EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (III)

Siguiendo con nuestro agradecimiento y homenaje al Papa Benedicto XVI, traemos a nuestros lectores en esta ocasión, con permiso de su autor, don Luis López Valpuesta, un fragmento titulado «UNA REFLEXION DEL PAPA EMÉRITO SOBRE LA INTANGIBILIDAD DE LA LITURGIA. NI VERDAD SIN CARIDAD NI CARIDAD SIN VERDAD, del libro: «Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba» «. Libro que fue presentado por su autor en la Sede social de Una Voce Sevilla el pasado mes de enero.

Nuestro querido papa emérito, Benedicto XVI, en su libro autobiográfico «Mi vida» (1997), incluyó una frase que ha dado mucho que hablar, generalmente en sectores tradicionalistas, y que a mi juicio llega al meollo de la gran crisis de la fe católica de nuestros tiempos. 

«Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia». 

El origen de ese hundimiento, según señala en párrafos anteriores, se encuentra en la manera violenta -y no orgánica- en la que se procedió a sustituir la liturgia codificada por San Pío V en 1570.

«El hecho de que, después de un período de experimentación que a menudo había desfigurado profundamente la liturgia, se volviese a tener un texto vinculante, era algo que había que saludar como seguramente positivo. Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia. Se suscitaba por cierto la impresión de que esto era completamente normal» .

Pero no lo era, porque como bien explica Benedicto XVI, el desarrollo de la liturgia:

«Se ha tratado siempre de un proceso continuado de crecimiento y de purificación en el cual, sin embargo, nunca se destruía la continuidad».

Y al aprobar el Misal de Pablo VI, se siguió otro camino, más radical y evidentemente revolucionario: 

«se hizo aparecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica»,

Y como consecuencia de ello, 

«nos ha producido unos daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se «hace», que no es algo que existe antes que nosotros, algo «dado», sino que depende de nuestras decisiones». 

La trascendencia de esa última fase podemos calibrarla desde el axioma «lex orandi, lex credendi». Alterar algo tan íntimamente vinculado con las creencias cristianas (como es la liturgia en la que se manifiesta públicamente la fe), no puede menos que afectar directamente a los contenidos en lo que se expresa esa fe del pueblo. Dicho de manera más rotunda: si podemos modificar la liturgia con tal impunidad, poco nos costará -con el mismo descaro- ir diluyendo los contenidos de la fe católica en un mundo donde palabras como «pecado», «penitencia», «expiación», «sacrificio» o «mortificación» han dejado de tener sentido. Pero como los principios fundamentales de la fe son por definición inalterables -tienen la consideración de dogmas o doctrinas seguras-, se nos conmina  hoy a que los apartemos en anaqueles polvorientos de bibliotecas universitarias; que atendamos a una visión «más pastoral y menos doctrinal», «más ecológica y menos celestial», «más horizontal y menos vertical» -«más tiempo y menos espacio» (en expresión del papa Francisco)-, aunque asumamos el riesgo de orillar lo que creyeron y vivieron los cristianos desde hace cientos de años. De este modo se juzga siempre con desconfianza a quienes pretenden salvar la fidelidad estricta a la fe recibida  y no están dispuestos a ponerla en la almoneda del consenso,  pues -según se nos advierte una encíclica reciente, Evangelii Gaudium, (94) 2013 – esa «supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria da lugar a un elitismo narcisista y autoritario». Siendo benévolos, esa frase hubiera parecido cuanto menos incomprensible a tantos papas del pasado reciente (y no reciente) que se desvivieron para que se mantuviese la pureza de una fe, siempre atacada por los modernistas de ayer y de hoy. Ellos sabían bien lo que se jugaba.

En definitiva, no cabe duda de que se pretende abiertamente que nosotros y las futuras generaciones cristianas nos libremos de esas presuntas rémoras que se asocian a rigideces que obstaculizan una vida cristiana presuntamente sana. Pero, con todo respeto, sentimos discrepar, porque, a nuestro humilde juicio, lo que verdaderamente hace enfermar a la fe cristiana es la vacilación en principios innegociables.  Como dijo el Cardenal Pie, el cristianismo es Verdad y es Caridad (no es Verdad sin Caridad, ni es Caridad sin Verdad), y por ello, como Verdad, debemos ser necesariamente intolerantes en las doctrinas seguras; ahora bien, como Caridad, debemos amar de corazón a todos los hermanos, incluso a los más errados (Caritas in veritate, como escribió Benedicto XVI).  Me resulta por ello muy doloroso que documentos eclesiásticos actuales, con insultante franqueza, pretendan disociar a los cristianos que defienden la Verdad, de la reina de todas las virtudes de un seguidor de Cristo, cual es la Caridad.  

Luis López Valpuesta

AUDIOS DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA REZAR EL ROSARIO EN LATÍN

LAS MEJORES FRASES SOBRE EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI

Para continuar con nuestro homenaje y agradecimiento al Papa Benedicto XVI, traemos a colación el siguiente florilegio de sus citas más relevantes sobre su legado litúrgico, publicado por nuestros hermanos de Una Voce Argentina, habiendo sido recopilado en su mayoría por el admirado Prof. Peter Kwasniewski. Citas que nos hacen comprender aún más la verdadera intención –mens– que tuvo el Santo Padre al promulgar el Motu Proprio Summorum Pontificum sobre la Misa Tradicional en el año 2007.

