ORACIÓN Y LIBRO SOBRE EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD 2023

Obispo Athanasius Schneider

ORACIÓN POR EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD

Señor Jesucristo, Dios y Salvador nuestro, Tú eres la Cabeza de la Iglesia, Tu Esposa Inmaculada y Tu Cuerpo Místico. Mira con misericordia la profunda aflicción a la que ha sido sometida nuestra santa Madre Iglesia. La confusión doctrinal, la abominación moral y los abusos litúrgicos han alcanzado un apogeo sin precedentes en nuestros días. «Los paganos han entrado en tu herencia, han profanando tu santo templo y dejado a Jerusalén en ruinas» (Sal 79,1). Eclesiásticos que han perdido la verdadera fe y se han convertido en promotores de una agenda globalista mundana, intentan cambiar Tus verdades y mandamientos, la constitución divina de la Iglesia y la tradición apostólica.

Oh Señor, con espíritu humilde y corazón contrito te suplicamos que impidas que los enemigos de la Iglesia se regocijen por una victoria sobre la auténtica Iglesia católica mediante la imposición de una iglesia falsificada, disfrazada de «sinodalidad». Despierta Tu poder, oh Señor, y acude en ayuda de Tu Iglesia con Tu fuerza todopoderosa. Porque donde abunda el pecado y la apostasía en la Iglesia, más abundará la victoria de Tu gracia.

Creemos firmemente que las puertas del infierno no prevalecerán contra Tu Iglesia. En esta hora en que nuestra amada y santa Madre Iglesia sufre su Calvario, prometemos permanecer con ella. Acepta benigno nuestros sufrimientos interiores y exteriores, que humildemente ofrecemos en unión con el Inmaculado Corazón de María, Madre de la Iglesia, como reparación por nuestros propios pecados y por los pecados de sacrilegio y apostasía dentro de la Iglesia.

Oh Señor, envía a tus Santos Ángeles bajo el mando de San Miguel Arcángel, para traer luz celestial al Papa y a los participantes del sínodo, y para frustrar los planes de tus enemigos dentro de la asamblea sinodal. Oh Señor, mira misericordiosamente a los pequeños de la Iglesia, mira las almas escondidas que se sacrifican por ella, mira todas las lágrimas, suspiros y súplicas de los verdaderos hijos de la Iglesia, y por los méritos del Inmaculado Corazón de Tu Santísima Madre, levántate, oh Señor, y por Tu intervención concede a Tu Iglesia santos pastores que, imitando Tu ejemplo, den la vida por Ti y por Tus ovejas. Oh Señor, Te suplicamos:

Por la Santísima Virgen María, concédenos un Papa santo, celoso en promover y defender la fe católica. Te imploramos, ¡concédelo!

Por la Santísima Virgen María, concédenos obispos santos e intrépidos. Te imploramos, ¡concédelo!

Por la Santísima Virgen María, concédenos sacerdotes santos, que sean hombres de Dios. Te imploramos, ¡concédelo!

En ti, oh Señor, confiamos, no nos veremos defraudados para siempre. A Ti, oh Señor Jesucristo, sea dada toda honra y gloria en Tu Santa Iglesia. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo: Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

29 de septiembre de 2023
+ Athanasius Schneider

LIBRO «EL PROCESO SINODAL:UNA CAJA DE PANDORA. 100 PREGUNTAS Y 100 RESPUESTAS» (Con prefacio del Cardenal R. Burke)

Por José Antonio Ureta y Julio Loredo de Izcue

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EL CARDENAL SARAH HABLA SOBRE LA TEOLOGÍA Y LITURGIA DE BENEDICTO XVI

Publicado por Peter Kwasniewski en la web New Liturgical Movement. Traducción: RITO TRADICIONAL CATÓLICO LATINO ROMANO (Vetus Ordo)

«A veces el nombre y los escritos del cardenal Robert Sarah, a quien Benedicto XVI eligió como su estrecho colaborador en la sagrada liturgia, y que fue marginado durante los primeros años del presente pontificado.

El cardenal Sarah nunca ha dejado de dar un claro testimonio de la prioridad de la liturgia en la vida de la Iglesia, y de la extrema necesidad de un retorno a la sana praxis litúrgica después de la vorágine del Concilio. Ha hablado con particular claridad desde el lanzamiento de Traditionis Custodes.

Por lo tanto, es de gran interés observar que ha publicado un importante artículo en la revista Communio titulado «La realidad inagotable: Joseph Ratzinger y la Sagrada Liturgia» (vol. 49, invierno de 2022), que la publicación ha puesto a disposición de forma gratuita (aquí). Aunque vale la pena leer todo el artículo, me gustaría llamar especialmente la atención sobre los siguientes pasajes.

En las páginas 639-40:

Una de las contribuciones «desapercibidas» pero importantes de El Espíritu de la Liturgia [de Joseph Ratzinger] es su reflexión sobre la autoridad, específicamente la autoridad papal, y la sagrada liturgia. Observando que la liturgia occidental es algo que (tomando prestadas las palabras de J. A. Jungmann, SJ) «ha llegado a ser», es decir, «un crecimiento orgánico», no «una producción especialmente artificial», «algo orgánico que crece y cuyas leyes de crecimiento determinan las posibilidades de un mayor desarrollo», el cardenal Ratzinger observa que en los tiempos modernos «cuanto más vigorosamente se mostraba la primacía [petrina], cuanto más surgía la pregunta sobre el alcance y los límites de esta autoridad, que, por supuesto, nunca se había considerado. Después del Concilio Vaticano II, surgió la impresión de que el Papa realmente podía hacer cualquier cosa en asuntos litúrgicos, especialmente si actuaba bajo el mandato de un Concilio Ecuménico. Eventualmente, la idea de lo dado de la liturgia, el hecho de que uno no puede hacer con ella lo que quiera, se desvaneció de la conciencia pública de Occidente. De hecho, el Concilio Vaticano I no había definido de ninguna manera al Papa como un monarca absoluto. Por el contrario, lo presentó como el garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la Tradición de la fe, y eso también se aplica a la liturgia. No es «fabricado» por las autoridades. Incluso el Papa sólo puede ser un humilde servidor de su desarrollo legal y de su integridad e identidad duraderas. . . . La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición». [1]

En esta afirmación de la objetividad de la sagrada liturgia en sus formas rituales desarrolladas, y del deber de la máxima autoridad de la Iglesia de respetar esta realidad, [2] el cardenal Ratzinger sentó las bases teológicas para la consideración de una reforma de la reforma litúrgica, o incluso para dejar legítimamente de lado los ritos reformados en favor de sus predecesores. La obediencia acrítica a la autoridad papal, algo ya abandonado hace mucho tiempo en muchos lugares, pero al que otros se aferraron como garantía de la ortodoxia en tiempos turbulentos, recibió un golpe, al menos con respecto a la reforma litúrgica, por parte de uno de los prelados de más alto rango en la Iglesia (aunque escribiendo a título privado).

