido una amnesia que crece cada vez más. Durante cincuenta años hemos privado al Señor de un culto adecuado, y nos hemos privado a nosotros mismos de sus beneficios; un culto que lo tenga a Él como único objeto y a nosotros como los humildes servidores de sus sagrados misterios. No sólo debemos reparar este daño sino que, como lo diría Aristóteles, inclinar el fiel en la dirección contraria, agarrándonos con todas nuestras fuerzas a las formas, cargadas de piedad, que hemos heredado de la Edad de la Fe.
Pero la liturgia tradicional hace más que volver a conectarnos con la sabiduría y el amor que reina en la comunión de los santos: ella beneficia al hombre en cuanto hombre, al homo liturgicus que fue creado para “adorar al Señor en la belleza de la santidad”, con el oro de la música sagrada, el incienso del ceremonial majestuoso, la mirra del silencioso homenaje, a fin de que podamos ejercer en plenitud la virtud de la religión.
Lo que está oculto a los sabios y entendidos y es obvio para los pequeños, es que, mientras más rico es el contenido de la liturgia, mayor es el incentivo -y la recompensa- de nuestro esfuerzo por entrar en ella. Si nos educamos a nosotros mismos en la tradición católica, perderemos algo, sí: perderemos nuestro analfabetismo contemporáneo y nuestra ilusión de ser superiores. Pero ganaremos, en cambio, algo que es muchísimo más precioso: la realidad, sólida como roca, de una herencia bimilenaria, la escuela exigente y deleitosa de los santos. Y encontraremos que comenzamos a vivir en serio la vita liturgica.
[1] La expresión vita liturgica proviene de Sacrosanctum Concilium, núm. 18: “Que se ayude por todos los medios adecuados a los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, que ya trabajan en la viña de Señor, a comprender cada vez más plenamente qué es lo que realizan cuando celebran los ritos sagrados, y que se los ayude a vivir la vida litúrgica y a compartirla con los fieles encomendados a su cuidado”.
[2] Esta no es la explicación teórica que el Opus Dei daría de sí mismo. Sin embargo, no es difícil ver que la organización no está, en los hechos, centrada en el opus Dei tal como éste ha sido tradicionalmente definido y practicado, y en esta medida el nombre es perturbadoramente equívoco.
[3] Para argumentos a favor, véase una serie de excelentes “PositionPapers” publicados por la Federación Internacional Una Voce sobre la Forma Extraordinaria y China, la Forma Extraordinaria y África, la Forma Extraordinaria y el Islam, la Forma Extraordinaria y el movimiento New Age, etcétera. Yo no sostengo que todos los católicos anteriores a la revolución litúrgica estuvieran bien instruidos o que toda la práctica de entonces fuera ideal: estoy lejos de ello. Pero el Movimiento Litúrgico ya había calado de modo significativo, el método Ward, y otros semejantes, había enseñado a innumerables niños y adultos a cantar gregoriano, los seminarios y casas religiosas rebosaban, se tenía normalmente a la confesión en un lugar de honor como parte de la vida cristiana, y la lista podría extenderse indefinidamente. Quien no pueda ver que esta situación fue, de lejos, superior a nuestra enfermedad actual, vive en una situación de rechazo causada por ignorancia de los registros históricos, o por la influencia enceguecedora de la ideología, o por miedo a caer en la depresión. Pero el Señor nos dice que conocer la verdad nos hará libres, y ello ha de ocurrir también en este caso. Antes de que podamos rectificar el empecinado curso del postconcilio, debemos admitir que tomamos la curva equivocada y estamos extraviados. Sólo después se podrá hacer algo al respecto.