«Con la iniciativa del Papa Benedicto XVI de liberar la Misa de siempre, el movimiento por la restauración de la misma no sería el fenómeno global que actualmente es. Si finalmente prevalece la defensa de la Tradición, como sin duda lo hará, una de las pocas grandes figuras que habrá que mencionar como elemento de su victoria ciertamente será él». (Una Voce Argentina)

Papa Benedicto XVI

Carta al Prof. Wolfgang Waldstein, 1976

«El problema del nuevo Misal radica en el abandono de un proceso histórico siempre continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada por una prohibición de todo lo que le precedió, lo que, además, es inédito en la historia tanto del Derecho como de la Liturgia. Puedo decir con certeza, basado en mi conocimiento de los debates conciliares y mi lectura repetida de los discursos pronunciados por los Padres del Concilio, que esto no corresponde a las intenciones del Concilio Vaticano II».“Zum motuproprio Summorum Pontificum”, en Una Voce Korrespondenz 38/3 [2008], 201–214.

La Fiesta de la Fe: Ensayo de Teología Litúrgica, 1986

«Como “fiesta”, la Liturgia va más allá del ámbito de lo que se puede hacer y manipular; nos introduce en el ámbito de la realidad viva dada, que se nos comunica. Por eso, en todos los tiempos y en todas las religiones, la ley fundamental de la Liturgia ha sido la ley del crecimiento orgánico dentro de la universalidad de la tradición común. Incluso en la gran transición del Antiguo al Nuevo Testamento, esta regla no se violó; la continuidad del desarrollo litúrgico no se interrumpió […] Ni los apóstoles ni sus sucesores “hicieron” una liturgia cristiana; creció orgánicamente como resultado de la lectura cristiana de la herencia judía, moldeando su propia forma mientras lo hacía […]

[…] En parte, es simplemente un hecho que el Concilio fue dejado de lado. Por ejemplo, el mismo había dicho que el idioma del Rito Latino debía seguir siendo el latín, aunque se podría dar un alcance adecuado a la lengua del pueblo. Hoy podríamos preguntarnos: ¿Existe ya un rito latino? Ciertamente no se nota […]

[…] De hecho, no existe tal cosa como una Liturgia Tridentina, y hasta 1965 la frase no habría significado nada para nadie. El Concilio de Trento no “hizo” una liturgia. Estrictamente hablando, tampoco existe tal cosa como el Misal de Pío V. El Misal que apareció en 1570 por orden de Pío V difería solo en pequeños detalles de la primera edición impresa del Misal Romano de unos cien años antes. Básicamente, la reforma de Pío V solo se preocupaba por eliminar ciertas adiciones de la Baja Edad Media y los diversos errores y erratas que se habían deslizado. Así, nuevamente, prescribió el Misal de la Ciudad de Roma, que había permanecido en gran parte libre de estos defectos, para toda la Iglesia […]

[…] [E]l nuevo Misal se publicó como si fuera un libro elaborado por académicos, no como una fase más en un proceso de crecimiento continuo. Tal cosa nunca antes había sucedido. Es absolutamente contrario a las leyes del desarrollo litúrgico, y ha resultado en la noción sin sentido de que Trento y Pío V habían “producido” un Misal hace cuatrocientos años. La Liturgia católica quedó así reducida al nivel de un mero producto de los tiempos modernos. Esta pérdida de perspectiva es realmente preocupante […]»La Fiesta de la Fe: Ensayo de Teología Litúrgica, 1986, pp. 86-87.

Mi Vida: Autobiografía, 1988

«[…] [E]l hecho de que se presentase [el misal posconciliar] como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese aparecer la Liturgia, de alguna manera, ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se “hace”, que no es algo que existe antes que nosotros, algo “dado”, sino que depende de nuestras decisiones. Como consecuencia de ello, no se reconoce esta capacidad solo a los especialistas o a una autoridad central, sino a que, en definitiva, cada “comunidad” quiera darse una liturgia propia. Pero cuando la Liturgia es algo que cada uno hace a partir de sí mismo, entonces no nos da ya la que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, que no es un producto nuestro, sino nuestro origen y la fuente de nuestra vida […] Entonces la comunidad se está celebrando a sí misma, lo cual es una actividad completamente infructuosa […] Para la vida de la Iglesia es dramáticamente urgente una renovación de la conciencia litúrgica, una reconciliación litúrgica que vuelva a reconocer la unidad de la historia de la liturgia […] Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende, en gran parte, de la desintegración de la Liturgia […]»Mi Vida: Autobiografía, 1988, pp. 148–49.

Alocución a los Obispos de Chile, 1988

«Muchas exposiciones dan la impresión de que, después del Vaticano II, todo haya cambiado y lo anterior ya no puede tener validez; o, en el mejor de los casos, sólo la tendrá a la luz del Vaticano II […] La verdad es que el mismo Concilio no ha definido ningún dogma y ha querido, de modo consciente, expresarse en un rango más modesto, meramente como Concilio pastoral; sin embargo, mu­chos lo interpretan como si fuera casi el superdogma que quita importancia a todo lo demás.