De nuevo, en las páginas 643-45:

El acto de gobierno litúrgico más famoso del Papa Benedicto XVI fue, por supuesto, su motu proprio Summorum pontificum (2007), «Sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970», estableciendo que los ritos litúrgicos más antiguos «nunca fueron abrogados» (1) y, por lo tanto, podrían usarse libremente, y de hecho que las solicitudes de los grupos de fieles para su celebración deben ser aceptadas. Los obispos ya no podían excluir a priori su celebración. La regulación de estos principios por parte del Papa Benedicto XVI fue permisiva, marcando un cambio brusco en el enfoque parsimonioso de demasiados obispos hasta ese momento.

Su acompañamiento «Carta a los obispos con motivo de la publicación de la Carta Apostólica ‘Motu Proprio Data’ Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970″ de la misma fecha, trató hábilmente la fuerte oposición que esta medida había atraído incluso antes de que apareciera; Señaló la realidad pastoral de que «también los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atracción y han encontrado en ella una forma de encuentro con el misterio de la Santísima Eucaristía, particularmente adecuada para ellos» [3], y apeló a los obispos: «Abramos generosamente nuestros corazones y demos espacio a todo lo que la fe misma permite». El Papa dijo claramente:

«En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grande para nosotros también, y no puede ser de repente completamente prohibido o incluso considerado dañino. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde».

Una vez más, para aquellos que conocieron el pensamiento litúrgico de Joseph Ratzinger, esta postura no es una sorpresa. Su apertura a las realidades en cuestión —históricas, teológicas y pastorales— es clara. Pero para aquellos que no compartían ni su visión ni su apertura, estos eran actos retrógrados que cuestionaban el Concilio Vaticano II y su reforma litúrgica.

El argumento, tal como fue, fue ganado con el tiempo por lo que se conoce como «la paz litúrgica de Benedicto XVI», en la que las «guerras litúrgicas» de décadas anteriores que habían establecido facciones de «rito antiguo» y «rito nuevo» disminuyeron y, ciertamente gracias a muchos de la generación más joven de obispos, dieron paso a una coexistencia pacífica. tolerancia, e incluso un cierto grado de enriquecimiento mutuo entre las formas litúrgicas que duró mucho más allá del final de su pontificado, reparando en cierta medida la unidad de la Iglesia y mejorándola, respetando las legítimas diferencias de expresión dentro de la Iglesia de Dios.

Es de lamentar profundamente que el motu proprio Traditionis custodes (16 de julio de 2021) y la relacionada Responsa ad dubia (4 de diciembre de 2021), percibidos como actos de agresión litúrgica por muchos, parecen haber dañado esta paz e incluso pueden representar una amenaza para la unidad de la Iglesia. Si hay un renacimiento de las «guerras litúrgicas» postconciliares, o si la gente simplemente va a otro lugar para encontrar la liturgia más antigua, estas medidas habrán fracasado gravemente. Es demasiado pronto para hacer una evaluación exhaustiva de las motivaciones detrás de ellas, o de su impacto final, pero sin embargo es difícil concluir que el Papa Benedicto XVI se equivocó al afirmar que las formas litúrgicas más antiguas «no pueden ser repentinamente totalmente prohibidas o incluso consideradas dañinas», particularmente cuando su celebración sin restricciones ha producido manifiestamente buenos frutos.

Notas (del artículo original de Communio)

[1] Ratzinger, El Espíritu de la Liturgia, 165-66. Como Papa Benedicto XVI, desarrollaría este tema con respecto al ministerio petrino más amplio en su homilía con ocasión de tomar posesión de la Cátedra del Obispo de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán, el 7 de mayo de 2005.

[2] Una realidad enseñada por el Catecismo de la Iglesia Católica, §§1124-25.

[3] Benedicto XVI, Carta a los obispos con ocasión de la publicación de la carta apostólica «Motu proprio data» summorum pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970 (Ciudad del Vaticano, 7 de julio de 2007). También puedo testimoniar esta realidad a partir de muchos encuentros con jóvenes —laicos y laicas, religiosos, seminaristas y sacerdotes— cuyas vocaciones en el mundo, ya sea al matrimonio cristiano o a la vida religiosa o apostólica, se basan y se alimentan de las formas litúrgicas más antiguas de una manera verdaderamente vivificante. A este respecto, no podré olvidar nunca mi visita a la peregrinación de Pentecostés París-Chartres en 2018: ¡qué esperanza dan estos jóvenes a la Iglesia de hoy y de futuro!

Visite el Substack del Dr. Kwasniewski «Tradición y cordura»; sitio personal; sitio del compositor; editorial Os Justi Press y páginas de YouTube, SoundCloud y Spotify.

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LA REALIDAD INAGOTABLE: JOSEPH RATZINGER Y LA SAGRADA LITURGIA por el Cardenal Robert Sarah

Introducción

A raíz de la publicación del motu proprio Summorum pontificum (2007), un comentarista se apresuró a quejarse de que su autor «no era un liturgista entrenado», y aunque estuvo de acuerdo en que el autor era alguien que «ha mostrado interés y sensibilidad en asuntos litúrgicos», el comentarista insistió en que había demostrado «un verdadero malentendido del papel de la liturgia en la vida de la Iglesia».1

El autor era, por supuesto, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, un sacerdote, obispo, cardenal y Papa que tenía títulos académicos más que suficientes pero, aparentemente, había cometido el pecado imperdonable de hablar (de hecho, legislar) sobre la sagrada liturgia sin una formación litúrgica específica.

1. Mark Francis, CSV, «Beyond Language», The Tablet, 14 de julio de 2007.

PARA LEER ESTE ARTÍCULO EN SU TOTALIDAD DEL CARDENAL ROBERT SARAH, DESCARGUE el PDF en Inglés gratuito disponible AQUÍ

MISA TRADICIONAL CELEBRADA RECIENTEMENTE POR EL CARD. SARAH EN LA REPÚBLICA CHECA

¿Una única forma del Rito Romano como principio absoluto?

Los miembros más antiguos de nuestra asociación recordarán los tiempos en los que el Padre Gabriel Díaz Patri nos visitaba con frecuencia dando conferencias sobre el Motu Proprio Summorum Pontificum y el pensamiento litúrgico del Papa Benedicto, en el marco de un apostolado intenso que realizó en las tierras de España a partir de 2007 (poco tiempo después de la entrada en vigor del Motu Proprio) por encargo del Cardenal Castrillón Hoyos, entonces presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. El Padre fue en esos tiempos nuestro vínculo con el Cardenal, al que veía regularmente y a quien aprovechaba para informar acerca de nuestras actividades, transmitiéndonos a su vez las indicaciones y palabras de aliento del prelado. Después del retiro de éste, el Padre Díaz Patri siguió siendo nuestra vía de contacto con la Pontificia Comisión mientras aquella continuó existiendo. Esta actividad suya en Sevilla se vio coronada con su presencia en la celebración de los 10 años de Summorum Pontificum en 2017 en una inolvidable ceremonia en la Catedral, presidida por nuestro entonces Arzobispo, don Juan José Asenjo. La víspera de aquella misa solemne, el Padre Díaz pronunció una conferencia, bajo el título “La Misa tradicional y la pacificación litúrgica propuesta por Benedicto XVI” en el salón de actos del Palacio Arzobispal.

Por todo esto nos alegró ver publicado un artículo suyo a principios de este año en la revista francesa Sedes Sapientiae. Recientemente el artículo ha sido traducido al español y publicado en la web de Academia.edu, y por ello nos parece muy interesante ponerlo a disposición de todos nuestros  lectores.

El artículo “La unicidad del misal romano a la luz de la historia” -que, como ya hemos indicado, fue publicado originalmente en el número 163 de la revista Sedes Sapientiæ (Primavera 2023)-, responde en concreto a las afirmaciones que el P. Henry Donneaud O.P. expuso en su artículo titulado “El Papa Francisco garante de la doctrina litúrgica de San Pío V” (Nouvelle revue théologique, Nº 144, enero-marzo de 2022). Según este teólogo Dominico, San Pío V habría establecido como  principio la unidad estricta del Rito Romano, por lo que una autorización como la que hizo el Papa Benedicto en Summorum Pontificum estaría desconociendo ese principio, creando una situación anómala al permitir el uso simultáneo de más de una forma del mencionado Rito Romano.

Según el P.  Donneaud, el Motu Proprio “Traditionis Custodes” vendría a restituir el orden querido por San Pío V, devolviendo la unidad al rito. ¿Pero es esto cierto?

El artículo del Padre Díaz muestra claramente que, ayer como hoy, “el rito romano ha conocido la coexistencia simultánea de diversas formas”, contrariamente a lo que muchos creen. De este modo, ese argumento concreto usado para la restricción del rito romano tradicional (no puede haber más que una única forma para cada rito) carecería de fundamento.

El artículo es de sumo interés, por cuanto arroja luz a la historia de la promulgación del Misal de San Pío V, aclarando, con documentación y frente a lugares comunes bastante asentados, que este Papa no tuvo intención alguna de establecer “una única forma del rito” en toda la Iglesia latina, sino que, antes bien, su intención era precisamente la opuesta: proteger y conservar no sólo los múltiples ritos tradicionales de la iglesia latina que tuvieran una antigüedad suficiente, sino también ciertas formas específicas dentro del mismo Rito Romano, en especial en las Españas.

Cuestión aparte sería la consideración de si el Rito Romano tradicional (llamado por el Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, Forma Extraordinaria del Rito Romano) es, o no, el mismo rito que el del Misal de Pablo VI, pero eso sería tema de otro debate. A la luz de los datos revelados en este artículo no parece, pues, que el argumento usado por el Papa Benedicto en Summorum Pontificum careciese de fundamento, como han aseverado muchos, amigos y enemigos, de la Misa Tradicional.

Esperamos que a nuestros seguidores aproveche la lectura de este artículo, que se puede descargar directamente desde nuestra web, pinchando aquí:

También de la página de Academia, en este enlace: https://www.academia.edu/105107162/La_unicidad_del_misal_romano_a_la_luz_de_la_historia?source=swp_share

UNA VOCE SEVILLA PARTICIPARÁ EN LA III PEREGRINACIÓN TRADICIONAL OVIEDO A COVADONGA (22 al 24 julio)

El Capítulo Ntra. Sra. de la Antigua de Una Voce Sevilla participará este verano en la III Peregrinación tradicional Oviedo-Covadonga, organizada por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad – España durante los días 22 al 24 de julio, y que en la pasada edición alcanzó el millar de participantes.

Se trata de una peregrinación anual desde la Catedral de Oviedo al santuario de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias) organizada por un grupo de fieles católicos laicos devotos de la celebración de la Santa Misa según el rito Romano tradicional, a semejanza a la peregrinación internacional París-Chartres. Tiene lugar en el fin de semana más cercano a la festividad del apóstol Santiago, patrón de las Españas (25 de julio). La distancia total a recorrer a pie en los 3 días es de aproximadamente 100 km a través de idílicos paisajes asturianos.

Este año estará la Peregrinación cuenta con 22 capítulos procedentes de toda España y 5 del extranjero (Francia, Alemania, Portugal).

La participación en la peregrinación puede hacerse también en familia (con niños de todas las edades y un recorrido más corto) o como voluntario que presta determinados servicios antes, durante y después de la Peregrinación (Liturgia, cantos, sanitarios, transporte, montajes, cocina, avituallamiento…etc). Para más información: Nuestra Señora de la Cristiandad | España (nscristiandad.es)

La asociación y comunidad de Una Voce Sevilla y su Grupo Joven Sursum Corda ya peregrinaron en los dos años anteriores, siendo muchas las personas que nos acompañaron, principalmente jóvenes, en tan profunda vivencia espiritual y de hermandad en torno al apostolado de la Tradición Católica.

Por eso, os animamos de nuevo a participar en la Peregrinación y, si lo deseas, a hacerlo en nuestro Capítulo de Ntra. Sra. de la Antigua. Para ello, debes inscribirte en la siguiente dirección web: Inscripción | Nuestra Señora de la Cristiandad (nscristiandad.es) Más info sobre el Capítulo: asociacion@unavocesevilla.info

Recuerda que el 1º plazo de inscripción finaliza el próximo 30 de junio. Pasado este plazo y hasta el 15 de julio, el precio se incrementará un 50%.

¡Peregrina a Covadonga!