Esta impresión se refuerza especialmente por hechos que ocurren en la vida corriente. Lo que antes era considerado lo más santo –la forma transmitida por la Liturgia–, de repente aparece como lo más prohibido y lo único que, con seguridad, debe rechazarse. No se tolera la crítica a las medidas del tiempo posconciliar; pero donde están en juego las antiguas normas, o las grandes verdades de la fe, o bien no se reacciona en absoluto, o bien se hace sólo de forma extremadamente atenuada.

Todo esto lleva a muchas personas a preguntarse si la Iglesia de hoy es realmente todavía la misma de ayer, o si no será que se la han cambiado por otra sin avisarlesAlocución a los Obispos de Chile, 1988.

Revue Theologisches, 1990

«El resultado [de los cambios litúrgicos] no ha sido una revigorización sino una devastación […] [E]n lugar de la Liturgia que se había venido desarrollando, se colocó una liturgia que se ha inventado. Se ha abandonado el proceso vital de crecimiento y devenir para sustituirlo por una fabricación. Ya no se quería continuar el desarrollo y la maduración orgánica de lo que ha ido creciendo a lo largo de los siglos, sino que se la reemplazó, a modo de producción técnica, por una invención, el producto banal del momento.»Comentario en Simandron—Der WachklopferGedenkschrift für Klaus Gamber (1919-1989), ed. Wilhelm Nyssen [Cologne: Luthe-Verlag, 1989], 13–15, citado en Theologisches, 20.2 (Feb. 1990), 103–4.

La Sal de la Tierra, 1997

«Soy de la opinión, sin duda, de que el Rito antiguo debería concederse mucho más generosamente a todos aquellos que lo deseen. Es imposible ver qué podría ser peligroso o inaceptable en eso. Una comunidad está poniendo en entredicho su propio ser cuando de repente declara que lo que hasta ahora era su posesión más sagrada y suprema está terminantemente prohibida y cuando hace que el anhelo por la misma parezca algo fuera de lugar. ¿Se puede seguir confiando en ella en cualquier otra cosa? ¿No volverá a proscribir mañana lo que prescribe hoy?»La Sal de la Tierra, 1997, pp. 176–77

Discurso por el 10° aniversario del motu propio “Ecclesia Dei”, 1998

«Es bueno recordar […] lo que dijo el Cardenal Newman cuando observó que la Iglesia, en toda su historia, nunca abolió o prohibió las formas litúrgicas ortodoxas, algo que sería completamente ajeno al Espíritu de la Iglesia […] Las formas ortodoxas de un rito son realidades vivas, nacidas de un diálogo de amor entre la Iglesia y su Señor. Son las expresiones de la vida de la Iglesia en las que se condensan la fe, la oración y la vida misma de las generaciones, y en las que se encarnan, de forma concreta, a la vez la acción de Dios y la respuesta del hombre […]

[…] En la medida en que todos creamos, vivamos y actuemos con estas intenciones, podremos también persuadir a los obispos de que la presencia de la antigua Liturgia no perturba ni rompe la unidad de su diócesis, sino que es un don destinado a edificar el Cuerpo de Cristo, del cual todos somos servidores.»Discurso por el 10° aniversario del motu propio “Ecclesia Dei”, 1998 | http://unavoce.org/resources/card-ratzingers-1998-address-at-anniv.

Dios y el Mundo, 2000

«Para fomentar una verdadera conciencia en asuntos litúrgicos, también es importante que se levante la proscripción contra la forma de liturgia en uso válido hasta 1970 [la Misa Tradicional]. Cualquiera que hoy abogue por la existencia continua de esta liturgia o participe en ella es tratado como un leproso; toda tolerancia termina aquí. Nunca ha habido algo así en la historia; al hacer esto estamos despreciando y proscribiendo todo el pasado de la Iglesia. ¿Cómo se puede confiar en la Iglesia si las cosas son así?»Dios y el Mundo, 2000, p. 416 de la ed. inglesa (2002).

El Espíritu de la Liturgia, 2000

«Después del Concilio Vaticano II, surgió la impresión de que el Papa realmente podía hacer cualquier cosa en asuntos litúrgicos, especialmente si actuaba por mandato de un concilio ecuménico. Eventualmente, la idea de la Liturgia como algo recibido, el hecho de que uno no puede hacer con ella lo que quiera, se desvaneció de la conciencia pública de Occidente. De hecho, el Concilio Vaticano I de ninguna manera había definido al Papa como un monarca absoluto. Al contrario, lo presenta como garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la Tradición de fe, y eso también se aplica a la Liturgia. No es una “invención” de la jerarquía. Incluso el Papa solo puede ser un humilde servidor de su desarrollo legítimo y de su integridad e identidad permanentes […] La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición.»El Espíritu de la Liturgia, 2000, pp. 165–66.