UNA VOCE SEVILLA

UNA RESEÑA DEL LIBRO «EL RITO ROMANO, DE AYER Y DEL FUTURO» DEL PROF. KWASNIESWSKI

Como continuación a nuestra publicación anterior (ver aquí), en la que reproducíamos un extracto del primer capítulo del recomendado libro del Dr. Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro (Os Justi Press, 2023); traemos a colación una interesante reseña realizada al libro por el abogado de Sevilla, don Luis López Valpuesta, en su blog Nolite Conformari, que se encuentra además alojado en la web de Infovaticana:

«No eches atrás el hito antiguo, que tus padres pusieron» (Prov. 22, 28)

                                                  

Peter Kwasniewski es un teólogo y músico norteamericano, que desde hace unos años escribe y da conferencias en defensa de la fe católica, tal y como la hemos recibido desde siempre, poniendo especial énfasis en la faceta litúrgica. En este sentido podemos considerarlo como una de las más importantes voces proféticas actuales, tanto en la condena de la deriva abiertamente «modernista» de nuestra Iglesia Católica (me reafirmo en esta dura palabra, aunque la ponga entre guiones), y en la reivindicación de una vuelta de los católicos a las raíces espirituales de la fe, sajadas por los vientos de la modernidad. Su último libro publicado -del que haremos ahora un pequeño comentario- «El rito romano, de ayer y del futuro» es, a la vez que un brutal alegato fiscal contra las reformas operadas en la liturgia católica en el siglo XX, una defensa apasionada y lúcida de la liturgia tradicional. Recomiendo sobre todo la lectura detenida del Capítulo 8, un bellísimo comentario y apología del Canon Romanoque en algunos momentos me emocionó, y me hizo exclamar como aquellos Padres del siglo V que nos precedieron: ¡Esta es la fe de la iglesia! Es especialmente trágico que este monumento de catolicidad sea hoy silenciado en casi todas las misas Novus Ordo, pues como afirma con gran verdad el autor:

«La existencia en Occidente de múltiples anáforas es una absoluta novedad (…) Que el Canon romano sea hoy una opción contradice su naturaleza misma de canon, es decir, de norma fija o medida del culto de la Iglesia» (pág. 287).

Y en consecuencia,

«Puesto que la Misa es el corazón del culto de la Iglesia Católica, y el Canon es el corazón de la Misa, el hecho de que la lex orandi haya sido tan gravemente alterada equivale a una traición a la tradición, en el más extricto sentido del término, y a una corrupción de la lex credendi, con resultados inevitables en la lex vivendi» (Pág. 278).

Dos son las ideas nucleares que vertebran todo el libro, una teológica y otra vivencial: la primera, la defensa de la precedencia de la lex orandi sobre la lex credendi y, en segundo lugar, la convición de que los católicos actuales vivimos un estado de ruptura con nuestra tradición litúrgica, con pavorosas repercusiones para lo que creemos y lo que obramos, para nuestra fe y para nuestra moral.

«Jamás, en toda la historia de la cristiandad oriental u occidental ha habido nada ni remotamente comparable con la cantidad y calidad del cambio que se dio en la década que va aproximadamente desde 1963 a 1973. Esto (…) produjo un efecto catastróficamente desestabilizador en los católicos (…). Todos los católicos resultaron dañados con un daño cumulativo y duradero, como el producto por defectos genéticos que se transmite a la descendencia, o como las riñas familiares que se prolongan por generación (…). Nuestra razón nos dice, ayudada por los recursos de la filosofía, de la psicología y de la sociología,  que un cambio tan colosal en la forma en que los católicos rinden culto a Dios podía tener solamente un significado: lo que habían estado haciendo era incorrecto, defectuoso, no saludable, e incluso desagradable a Dios. Tal es la posición de quienes todavía se oponen a la liturgia latina tradicional» (pág. 90).

En efecto, los que hoy desprecian (desde las más altas esferas de la Iglesia, y a veces con palabras gruesas como rígidos, hipócritas, desleales…) a los cristianos vinculados a la tradición litúrgica de los que nos precedieron, no sé si son conscientes de que en realidad insultan a éstos -a sus padres y ascendentes-, e impugnan la esencia de la fe cristiana tal y como la hemos recibido de ellos, y ellos de los suyos, ininterrumpidamente hasta llegar al cenáculo de Jerusalén en la fiesta judía de Pentecostés.  

«Desde Pentecostés, y hasta el final de los tiempos, la Iglesia es el territorio del Espíritu Santo, y la más perfecta acción y expresión de la Iglesia es la sagrada liturgia»  (pág. 75).

Kwasniewski comparte con muchos de nosotros la reflexión del añorado papa Benedicto XVI en su autobiografía, que el origen de la crisis actual en la que se ahoga el catolicismo de nuestro tiempo, hay que buscarlo y encontrarlo en los cambios revolucionarios de la liturgia, si bien en esta obra hay una diferencia fundamental con las ideas del recientemente fallecido papa. En efecto, Benedicto XVI se centra sobre todo en la discontinuidad y la revolución que supuso la obra de reforma de la Misa tras el Concilio Vaticano II, elogiando por contra el camino prudente de reforma litúrgica que comienza iniciado el siglo XX con los cambios  del Breviario y del Salterio por San Pío X y, posteriormente, por la reforma de los ritos de la Semana Santa de Pío XII en el primer lustro de los 50. Por ello, según Benedicto XVI, ninguno de los padres conciliares entendió la «Sacrosantum Concilium«como:

«Una revolución que habría significado el «fin del medievo» como a la sazón algunos teólogos creyeron poder interpretar. Se vio como una continuación de las reformas que hizo Pío X y que llevó adelante con prudencia pero con resolución Pío XII» (Mi Vida, pág. 145).

En este importante punto, el análisis histórico de Peter Kwasniewski se aparta del realizado por el Santo Padre, pues a su juicio, el principio tradicional de la precedencia de la lex orandi sobre la lex credendi, comienza a debilitarse con la reforma de San Pío X y se rompe abiertamente, cuando el papa Pío XII, en su encíclica «Mediator Dei» declara exactamente lo contrario: la preferencia de la lex credendi frente a la lex orandi  (pág. 376).

Legalizada la ruptura de ese principio en el documento de 1947, la reforma de la Semana Santa, implementada en los primeros años de la década de los 50, iba a marcar un camino de no retorno que nos llevaría, de un modo que difícilmente puede sorprendernos -visto en perspectiva-, a la revolución del Ordo Missae de 03 de abril de 1969. Quien sin duda captó desde el mismo momento de su implementación las consecuencias inevitables de ese cambio (con la perspicacia con la que suelen anticiparse los hijos del mundo, Lc. 16,8), fue uno de los artífices del mismo, el P. Carlo Braga (miembro de la Comisión Litúrgica y mano derecha de Annibale Bugnini), al describir la Semana Santa de Pío XII como:

«La cabeza de ariete que penetró la fortaleza de nuestra, hasta entonces, estática liturgia» (pág. 378).