Discurso dado durante el Congreso Litúrgico en Fontgombault, 2001

«Un grupo considerable de liturgistas católicos parece haber llegado prácticamente a la conclusión de que Lutero, en vez de Trento, estaba sustancialmente en lo cierto en el debate del siglo XVI […] Es sólo en este contexto de la negación efectiva de la autoridad de Trento, que la amargura de la lucha contra permitir la celebración de la Misa según el Misal de 1962, después de la reforma litúrgica, puede ser entendida. La posibilidad de celebrar así constituye la contradicción más fuerte, y por tanto [para ellos] más intolerable, de la opinión de quienes creen que la fe en la Eucaristía formulada por Trento ha perdido su valor […]

[…] Personalmente, desde un principio, fui partidario de la libertad de seguir usando el antiguo Misal, por una razón muy sencilla: ya se empezaba a hablar de romper con la Iglesia preconciliar, y de desarrollar varios modelos de Iglesia –una Iglesia de tipo preconciliar y obsoleta, y una Iglesia de tipo nuevo y conciliar […]

[…] Para subrayar que no hay ruptura esencial, que hay continuidad en la Iglesia, que conserva su identidad, me parece indispensable seguir ofreciendo la oportunidad de celebrar según el antiguo Misal, como signo de la identidad perdurable de la Iglesia. Ésta es para mí la razón más fundamental: lo que hasta 1969 fue la Liturgia de la Iglesia, para todos nosotros lo más santo que había, no puede convertirse después de 1969 –con una decisión increíblemente positivista– en lo más inaceptable.»Discurso dado durante el Congreso Litúrgico en Fontgombault, 2001, pp. 20, 148-49.

Carta a los obispos que acompañaba el motu proprio Summorum Pontificum, 2007

«[Q]uisiera llamar la atención sobre el hecho de que este Misal [de san Pío V] no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido. […]

[…] De este modo, he llegado a la razón positiva que me ha motivado a poner al día mediante este Motu Proprio el de 1988. Se trata de llegar a una reconciliación interna en el seno de la Iglesia. Mirando al pasado, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, se tiene continuamente la impresión de que en momentos críticos en los que la división estaba naciendo, no se ha hecho lo suficiente por parte de los responsables de la Iglesia para conservar o conquistar la reconciliación y la unidad; se tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones hayan podido consolidarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer todos los esfuerzos para que a todos aquellos que tienen verdaderamente el deseo de la unidad se les haga posible permanecer en esta unidad o reencontrarla de nuevo. […]

[…] En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande, y no puede ser  improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el lugar que les corresponde.»Carta a los obispos que acompañaba el motu proprio Summorum Pontificum, 2007.

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (II)

En esta ocasión, y continuando con el agradecimiento y homenaje al Papa Benedicto XVI, nos hacemos eco del testimonio de Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima de Astaná, publicado en la web InfoVaticana con el título El legado del pontificado del Papa Benedicto XVI. El obispo Schneider nos honró con su visita a Sevilla el 11 de diciembre de 2016, celebrando la Santa Misa tradicional en la Parroquia de Santa Cruz, la cual fue organizada por Una Voce Sevilla.

Con la muerte del Papa Benedicto XVI muchos católicos sintieron que perdían un punto de referencia claro y seguro para su fe. Uno puede tener la sensación de niños huérfanos. Podemos decir que el Papa Benedicto XVI fue un Papa, que puso en el centro de su vida personal y de la vida de la Iglesia la visión sobrenatural de la fe y de la vigencia perenne de la Sagrada Tradición de la Iglesia, que constituye la fuente y el pilar de nuestra fe junto con la Sagrada Escritura.

En este sentido el acto mayor y más benéfico de su pontificado fue el Motu Proprio Summorum Pontificum con la plena restauración de la liturgia latina tradicional en toda su expresión: Santa Misa, sacramentos y todos los demás ritos sagrados. Este acto pontificio pasará a la historia como epocal. El Papa Benedicto XVI afirma que el rito tradicional de la Santa Misa nunca fue abrogado y debe permanecer siempre en la Iglesia, porque lo que fue santo para nuestros antepasados ​​y los Santos debe serlo también para nosotros y las generaciones futuras. En una época, como fue después del Concilio Vaticano II, donde había dentro de la Iglesia un movimiento casi general de rechazo radical al milenario rito litúrgico de la Santa Misa y por tanto de ruptura con el principio de la Tradición misma, el pontificado de Benedicto XVI valió la pena por la sola razón de haber emitido el Motu Proprio Summorum Pontificum, con el que se inició la curación de la herida en el Cuerpo de la Iglesia, herida causada por la actitud de rechazo y de odio de la venerable y milenaria regla de la oración de la Iglesia.

En su testamento espiritual el Papa Benedicto XVI nos dejó entre otras la siguiente breve frase sustanciosa, que considero la más importante de todas: Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! Asistimos en nuestros días en la vida de la Iglesia a un proceso de dilución de la fe católica y de su adaptación al espíritu de los herejes, incrédulos y apóstatas por medio del engañoso y eufónico nombre de la sinodalidad y por medio del abuso de la institución canónica del sínodo. Tal situación es desmoralizadora para todo verdadero católico. Por lo tanto el legado del Papa Benedicto XVI que se expresa en las palabras: Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! y en su histórico Motu Proprio Summorum Pontificum sigue siendo una luz, un estímulo y un consuelo. Este Papa fue fuerte en la fe, verdadero amante de la belleza imperecedera y de la firmeza del rito tradicional de la Santa Misa, el dio primacía a la oración, a la mirada sobrenatural y a la eternidad. Este legado vencerá gracias a la intervención de la Divina Providencia, que nunca abandona a Su Iglesia, la enorme confusión doctrinal actual, la apostasía progresiva sobre todo entre una casta de teólogos mundanos e incrédulos, que son los nuevos escribas y una apostasía progresiva de no pocos clérigos de alto rango, que son los nuevos saduceos.