Es por ello que el subtítulo del libro del Dr. Kwasniewski «El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio», se remonte a aquellos años de la década de los 50, en los que el Santo Padre Pío XII hizo esos cambios en la liturgia de la Semana Santa, sin percibir que estaba abriendo una caja de Pandora de la que emergerían elementos disolventes para la fe católica, que nadie con un mínimo de honestidad puede en nuestros días negar. A mi juicio (desde mi atalaya de nacido tras el Concilio Vaticano II), la crítica de Kwasniewski a los cambios operados por Pío XII es la parte que me ha parecido más floja del libro -la desarrolla en pocas páginas, 381 a 406-, porque me es difícil contemplar en ellos la abierta ruptura que sí se operó abiertamente en el Rito Romano de la Misa en 1969, a los que dedica el grueso del libro, de manera brillante, certera y demoledora. Pero en todo caso lo que parece incuestionable es que, sin el acento puesto por Pío XII en la nueva relación entre lo que creemos y lo que rezamos, y en el reforzamiento de la autoridad del Romano Pontífice en materia de liturgia, el desastre posterior probablemente no hubiera sobrevenido. En contrate con ello, el autor afirma con rotundidad:

«La liturgia tradicional tiene más autoridad eclesiástica inherente en sí misma que cualquier decisión de un papa o un funcionario curial» (pág. 409). 

Tras la lectura de este apasionante y apasionado libro, la solución que se propone ante este estado de ruptura, aunque nos parezca muy radical, difícilmente podemos discutir que es la única posible. A estas alturas no podemos aspirar a un justo equilibrio entre la tradición  (que ha dado buenos frutos), y esta insufrible modernidad (que no solo no los ha producido, sino que va pudriendo los pocos sanos que quedan). Ya no cabe aquel compromiso que, sin duda de buena fe y con profundo sentido pastoral (aunque en la práctica imposible), quiso implementar Benedicto XVI con su «Summorum Pontificum» (2007): una convivencia armónica de ambas modalidades de rito (el moderno y el tradicional), de tal modo que se produzca una mutua influencia positiva, y lo mejor de cada uno se adhiriese al otro. Ese desideratum es, a juicio de Kwasniewski, inviable, pues:

«La reforma no necesita reforma, sino repudio con arrepentimiento. No es suficiente prescindir de los abusos o reintroducir elementos tradicionales a diestra y a siniestra, un poco de incienso aquí, un poco de violín allá, un introito hoy, ad orientem mañana. Tal cosa sería como amontonar pomadas sobre una herida gangrenada o tratar el cáncer con multivitaminas. No, lo que se necesita es algo mucho más radical»

Kwasniewski incide en que es impropio hablar de dos modalidades de un solo rito, pues lo cierto es que el Vetus Ordo de Pío V de 1570 responde a una tradición de siglos de la Iglesia (que se remonta a San Gregorio y hasta la misma época apostólica), mientras que el Novus Ordo es -en sincerísimas palabras del penúltimo Papa- «un edificio nuevo (…) se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del que estaba hecho el antiguo» (Mi vida, pág. 177). Como dice Kwasniewski, el Novus Ordo, es un producto manufacturado de expertos, que no pudo reemplazar al antiguo rito precisamente por eso, porque no es una lógica evolución de lo anterior sino un nuevo comienzo; es -si el oximoron lo permite- una «tradición nueva» (pág. 168). Con sarcasmo, afirmará nuestro autor que:

«El rito moderno de Pablo VI, risiblemente declarado por el papa Francisco y Arthur Roche «la única expresión de la lex orandi del rito romano» se ha consolidado como una pseudo-tradición de vernacularidad, «versus populismo», informalidad, banalidad y horizontalidad» (pág. 416).

Que desde círculos conservadores se siga proponiendo esa vía media de la «reforma de la reforma» es un profundo error: «No sólo está muerta, sino profundamente enterrada» (pág. 417). El reciente motu proprio «Traditiones custodes» (2021) fue su siniestro sepulturero. Como dice el mismo Kwasniewski en otra de sus obras -un espléndido librito titulado «La verdadera obediencia en la iglesia (2021)-: 

«Paradójicamente, Traditionis Custodes ha corroborado la clásica afirmación tradicionalista de que se ha producido una ruptura entre la Iglesia de siempre y la Iglesia conciliar o, como mínimo, entre el culto que ofrece cada una de ellas. A pesar de ello, en este caso la que sale perdiendo no es la de siempre, con sus dogmas inmutables y su grandiosa liturgia. Quien tiene que perder es la advenediza, la impostora, la de ayer por la tarde».

Concluyo ya. A pesar de algunas expresiones excesivas, el libro de Kwasniewski tiene razón cuando nos dibuja el dramático momento de nuestra fe católica y verdadera, y cómo esa crisis -como ya destacó Benedicto XVI- se vincula al cambio litúrgico. En estos tiempos recios no caben ya componendas. Las cartas de cada uno están encima de la mesa. Y que nadie piense que los católicos tradicionales (cada vez más en número y calidad) se retirarán de la mesa de juego, harán trampas o romperán  la baraja (como se afirma -y se desea- de mala fe en tantos círculos eclesiales). Jugamos con la honradez y la sabiduría de quienes nos precedieron, y de los que ahora sabemos que triunfaron aun en sus derrotas (como nuestro único modelo, un Crucificado al que amamos sobre todas las cosas y hacemos presente en cada Misa). Y perseveraremos siempre en la buena luchallegaremos a la meta y conservaremos la fe  (2 Tim. 4,7).Y todo ello a pesar de que el presidente de la mesa cambie a su gusto las reglas: 

«Si el Papa no respeta la tradición, o no la transmite sin entrometerse en ella y confundirla, nosotros, movidos por nuestro amor a nuestros antepasados en la fe y por nuestra dignidad de hijos de Dios y herederos de su reino, defenderemos la tradición católica, la sostendremos, viviremos según ella y la transmitiremos intacta» (pág. 418).

Por Luis López Valpuesta

«LA TRADICIÓN COMO LA NORMA FUNDAMENTAL». Prof. Peter Kwasniewski

A continuación, reproducimos un extracto del primer capítulo del recomendado y reciente libro del Dr. Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro (Os Justi Press, 2023).

El extracto del libro ha sido publicado por la web Marchando Religión, la cual contiene diversos artículos de este prolífico autor católico tradicional.