El Papa Benedicto XVI hizo resplandecer su lema episcopal Collaboratores veritatis, es decir, colaboradores de la verdad. Con este lema, él quiere decir a cada fiel católico, a cada sacerdote, a cada obispo, a cada cardenal y también al Papa Francisco: lo que realmente cuenta es la fidelidad inquebrantable a la verdad católica, a la constante y venerable tradición litúrgica de la Iglesia y al primado de Dios y de la eternidad. Que Dios acepte las oraciones y los sufrimientos espirituales, que el Papa Benedicto XVI ofreció en su vida retirada, y conceda para el futuro de la Iglesia obispos y papas plenamente católicos y plenamente apostólicos. Porque, como dijo San Pablo: “No podemos hacer nada contra la verdad, sino por la verdad” (2 Cor. 13, 8).

+ Athanasius Schneider

CALENDARIO LITÚRGICO TRADICIONAL 2023 (Digital)

Como es costumbre desde 2010, la comunidad de Una Voce Sevilla pone a disposición de forma gratuita el calendario litúrgico del rito Romano tradicional en formato pdf correspondiente al año del Señor que acaba de comenzar.

En esta ocasión, hemos querido dedicar la portada a nuestro querido Papa Benedicto XVI, recientemente fallecido -R.I.P.- y que tan importante legado litúrgico nos ha dejado.

Corresponde al Calendario Romano General, en latín, extraído del más amplio y completo que ha publicado la Federación Internacional Una Voce en su web, para que pueda ser consultado y usado por los sacerdotes y seglares que celebran o asisten, respectivamente, a la Santa Misa tradicional o rezan el Breviarium Romanum en cualquier parte del mundo, aunque nos hemos permitido indicar al pie de cada mes, junto a las antífonas de la Santísima Virgen, las variaciones correspondiente al calendario común para todas las diócesis de España.

PARA DESCARGAR PINCHAR AQUÍ: CALENDARIO LITÚRGICO TRADICIONAL UVS 2023 AD

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI

En agradecimiento y homenaje al Papa Benedicto XVI, traemos a colación el artículo: «El legado litúrgico de Benedicto XVI», escrito por Uwe Michael Lang y publicado en el Boletín Adoremus -traducción al español gentileza del blog Caminante Wanderer-.

«No es tarea fácil hacer justicia al legado litúrgico de Benedicto XVI, cuyo pontificado se destaca de tantas maneras, y acepté la solicitud de Adoremus con sentimientos encontrados de gratitud y temor. En primer lugar, estoy realmente agradecido por las trascendentales contribuciones de Benedicto a la vida litúrgica de la Iglesia, como erudito y teólogo, así como papa y pastor de almas. Al mismo tiempo, no puedo negar una sensación de aprensión cuando se debe considerar el impacto duradero de un Papa que tuvo que librar tantas batallas dolorosas dentro de la Iglesia y cuya renuncia a la sede petrina en 2013 parece haber cuestionado gran parte de sus logros. Habiendo tenido la gracia y el honor de conocer personalmente al difunto Joseph Ratzinger, me parece incomprensible cómo un hombre de tal dulzura, humildad y apertura para escuchar a los demás a menudo se encontró con hostilidades anticipadas desde fuera y con un obstrucciones ligeramente velada desde el interior de la iglesia católica. Y, sin embargo, estoy convencido de que sus esfuerzos para restaurar la liturgia sagrada en el corazón de la Iglesia, con coraje intelectual, profundidad espiritual y con gran costo personal, solo han comenzado a dar frutos y demostrarán su legado duradero al cristianismo.

“Dios primero”

Como señaló Joseph Ratzinger en su autobiografía, el culto de la Iglesia había dado forma a su fe y su vida desde su infancia.Aunque su carrera académica se centró en la teología dogmática y fundamental, Ratzinger consideraba que la teología de la liturgia era central en su trabajo como sacerdote y erudito. En el prefacio a Teología de la Liturgia, el undécimo volumen de sus escritos recopilados (que fue el primero en ser publicado, por su deseo expreso, en 2008), Benedicto XVI llamó la atención sobre el hecho de que el primer documento del Concilio fue la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanto Concilium. En su opinión, esta no fue solo una decisión pragmática que parecía oportuna en las circunstancias dadas; más bien reflejaba el orden correcto de la vida y la misión de la Iglesia:

“Comenzando con la liturgia nos dice: ‘Dios primero’. Cuando el enfoque en Dios no es claro, todo lo demás pierde su orientación. El dicho de la Regla de San Benedicto «Nada se debe preferir a la liturgia» (43,3) se aplica específicamente al monacato, pero como forma de ordenar las prioridades también es real para la vida de la Iglesia y de cada individuo, para cada uno a su manera”.