Asimismo, se pueden encontrar más libros en español del profesor norteamericano en el siguiente enlace a nuestra web: Sacristía | Misa Tradicional | Una Voce Sevilla

“La Tradición como la norma fundamental”

Cada vez que se celebra una liturgia cristiana, se recita o canta diversas oraciones, himnos y lecturas, y varias personas realizan acciones de carácter o práctico o simbólico. Muy probablemente, la acción incluirá también diversos objetos, utensilios y ornamentos especiales.

Si les echamos una mirada desde gran altura, las liturgias cristianas tienen, en su mayor parte, mucho en común: un ministro que las dirige, algunas personas que lo secundan, la Biblia, y pan y vino. Pero, como dice el adagio, “el diablo está en los detalles”. Lo cual es, en cierto modo, poner la idea al revés, porque es más bien Dios, creador y providente Señor, el que está muchísimo más en los detalles. Al contrario de lo que ocurre con las conferencias del papa en los aviones, la liturgia no se da normalmente a gran altura, sino que es algo sumamente concreto, articulado y definido; no puede ser genérica o vaga, sino que debe comprometerse con éste o aquel camino específico. Surge así una importante cuestión: ¿cómo debiera celebrarse la liturgia cristiana? ¿es algo que vamos creando a medida que avanzamos? ¿le encargamos a alguien que la invente para nosotros? ¿reunimos a un comité y le pedimos que prepare esquemas que, a continuación, votamos? ¿o podemos encontrarla completa en alguna parte y la tomamos con gratitud, de modo que, en vez de desperdiciar nuestras energías o de reinventar la rueda, podemos dedicarnos a darle, a este don que hemos recibido, el uso más devoto y bello?

Hubo un tiempo en que los católicos tenían, para la pregunta “¿Cómo debe celebrarse la liturgia?”, una respuesta plenamente convincente. Y la respuesta era sencilla: tradición. Recibimos nuestra liturgia de la tradición apostólica, desarrollada por un pacífico uso a lo largo de los siglos. Debido a que los apóstoles se reunieron en torno a Cristo en el cenáculo, nuestros ritos cultuales tendrán siempre ciertos rasgos comunes; debido a que los apóstoles se dispersaron por todo el mundo y fundaron iglesias locales donde quiera que llegaron, nuestros ritos son también diversos –tan diversos como diversos son el griego y el latino, el copto y el eslávico, el ambrosiano, el romano, el mozárabe–. Pero la intuición fundamental o instinto de los católicos es siempre buscar la tradición, de modo de estar seguros de que lo que hacemos y cómo lo hacemos, se funda, todo lo posible, en precedentes: precedentes de miles de santos, de innumerables iglesias y capillas de la Cristiandad, de incontables ejércitos de sacerdotes, monjes, monjas y laicos. Cada uno de los veintiún concilios ecuménicos de la Iglesia católica fue solemnizado con una liturgia que ya era considerada tradicional por los respectivos padres conciliares, ya fuera la primitiva liturgia griega de Nicea o el rito tridentino del Segundo Concilio Vaticano.

No es un problema menor el que, contra esta práctica unánime de dos mil años de cristiandad apostólico-sacramental, tanto oriental como occidental, la respuesta actual a la misma pregunta “¿Cómo debe celebrarse la liturgia?”, se haya convertido en algo controvertido, divisivo, explosivo. Y se ha llegado a ello por una sola razón: se ha repudiado la normatividad de la tradición. Quienes rehúsan ser guiados por ella han caído en una arbitrariedad de la cual no hay cómo escapar, salvo por nuevas decisiones y acciones arbitrarias. Por eso ya es tiempo de repensar nuestra pregunta fundamental desde sus bases mismas.

Todos los capítulos de este libro aspiran a contribuír a esta empresa. El presente capítulo proclamará dos principios: primero, el papel constitutivo, en términos generales, de la tradición en el catolicismo y, segundo, más específicamente, la importancia de mantenerse fieles a las tradiciones que se ha practicado desde hace largo tiempo y nos han sido transmitidas, aunque no sean parte del depósito de la fe. Mi tesis es doble. En primer lugar, las tradiciones eclesiásticas, especialmente en lo referente a las “externalidades” de la liturgia en su desarrollo a lo largo del tiempo, deben ser respetadas y conservadas porque están íntimamente conectadas con el contenido y con la recta práctica de la religión. Y, en segundo lugar, después de un período de más de medio siglo en que esa relación se ha aflojado o negado, existe un creciente número de católicos que se están encontrando, por primera vez, con tradiciones “redivivas” y las están experimentando como algo que es justo y bueno, supuestas las verdades en que creemos y los misterios que veneramos. El éxito de este “revival”, en unos tiempos de drástica declinación de la práctica religiosa, proporciona una prueba empírica de que las llamadas “externalidades”, defendidas por los amantes de la tradición, siguen siendo y siempre serán un camino eficaz para unirse a Dios.

Manteneos firmes y guardad las tradiciones

Hace algún tiempo no hubiera causado ningún revuelo afirmar que el catolicismo es, inherentemente, una religión de tradición. Esta realidad es una de las más importantes objeciones que le hizo el protestantismo, el cual, luego de haber optado por la sola scriptura, realizó el poco sorprendente descubrimiento de que mucho de lo que la Iglesia católica enseña y practica no se encuentra verbatim en la Biblia. Tal descubrimiento no hubiera alterado para nada a los seguidores del apóstol Pablo, que escribió a los corintios: “Os alabo de que en todo os acordéis de mí y retengáis las tradiciones que yo os he transmitido” (1 Cor. 11, 2), y a los tesalonicenses: “Manteneos, pues, hermanos, firmes, y guardad las tradiciones que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta” (2 Tes. 2, 15).

Los Padres de la Iglesia insisten en este punto con su habitual vehemencia. En su tratado “Sobre el Espíritu Santo”, publicado en 375, San Basilio Magno escribe: “De los dogmas y proclamaciones que se guardan en la Iglesia, algunos los recibimos de la enseñanza de las Escrituras, y otros los hemos recibido en misterio como enseñanzas de la tradición de los Apóstoles. Ambos tienen el mismo poder respecto a la verdadera religión. Nadie negaría estas ideas, al menos nadie que tenga alguna experiencia de las instituciones eclesiásticas. Porque si procuramos rechazar las costumbres no-escriturales [agraphos] como sin significado, podríamos perder, sin darnos cuenta, las partes vitales del Evangelio, e incluso más: lo proclamaríamos sólo nominalmente”1.

San Basilio da algunos ejemplos de las cosas que los cristianos creen por tradición, algunas de las cuales puede que sorprendan al lector moderno:

Por ejemplo –mencionaré la primera y más común– ¿quién ha aprendido por las Escrituras que los que esperan en Nuestro Señor Jesucristo deben ser marcados por la señal de la cruz? ¿Qué texto de las Escrituras nos enseña a volvernos hacia el Oriente para orar? ¿Qué santo nos ha dejado un relato de las Escrituras sobre las palabras de la epiclesis en la manifestación del pan de la Eucaristía y del cáliz de bendición? No nos satisfacemos con las palabras [Eucarísticas] que el Apóstol o el Evangelio mencionan, sino que añadimos otras palabras antes y después de las de ambos, ya que hemos recibido la enseñanza no-escritural de que estas palabras tienen gran poder en relación con el misterio. Bendecimos el agua del bautismo y el aceite del crisma además de bendecir al que va a ser bautizado. ¿Con base en qué Escritura? ¿No es acaso por el secreto y la tradición mística? Pero, ¿por qué? ¿Qué autoridad de la Escritura enseña la bendición del aceite mismo? ¿De dónde viene que hay que sumergir al hombre tres veces? ¿Cuánto hay del ritual bautismal que se refiere a la renuncia a Satanás y sus ángeles, y de qué texto de las Escrituras proviene? ¿No proviene acaso del secreto y enseñanza no hablada, que nuestros padres guardaron con un sencillo y escueto silencio, ya que se les enseñó muy bien que la solemnidad de los misterios se respeta con el silencio? Si todas estas cosas no deben ser vistas por los no iniciados, ¿cómo podría ser apropiado que esta enseñanza se publique abiertamente por escrito?.

Otro Padre de la Iglesia, San Vicente de Lerins, alrededor del año 434, en su gran tratado “Commonitorio para la antigüedad y universalidad de la fe católica, contra las profanas novedades de todas las herejías” (título que habría enorgullecido a Hilaire Belloc), dice lo siguiente:

Mantén el depósito. ¿Qué es el depósito? Es lo que se te ha confiado, no lo has creado tú mismo; es materia no de inteligencia, sino de aprendizaje; no de adopción privada sino de tradición pública; una materia que te ha sido entregada, no que has propuesto tú, por lo que estás obligado a ser no autor sino guardián, no un maestro sino un discípulo, no un guía sino un seguidor. Mantén el depósito. Conserva inviolado e inadulterado el talento de la fe católica. Que siga en tu posesión lo que se te ha confiado, y transmítelo. Has recibido oro, y entrega oro a tu vez. No sustituyas una cosa por otra. No sustituyas desvergonzadamente el oro por plomo o bronce. Entrega oro verdadero, no un simulacro2.

Se podría multiplicar indefinidamente estas citas. Los Padres de la Iglesia entienden el cristianismo como una religión social y jerárquica en que a ciertos hombres –los Apóstoles y sus sucesores– se les ha confiado los dogmas, las prácticas litúrgicas y los juicios morales destinados a ser transmitidos fielmente de una generación a la otra.

Un depósito en palabras y símbolos

El siguiente es un punto clave: la verdad y la forma de vida reveladas por Dios fueron, en su totalidad, depositadas primeramente en la tradición, es decir, en la mente de los hombres que Dios eligió como sus confidentes, y sólo posteriormente se puso una parte por escrito, a discreción de aquéllos a quienes se había confiado el depósito. Debemos alejarnos de toda noción de una Biblia, o un catecismo, o una Summa que caen a las manos de los Apóstoles desde el cielo. La revelación fue una clara luz espiritual que Dios implantó en la mente de Sus instrumentos, confiándoles la tarea de explicarla con sus palabras habladas y de poner una parte de ella por escrito para beneficio de auditorios lejanos o futuros. Pero es claro que habría sido imposible ponerla toda por escrito: San Juan nos dice en el capítulo 21 de su Evangelio que “Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros”. Ni los Apóstoles ni los Padres de la Iglesia pensaron que debían o podían poner por escrito todo lo concerniente al misterio de la vida en Cristo. La Iglesia conserva en su corazón maternal algunos recuerdos que son demasiado profundos para ser dichos con palabras, y también algunas realidades que encuentran expresión en signos y símbolos más que en un lenguaje escrito.

Por ejemplo, los cristianos, durante siglos, rindieron culto ad orientem, de cara al oriente, antes de que a nadie se le ocurriera dar una explicación escrita de por qué lo hacían así, e incluso sólo existen tales explicaciones porque, aquí o allá, algún Padre de la Iglesia, como San Basilio Magno, decidió mencionar la costumbre al pasar mientras defendía un determinado dogma. El hecho es que dar culto ad orientem no es una doctrina, aunque tiene fundamentos e implicaciones doctrinales: no es una declaración o afirmación o texto que podemos analizar; es una postura corporal, una acción que realizamos, una actitud sin palabras que asumimos con todo nuestro ser. En este sentido es pre-doctrinal, pre-verbal, pre-conceptual; y esta es la razón por la que es tan fundamental. Las primeras cosas que los seres humanos reciben después de nacidos y durante su infancia no son compuestos de sujeto-predicado, sino sencillas imágenes sensibles; el lenguaje y el pensamiento crecen lentamente en nosotros, pero el rostro de nuestra madre que se inclina sobre nosotros amorosamente está ahí desde el comienzo, inmediato, palpable, dominante y decisivo. Los símbolos fundamentales de la liturgia son también así: nos entrenan antes de que nos demos cuenta de que estamos siendo formados por ellos; determinan nuestros pensamientos antes de que los pensemos; imprimen la verdad en nuestros ojos, oídos y nariz, en nuestras manos y en nuestras rodillas. Los gestos, las posturas y los objetos del culto cristiano son, por esto, no menos importantes que los textos de la liturgia; en realidad son, de muchas formas, más importantes. Por ejemplo, una Misa en que los fieles se arrodillan durante largos períodos de silencio afirma más poderosamente la presencia de Dios oculta, misteriosa y terrible que una Misa en que el silencio y el arrodillarse son menos importantes o incluso faltan. Una Misa con incienso tendrá inmediatamente un carácter sagrado más elevado que una Misa sin incienso. “Séate mi oración como incienso en tu presencia, y el alzar a ti mis manos como oblación vespertina” (Salmo 140, 2; Apocalipsis 8, 3-4). El Ofertorio de la Misa de Corpus Christi adapta un pasaje de Levítico 21, 6 a los ministros de la Nueva Alianza: Sacerdotes Domini incensum et panes offerunt Deo: et ideo sancti erunt Deo suo, et non polluent nomen ejus, alleluia. “Los sacerdotes del Señor ofrecen a Dios incienso y panes; por tanto, serán santos para su Dios, y no profanarán su nombre, alleluia”. ¡Cuánto comunican el aromático y ondulante humo, el movimiento deliberado de las manos, el ángulo de la cabeza, la dirección de la mirada, la elevación de un cáliz!3. Debemos tomar en serio el despliegue de manifestaciones no verbales de la tradición, ya que también estas cosas nos han sido transmitidas por nuestros antepasados, y llevan consigo la verdad del Evangelio.