El Papa Benedicto luego recordó un tema que ha explorado ampliamente en sus escritos y predicación: la plenitud del significado de la «ortodoxia»: “Puede ser útil aquí recordar que en la palabra ‘ortodoxia’, la segunda mitad, ‘-doxa’, no significa ‘idea’, sino, más bien, ‘gloria’ (Herrlichkeit):  no se trata de la ‘idea’ correcta sobre Dios, sino de la manera correcta de glorificarlo, de responderle. Porque ésa es la cuestión fundamental del hombre que comienza a comprenderse a sí mismo correctamente: ¿Cómo debo encontrarme con Dios? Así pues, aprender el modo correcto de adorar —la ortodoxia— es el don por excelencia que nos da la fe”.

Aquí hay una elaboración perspicaz sobre el viejo dicho, que data del siglo V: ut legem credendi lex statuat supplicandi, “Que la ley de la oración establezca la ley de lo que hay que creer”. En otras palabras, el culto público de la Iglesia es una expresión y testimonio de su fe infalible, y debería ayudarnos a entender de una manera profunda que sea más que verbal que todas nuestras aspiraciones de bondad, de verdad, de belleza y de amor están fundamentadas y encuentran su realización en la realidad de Dios.

Cambio de juego

Como teólogo, Joseph Ratzinger se mantuvo fiel a esta intuición fundamental a lo largo de su larga y distinguida carrera. Aunque no era un liturgista por formación (un punto que a menudo señalan sus críticos), abordó cuestiones sobre el culto divino en varias publicaciones. Ratzinger estaba profundamente en deuda con los principios del Movimiento Litúrgico del siglo XX, moldeado por figuras como Romano Guardini y Joseph Pascher. Al mismo tiempo, fue su preocupación por la auténtica renovación litúrgica lo que le hizo cuestionar aspectos de la reforma postconciliar ya en sus primeros años. El análisis perceptivo de Ratzinger expuso la ambivalencia de un purismo litúrgico que oscilaba entre un renacimiento de una supuesta “edad de oro” (ya sea pre-Carolingia o pre-Nicena), y un impulso incontrolado de novedad. Lo que se quedó en el camino fue el crecimiento histórico y el desarrollo de la liturgia en la Edad Media y el Barroco, que aportó una profundidad y una madurez de las que no es fácil deshacerse. Es la liturgia católica en su historia orgánica (y a veces serpenteante) la que nutrió a muchas generaciones de cristianos, incluidos sus santos más importantes. En particular, Ratzinger fue una de las pocas pero notables voces (junto con Louis Bouyer, Josef Andreas Jungmann y Klaus Gamber) que cuestionaron la introducción generalizada de la misa “de cara al pueblo” y el consiguiente rediseño de las iglesias de todo el mundo.

Un hito en el trabajo teológico de Ratzinger sobre la liturgia fue la colección de ensayos La Fiesta de la Fe. Ensayo de teología litúrgica, publicada por primera vez en alemán en 1981 (versión española publicada en 1999 por Desclée de Brower). Entre las contribuciones significativas de este libro está el argumento de Ratzinger según el cual la Última Cena estableció el contenido dogmático de la Eucaristía, pero no su forma litúrgica, que aún no se había desarrollado. En otras palabras, la misa no es simplemente una recreación de la Última Cena, sino que la Última Cena en sí debe entenderse como la anticipación, bajo el velo de los signos sacramentales, del sacrificio de la Cruz. Esta visión llevó a Ratzinger a proponer una sólida reafirmación del carácter sacrificial de la Misa: la Eucaristía como el “banquete de los reconciliados” se integra en auto ofrecimiento de Cristo presente en el altar en forma de un rito litúrgico deudor de la Sinagoga yel Templo. En este contexto, Ratzinger reafirmó su preferencia por la celebración de la misa orientada (coram Deo) como la expresión más adecuada, visible y ritual del sacrificio eucarístico.

Como Cardenal y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005), Ratzinger continuó involucrándose con la teología de la liturgia. El amplio alcance y la pesada carga del oficio que le confió el Papa Juan Pablo II le permitió escribir solo una monografía: El Espíritu de la Liturgia, publicada en 2000. Este libro inspiró a una nueva generación de eruditos a ir más allá de la gran narrativa de la reforma postconciliar y mirar de nuevo a la plenitud de la tradición litúrgica. El libro también alentó al clero y a los fieles por igual a articular su malestar sobre el estado actual del culto católico, donde no todo está bien. En muchos sentidos, El espíritu de la liturgia es una síntesis de la obra y el pensamiento de Joseph Ratzinger sobre el tema y no abrió tantos caminos nuevos como Fiesta de la Fe. La principal contribución del libro bien puede ser su esfuerzo por profundizar y ampliar nuestra comprensión de la “participación activa”, el principio que estaba en el corazón del llamado del Concilio Vaticano II a la renovación litúrgica. La necesidad de ir más allá de la interpretación externa y superficial de este principio en las reformas pos-conciliares es ampliamente reconocida hoy en día. Ratzinger le dio a esta convicción una sólida base teológica, cuando escribió en una publicación posterior: “La liturgia deriva su grandeza de lo que es, no de lo que hacemos con ella… La liturgia no es una expresión de la conciencia de la comunidad, que en cualquier caso es difusa y cambiante. Es una revelación recibida en la fe y la oración”.