Diferentes clases de tradición

La palabra “tradición” deriva de trans y dare, entregar algo. Para que algo sea tradicional debe haber sido establecido por la autoridad correspondiente y transmitido y recibido por otros. Unos de los mejores textos de estudio del siglo XX, el Manuale Theologiae Dogmaticae, de Jean-Marie Hervé, distingue cuatro clases de tradiciones: las provenientes del Señor o dominicales, las de carácter apostólico-divino, las de carácter apostólico-humano, y las eclesiásticas. Una “tradición dominical” es la que ha sido establecida por el mismo Cristo, como la indisolubilidad del matrimonio y la necesidad de ayunar. Las tradiciones “apostólico-divinas” abarcan las que el Espíritu Santo inspiró a los Apóstoles que introdujeran en la Iglesia como parte de la constitución de ésta; por ejemplo, la ordenación de diáconos y la primera fijación de la liturgia, que habría de desarrollarse, con el paso del tiempo, hasta dar origen a las familias de ritos orientales y occidentales. Las tradiciones “apostólico-humanas” son, en cambio, las que los Apóstoles mismos consideraron adecuado instituír, en cuanto representantes de Cristo, como, por ejemplo, los tiempos en que los cristianos deben practicar el ayuno y la abstinencia. Finalmente, las tradiciones “eclesiásticas” comprenden todo lo que la Iglesia ha instituído o ha adoptado después del tiempo de los Apóstoles (e.g., la duración exacta del Adviento y de la Cuaresma, las octavas de Navidad, Pascua y Pentecostés, los días de rogativas, y las vestiduras que deben ser llevadas por el clero en el altar”4.

Los cuatro tipos de tradición poseen en común lo siguiente: tienen su comienzo en alguna autoridad (Cristo, el Espíritu Santo, los Apóstoles, la Iglesia) y son continuamente transmitidas, preservadas y fomentadas. El Depósito de la Fe, el conjunto total de las tradiciones dominicales y apostólico-divinas, no admiten cambio; son establecidas en plenitud desde su promulgación, que termina con la muerte del último Apóstol. Las tradiciones apostólico-humanas tuvieron sólo cierto nicho en el que se las pudo establecer, y después de la muerte de San Juan, ya no pueden ser modificadas: sólo pueden ser abandonadas. Las tradiciones eclesiásticas constituyen la categoría más compleja.

Las dos primeras categorías, las dominicales y las apostólico-divinas, pueden llamarse Tradición con una T mayúscula: en su origen y contenido son divinas y, como Dios mismo, inmutables. Las últimas dos categorías, las apostólico-humanas y las eclesiásticas, pueden llamarse humanas más que divinas, pero con la importante aclaración de que nacen bajo la guía divina y poseen cierto grado de autoridad divina. Aunque las tradiciones eclesiásticas se desarrollan y cambian, la coherencia de la práctica de la Iglesia católica a lo largo de los siglos –que no sería exagerado calificar de norma o principio– ha significado prolongar todo lo que ya es parte de su vida, y tanto más cuanto más universalmente dichas tradiciones permean al cuerpo de fieles5. De lo anterior se derivan dos corolarios. Primero, mientras más prolongada sea la tradición, más certeza se tiene de que es verdadera, conveniente, y beneficiosa. Segundo, debe admitirse las nuevas prácticas sólo cuando refinan, cristalizan, amplían o destacan de algún modo las tradiciones ya existentes. Las prácticas bien establecidas y que han durado por mucho tiempo reciben el nombre de usos, y operan como leyes, con estatus normativo y fuerza obligatoria en una colectividad. Cuando una costumbre es tan antigua y/o extendida que nadie recuerda su introducción (con frecuencia no habrá recuerdo de quién la introdujo o dónde o cuándo), se la denomina inmemorial, y es, por tanto, venerable.

La gran veneración que la Iglesia tiene por sus tradiciones se hace presente en las siguientes palabras del Concilio de Trento, que alaban al Canon romano:

Y siendo conveniente que las cosas santas se manejen santamente; constando ser este sacrificio el más santo de todos; estableció muchos siglos ha la Iglesia católica, para que se ofreciese, y recibiese digna y reverentemente, el sagrado Canon, tan limpio de todo error, que nada incluye que no dé a entender en sumo grado, cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que sacrifican; porque el Canon consta de las mismas palabras del Señor, y de las tradiciones de los Apóstoles, así como también de los piadosos estatutos de los santos Pontífices6.

En esta cita encontramos recogidas todas las esferas de la tradición: la dominical (“las mismas palabras del Señor”), la apostólico-divina y la apostólico-humana (“las tradiciones de los Apóstoles”), y la eclesiástica (“los piadosos estatutos de los santos Pontífices”). El Concilio de Trento ofrece, para nuestra admiración y adhesión, la más perfecta ilustración de la corrección de la antiquísima práctica cultual de la Iglesia, es decir, el texto litúrgico central y definitivo del sacrificio Eucarístico en todos los ritos occidentales, completado en el año 604.

Prof. Peter Kwasniewski

INFORMACIÓN SOBRE EL LIBRO

Peter Kwasniewski. El rito romano de ayer y del futuro: El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio. Lincoln, NE: Os Justi Press, 2023. 478 páginas, con 8 ilustraciones y 3 diagramas. Disponible en tapa blanda, tapa dura o libro electrónico.

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1 San Basilio, On the Holy Spirit, 27:66.

2 San Vicente de Lérins, Commonitorium, c. 22, n. 53.

3 Ver Romano Guardini, Sacred Signs.

4 San León Magno atribuye las Témporas a los Apóstoles.

5 La significación de este principio se aprecia cuando consideramos que el Missale Romanum de Pío V, promulgado en 1570, se diferencia muy poco de los misales que ya habían sido usados desde muchos siglos antes, y posteriormente siguió siendo de uso universal en toda la Iglesia católica romana durante cuatrocientos años. Su abolición, por tanto, fue un magnífico ejemplo de desprecio por la tradición eclesiástica. En realidad, sería difícil concebir un acto más temerario y anticatólico que esta arrogante eliminación de la riqueza acumulada durante siglos de culto público y de piedad personal.

6 Concilio de Trento, sesión XX, cap. 4.