Un nuevo movimiento litúrgico

Joseph Ratzinger vivió y trabajó en un momento en el que precisamente la forma y expresión de esta revelación recibida en la fe y la oración se habían convertido en un tema muy controvertido en la Iglesia Católica. Como teólogo y cardenal, no se arredró a la hora de entrar en este controvertido terreno con valentía y claridad. Con su elección a la Sede de Pedro el 19 de abril de 2005, Benedicto XVI se encontró en posición de dar forma al futuro de la liturgia católica, una posición que sólo podía abordar con cierto recelo, porque sostenía firmemente que la auténtica renovación litúrgica no se produce simplemente mediante decretos e instrucciones.

De ahí que Benedicto XVI comenzara con cautela transmitiendo en sus homilías y discursos, y de modo especial en sus propias celebraciones litúrgicas, el orden de prioridades del Concilio Vaticano II como su propia primera preocupación: a saber, que la sagrada liturgia debe ser un reflejo de la gloria de Dios, que estamos llamados a compartir sobre todo a través de la entrega de Cristo en el altar, cuando nos sumergimos en el Misterio Pascual de su pasión, muerte y resurrección. Esta comunión sacramental no es sólo algo que nosotros (la comunidad reunida en un lugar y un momento determinados) hacemos, sino el don de una realidad mayor que Cristo confió a toda la Iglesia. Poco antes de su elección al pontificado, Ratzinger hizo un llamamiento a una renovada conciencia del rito litúrgico como “forma condensada de la tradición viva”. Esto significaba, en concreto, reconsiderar el proceso de renovación litúrgica según la hermenéutica de la reforma en continuidad en la interpretación del Concilio Vaticano II, que Benedicto XVI propuso en su trascendental discurso a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005.

Ya en sus Memorias de 1997, el entonces cardenal Ratzinger pidió un “nuevo movimiento litúrgico” que “llamaría a la vida a la verdadera herencia del Concilio Vaticano II”, una afirmación que más tarde volvió a tomar en El espíritu de la liturgia. Se mostró convencido de que se han tomado decisiones poco acertadas en la aplicación real de los sanos principios de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia. No se ha prestado suficiente atención al artículo 23 del documento, que insiste en que “no debe haber innovaciones a menos que el bien de la Iglesia las requiera genuina y con certeza; y debe tenerse cuidado de que cualquier forma nueva que se adopte crezca de algún modo orgánicamente a partir de formas ya existentes”.

En una conferencia celebrada con motivo del 40 aniversario del Sacrosanctum Concilium en 2003, Ratzinger argumentó que había llegado el momento de una relectura, de la constitución conciliar. Con el objetivo de superar las lecturas simplistas del “consejo”, Ratzinger propuso una distinción entre dos niveles diferentes que recorren cada capítulo del documento. En primer lugar, Sacrosanctum Concilium “desarrolla principios que fundamentalmente y generalmente se refieren a la naturaleza de la liturgia y su celebración” y comandan la más alta autoridad. En segundo lugar, y sobre la base de estos principios, la constitución “da instrucciones normativas para la renovación práctica de la liturgia romana”. Para Ratzinger, estas instrucciones válidas “también son más productos de su tiempo que declaraciones de principio”. Se añade un tercer nivel con la implementación concreta de la reforma litúrgica por el Consilium, lo más importante de las cuales fue el nuevo Misal Romano implementado en 1969-1970. Si bien estas “formas de renovación litúrgica establecidas por la autoridad de la iglesia” son vinculantes, “no son la misma cosa que el Concilio”. El marco establecido por las amplias directivas de Sacrosanctum Concilium permite “diferentes implementaciones”. Ratzinger advirtió: “Quien que no cree que todo en esta reforma haya salido bien y considere que muchas cosas están sujetas a reforma o incluso que necesitan revisión no es, por lo tanto, un opositor al Coniclio». A una distancia de cuarenta años, decía, el texto de Sacrosanctum Concilium debería ser “nuevamente ‘contextualizado’, es decir, leído a la luz de su impacto en la historia reciente y de nuestra situación actual”.

“Dos formas… El mismo rito”

Como Papa, Benedicto ofreció un ejemplo clave de tal relectura, guiado por una hermenéutica de la continuidad en su motu proprio Summorum Pontificum de 2007, levantando las restricciones que pesaban sobre el uso de los libros litúrgicos preconciliadores, que llamó la Forma Extraordinaria o usus antiquior del rito romano. Esta concepción no está exenta de dificultades, porque hay una discontinuidad obvia entre las formas litúrgicas preconciliar y postconciliar. Tales diferencias son menos pronunciadas cuando, por ejemplo, el Misal actual se celebra en latín y en un altar con el sacerdote mirando hacia el este (ad orientem) en lugar de frente al pueblo, pero las diferencias aún permanecen: en las oraciones y lecturas de la Misa, en muchos elementos rituales y en la estructura del año litúrgico. En mi opinión, con su afirmación de “dos formas del mismo rito”, Benedicto describió su objetivo de un proceso lento y gradual que estaba destinado a comenzar con Summorum Pontificum y que eventualmente podría resultar en un “enriquecimiento mutuo” de las dos formas. El Papa Francisco rechazó esta visión en su motu proprio Traditionis Custodes 2021, y el estado de los libros litúrgicos preconciliadores, aunque todavía se utilizan con restricciones considerables, está lejos de ser claro. En este punto, vale la pena recordar que el mismo Misterio Pascual se expresa de maneras diferentes, pero de ninguna manera contrarias o contradictorias, en el rito romano, otros ritos occidentales y en los muchos ritos orientales, y sin embargo todos ellos tienen su lugar en la Iglesia Católica.

Al hacer un llamamiento al enriquecimiento mutuo, Benedicto XVI dio un paso valiente para superar la tendencia a “congelar” el estado actual de la reforma postconciliar de una manera que no haría justicia al desarrollo orgánico de la liturgia, y para reanudar la renovación litúrgica deseada por el Concilio en una clave diferente. En un momento en el que muchas cuestiones que en su día se consideraron zanjadas vuelven a abrirse al debate, es difícil entender por qué no deberían discutirse abiertamente los puntos fuertes y débiles de la reforma litúrgica postconciliar. La renovación litúrgica se efectúa mediante decisiones prácticas y prudenciales que no comprometen la infalibilidad de la Iglesia en materia de fe y de moral..

El proyecto de Summorum Pontificum estaba ya disponible en las reflexiones finales de Ratzinger en una conferencia litúrgica celebrada en la abadía benedictina de Fontgombault en 2001. En aquella ocasión, el Cardenal habló de una “reforma de la reforma”, para la que identificó tres áreas. En primer lugar, vio la necesidad de superar “la falsa creatividad, que no es una categoría de la liturgia”, con lo que se refería a los elementos ambiguos de los libros litúrgicos postconciliares que contribuían a la inestabilidad ritual, incluyendo, sobre todo, las opciones para adaptar los ritos a las circunstancias dadas, y los frecuentes pasajes ad libitum (“con estas o similares palabras”). El problema fundamental que Ratzinger identificó en tales indicaciones arbitrarias no es sólo de naturaleza litúrgica (interrumpiendo, por ejemplo, el flujo tan necesario para el “éxito” del ritual), sino también problemático en un contexto eclesiológico: “con esta falsa creatividad, que transforma la liturgia en un ejercicio catequético para esta congregación, se destruyen la unidad litúrgica y la eclesialidad de la Liturgia”. En segundo lugar, Ratzinger abordó la cuestión de las traducciones litúrgicas postconciliares. Este asunto ha sido ampliamente tratado, sobre todo en el mundo anglófono, y en el pontificado de Juan Pablo II se inició un auténtico proceso de renovación. En tercer lugar, Ratzinger volvió a plantear la cuestión de la Misa “cara al pueblo”. Su modesta propuesta consistía al menos en colocar una cruz claramente visible en el altar, de modo que tanto el sacerdote como el pueblo tuvieran un foco común de dirección.

Pastor amoroso

Benedicto XVI era muy consciente de que la manifiesta discontinuidad en la práctica ritual de la Iglesia ha creado una situación en la que una mera imposición de formas litúrgicas tradicionales se percibiría ampliamente como otra ruptura. Al abrir nuevas posibilidades, tenía la intención de crear condiciones favorables para un desarrollo “orgánico” del rito romano que evitaría la discontinuidad que hizo tanto daño al ritual católico en el período postconciliar. La disposición litúrgica para los ordinariatos personales para ex anglicanos, creada después de la constitución apostólica Anglicanorum Coetibus de 2009, sigue esta trayectoria. Los libros rituales bajo el título Culto divino, especialmente el misal (2015), se ajustan al patrón básico del rito romano, pero al mismo tiempo lo enriquecen con una “patrimonio” que se deriva en parte de la tradición medieval más amplia (por ejemplo, en los ritos introductorios y el ofertorio) y en parte se deriva de un estilo de oración anglicano.

Parece haber sido la idea de Benedicto XVI que el desarrollo orgánico debe ocurrir como por ósmosis, es decir, una asimilación constante y casi inconsciente de la tradición litúrgica. Un elemento importante en este proceso era ser el ejemplo del pontífice en sus propias celebraciones. Elementos rituales como la colocación de un crucifijo prominente en el centro del altar, la distribución de la Sagrada Comunión a los fieles arrodillados y directamente sobre la lengua, y el uso prolongado de la lengua latina tenían la intención de establecer un estándar para ser imitación. Benedicto estaba convencido de que la auténtica renovación litúrgica no se da por instrucciones y regulaciones. Su reticencia como legislador, —por ejemplo, no hubo una nueva editio tipica de ningún libro litúrgico durante su pontificado—, podría interpretarse como una oportunidad perdida. Sin embargo, la fragilidad de las decisiones legislativas se demostró cuando su sucesor inmediato, el Papa Francisco, canceló las disposiciones de Summorum Pontificum.

Contra todo pronóstico, el Papa Benedicto abrió perspectivas para una renovación en continuidad con la tradición litúrgica, y estos impulsos han sido absorbidos especialmente por las generaciones más jóvenes en la Iglesia en todo el mundo. Este “nuevo movimiento litúrgico” que Joseph Ratzinger deseaba tiene el potencial de reparar los hilos desgarrados del ritual católico. El mejor testimonio de su legado litúrgico será continuar su trabajo con paciencia, perseverancia, alegría y gratitud por su luminosa mente teológica y su servicio sufrido al pueblo de Dios».